A callar
La exigencia de clausurar la boca ajena la ha practicado tradicionalmente el poder con todos sus obligados s¨²bditos
Ese gesto arrogante y amenazador de llevarse el dedito a la boca exigiendo a los que te rodean que se callen, que ya no disponen de ninguna raz¨®n para expresar lo que piensan, es un gesto que repiten notablemente en los ¨²ltimos tiempos al marcar un gol los futbolistas que en alg¨²n momento se han sentido humillados y ofendidos por la grada, o convencidos de su intocable condici¨®n divina, o enamorados de las reivindicaciones grotescas ante alguna antigua o reciente queja del populacho sobre su juego.
La exigencia de clausurar la boca ajena la ha practicado tradicionalmente el poder con todos sus obligados s¨²bditos. Antes, la impunidad del padre, el marido, el educador, era absoluta para cerrarle la boca a hostias al hijo, a la esposa, al alumno que osara protestar. El maltratador ten¨ªa bula aunque sus v¨ªctimas estuvieran calladas. Porque la letra con sangre entra, el que bien te quiere te har¨¢ llorar y no s¨¦ cu¨¢ntas institucionalizadas salvajadas m¨¢s. O sea, te esclavizo, te degrado, te violo, te pego o te mato no solo porque quiero, sino porque puedo. Ahora, el viejo y repugnante esplendor del maltrato al d¨¦bil ofrece cierto peligro (de acuerdo, hay mujeres viles que joden a sus parejas con calumnias de agresi¨®n), pero las estad¨ªsticas demuestran que esa condena tan viril de ¡°la mat¨¦ porque era m¨ªa¡± sigue gozando de buena salud. Y siempre son los t¨ªos los que asesinan a sus parejas. Casi nunca al rev¨¦s.
El ministro de Defensa, ese se?or tan fino, tambi¨¦n cree tener derecho a sellar la antipatri¨®tica y subversiva boquita de la diputada que le exige cuentas en el Parlamento por el continuado y libre acoso sexual de un superior y el silencio de todo cristo del gremio contra una oficial que se atrevi¨® a denunciar felon¨ªa tan cotidiana. Igualmente, acusa a la parlamentaria preguntona de bajeza moral por intentar pringar al sagrado ej¨¦rcito que vela por todos nosotros en pr¨¢cticas tan infames.
A lo peor, es cierto lo que denunci¨® la acosada. Pero ser¨ªa un caso aislado. Todos sabemos que lo esencial en el ej¨¦rcito es la autoridad, la disciplina y la justicia. Que la ley del silencio no existe. Que las mujeres, macizas o desfavorecidas, y los maricones, reciben el mismo trato que los guerreros machotes. Que el que la hace, incluidos los mandos supremos, la paga.
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