El enigma del ordenador
Una generaci¨®n de cient¨ªficos logr¨® aprovechar la guerra para crear las computadoras
Nuestro mundo es fruto de los marcianos. Google. Facebook. Twitter. Los motores de b¨²squeda, las redes sociales, los ordenadores¡, todo tiene su origen en las mentes de unos hombres brillantes que se vieron a s¨ª mismos como venidos de otro planeta. Gente que arrancaba los radiadores de las habitaciones por miedo a ser envenenada. Gente que solo com¨ªa si el almuerzo lo hab¨ªa preparado alguien de confianza. Gente que supo aprovechar el drama de la Segunda Guerra Mundial, y la consecuente inversi¨®n en ciencia y tecnolog¨ªa, para desarrollar las primeras computadoras en paralelo al esfuerzo por calcular c¨®mo se pod¨ªa hacer realidad la bomba de hidr¨®geno.
En el principio de todo, en la g¨¦nesis de los bits, del software y del hardware, hubo un grupo de h¨²ngaros emigrados a Estados Unidos. John von Neumann. Theodore von K¨¢rm¨¢n. Leo Szilard. Eugene Wigner. Edward Teller. ¡°Somos los marcianos, que hemos venido a la Tierra a cambiarlo todo, y nos tememos que no seremos bien recibidos. As¨ª que intentamos mantener el secreto (¡) Nos instalamos en un pa¨ªs del que nadie hab¨ªa o¨ªdo hablar, y ahora nos proclamamos h¨²ngaros¡±, dej¨® dicho este ¨²ltimo.
Para llegar hasta el iPad hizo falta un ej¨¦rcito de ingenieros, matem¨¢ticos, f¨ªsicos, adem¨¢s de una lluvia infinita de millones y la rivalidad de varios proyectos que se azuzaron mutuamente en la b¨²squeda de financiaci¨®n y captaci¨®n de talentos
George Dyson cuenta en La catedral de Turing. Los or¨ªgenes del universo digital su historia y la de los estadounidenses, italianos, polacos¡ que dedicaron sus vidas a desarrollar la computaci¨®n mientras el mundo parec¨ªa dirigirse al desastre. La obra mezcla momentos de una densidad alienante, porque para el lector no especializado son excesivos los detalles t¨¦cnicos y cient¨ªficos, con otros apasionantes. El potencial que hay para un libro abierto a todos los p¨²blicos, que gire alrededor de las peripecias vitales de esas mentes que cambiaron la historia, se desaprovecha oculto bajo la opresiva acumulaci¨®n de datos, y solo en ocasiones brilla en todo su esplendor. Es ah¨ª, subido al Orient Express o al Queen Mary, o acompa?ando a los pensadores que crearon los ordenadores en su huida de la Europa nazi, donde el lector no iniciado tiene la oportunidad de conectar con el texto.
Porque para llegar hasta el iPad hizo falta un ej¨¦rcito de ingenieros, matem¨¢ticos, f¨ªsicos, militares y meteor¨®logos, adem¨¢s de una lluvia infinita de millones y la rivalidad de varios proyectos que se azuzaron mutuamente en la b¨²squeda de financiaci¨®n y captaci¨®n de talentos. Porque todo ese trabajo de Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, que alumbr¨® una memoria r¨¢pida y bidimensional que ordenaba los bits en matrices de 40 por 40 registros, en lugar de en una serie lineal de ceros y unos, desemboc¨® en una ¨¢cida guerra de patentes. Porque fue necesario gente tan excepcional que parec¨ªa marciana, capaz de dividir conceptos complejos en sencillas partes comprensibles. Porque el ordenador lleg¨® con la bomba de hidr¨®geno, con el aislamiento de un grupo de mentes ¨²nicas en el complejo estadounidense de Los ?lamos, con los esp¨ªas que los rodeaban (Klaus Fuchs, agente sovi¨¦tico) y con la tensi¨®n existencial que provoc¨® en esos hombres y mujeres las consecuencias pr¨¢cticas de su trabajo te¨®rico. Hubo ocasiones en las que Von Neumann se fue a casa conduciendo un coche sobre el que un dedo acusador hab¨ªa escrito ¡°No a la bomba¡±. D¨ªas en los que entre aquellos pioneros surgieron inc¨®modas preguntas.
?Es justo alimentar la pasi¨®n cient¨ªfica aunque la consecuencia pueda ser la muerte de millones de personas? ?C¨®mo convivir con la noci¨®n de que el desarrollo del ordenador pueda llevar a una inteligencia artificial que subyugue al hombre? ?Qu¨¦ pensamientos acompa?aron a la cama a estos cient¨ªficos que produjeron algunos conceptos que siguen marcando el escenario internacional en el siglo XXI, como el de la guerra preventiva?
Eso es lo que va contando Dyson entre una mir¨ªada de especificaciones t¨¦cnicas que hacen poco recomendable su obra para el curioso ocasional. Que comprender lo incomprensible y resolver problemas fueron las fuerzas motoras de estos estudiosos. Avanzar. Crear un mundo que homenajea a Turing, padre de la computaci¨®n y el hombre que descifr¨® los c¨®digos secretos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, historia ahora recogida por la pel¨ªcula The Imitation Game (Descifrando Enigma).
Al brit¨¢nico le obsesionaba ¡°recabar todas las respuestas disponibles, formular todas las preguntas posibles y relacionar los resultados¡±. D¨¦cadas despu¨¦s de que ese enunciado cobrara vida, el autor del libro visita la sede de Google. Observa, por ejemplo, que hay una habitaci¨®n entera dedicada a registrar todos los datos sobre Marte. Que se est¨¢n almacenando digitalmente todos los libros que existen. Se siente iluminado. No se arrodilla ni reza. No se santigua. Sin embargo, inmediatamente cree estar pisando la catedral de Turing.
La catedral de Turing. Los or¨ªgenes del universo digital. George Dyson. Traducci¨®n de F. J. Ramos Mena. Debate. Barcelona, 2015. 555 p¨¢ginas. 29,90 euros (digital: 12,99)
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