Esa mirada inocente sobre el mundo
El maestro Emilio Lled¨® y el disc¨ªpulo Manuel Cruz hablan del pasado, la vida, la esperanza y la ense?anza en los viejos a?os del franquismo
A Emilio Lled¨® (Sevilla, 1927) le otorgaron, a finales de 2014, tantos premios que el profesor sinti¨® que se hab¨ªan equivocado de destinatario. Le dieron el premio de los editores espa?oles, el Premio Nacional de las Letras y el Henr¨ªquez Ure?a de la Academia Mexicana de la Lengua. ?l es acad¨¦mico de la Espa?ola y ha tenido a lo largo de su vida un n¨²mero incontable de disc¨ªpulos. Entre ellos, el tambi¨¦n fil¨®sofo Manuel Cruz (Barcelona, 1951), con quien dialoga para Babelia sobre el aprendizaje y el magisterio, y sobre esta ¨¦poca como heredera de una que a¨²n pesa mucho, el franquismo.
PREGUNTA. ?Qu¨¦ es un maestro? ?C¨®mo se aprende?
MANUEL CRUZ. Creo que cuando conoces a un profesor, el v¨ªnculo que se establece con ¨¦l no es el de maestro, sino el de profesor. De un profesor se admira su sabidur¨ªa, su deslumbrante informaci¨®n. La relaci¨®n tiene que ver con el conocimiento. Con el paso del tiempo, cuando el alumno ya no es del todo ignorante sigue valorando el conocimiento, pero ya est¨¢ en condiciones de apreciar otras cosas.
Es en ese momento cuando el alumno empieza a darse cuenta de que esa persona, adem¨¢s de tener mucha informaci¨®n y de saber mucho, tiene otras cualidades. El modo de entender y la relaci¨®n que tiene con la filosof¨ªa, con el pensamiento, y el modo en que va por la vida con todo esto. Lo empieza a identificar como maestro cuando empieza a ver en ¨¦l cosas que cuando eres joven no est¨¢s en condiciones de ver. C¨®mo vive un fil¨®sofo no pueden apreciarlo hasta m¨¢s tarde.
EMILIO LLED?. Me haces evocar nuestra propia historia en un contexto muy curioso. Nunca he tenido conciencia de lo que es la maestr¨ªa, pero lo que acaba de decir Manolo me lo ha puesto en la memoria, tus palabras me evocan qu¨¦ es lo que yo era para m¨ª mismo y no tengo conciencia de ello. No tengo conciencia como maestro, sino como profesor que iba a cumplir una misi¨®n determinada, una funci¨®n, una obligaci¨®n, un trabajo en definitiva.
S¨ª es verdad que quise hacer de ese trabajo algo distinto a lo que yo hab¨ªa encontrado en la universidad de Madrid en la que me form¨¦. Yo estaba lleno de entusiasmo porque en la experiencia de la universidad franquista que padec¨ª flotaron dos o tres figuras muy respetables, y en el campo de la filolog¨ªa cl¨¢sica, figuras de primer¨ªsima fila.
Suspend¨ª la primera c¨¢tedra a la Universidad de Valencia; a los pocos meses consegu¨ª la de La Laguna y llegu¨¦ all¨ª con unas ganas enormes de captar mi ser, mi funci¨®n. Tengo que recordar una an¨¦cdota con Delibes. Montse [su esposa] y yo ya ten¨ªamos casa en Madrid y La Laguna nos parec¨ªa que estaba muy lejos. Delibes me dijo: ¡°Lejos, ?de d¨®nde?¡±.
No tengo conciencia como maestro, sino como profesor que iba a cumplir una misi¨®n determinada, una funci¨®n, una obligaci¨®n¡± E. Lled¨®
No lo dudamos desde luego y los tres a?os en La Laguna fueron inolvidables, me encontr¨¦ con un calor, un eco y una acogida maravillosos. Me di cuenta de que yo quer¨ªa a aquellos j¨®venes que se sentaban frente a m¨ª y que ellos me quer¨ªan. Aquellos a?os no publiqu¨¦ ni una l¨ªnea, s¨®lo preparaba las clases, me enrollaba, valga la expresi¨®n, y creo que unas de las mejores clases que he dado han estado inspiradas en aquella preparaci¨®n previa, totalmente distintas de las dem¨¢s.
P. ?Qu¨¦ quiso ense?ar usted, don Emilio?
E. LL. En los a?os de comunes, Fundamentos de Filosof¨ªa e Historia de los Sistemas Filos¨®ficos, como pomposamente se llamaba la disciplina. Pero lo que quer¨ªa era abrir el riqu¨ªsimo horizonte que la filosof¨ªa arrastra. Quer¨ªa ense?ar lo mejor que sab¨ªa.
Claro, en esa ense?anza se transmit¨ªa lo que yo era, un hombre con 36-37 a?os con 10 a?os de experiencia en la Universidad de Heidelberg; jugaba con mucha ventaja, y no porque hubiera aprendido muchas cosas que mec¨¢nicamente transmitiera a mis alumnos, era totalmente ajeno a esa idea. Pero fue un shock encontrarme con la vieja Universidad de Heidelberg en 1953, llena de novedad, donde no hab¨ªa asignaturas, donde los profesores hablaban cada semestre de temas distintos dentro de su especialidad con total libertad.
Se ve que cuando llegu¨¦ ya llevaba ese esp¨ªritu, esa inquietud, y me sent¨ª entusiasmado. Me fui al acabar el servicio militar, con 53 kilos de peso y con una maleta de cart¨®n con las esquinas met¨¢licas.
M. C. El maestro emerge tarde, como dec¨ªa. El maestro era un modelo con otra forma de hacer las cosas para entender la filosof¨ªa, pero tambi¨¦n para transmitirla, para ense?arla. Es lo que en primera instancia nos llamaba la atenci¨®n, otra forma de ense?ar filosof¨ªa, el no estar pegado al programa de la asignatura; ¨¦l se quejaba mucho del ¡°asignaturismo¡±, era como remover las fichas del domin¨® y transmitir lo que sab¨ªa de otra manera, todo distinto. La transmisi¨®n del saber.
Con el tiempo te llama la atenci¨®n una constante que a¨²n se mantiene en ¨¦l, esa mirada inocente sobre el mundo, que no ingenua. Una mirada limpia, desprejuiciada en la medida de lo posible; eso es lo que nos llamaba la atenci¨®n porque no lo encontr¨¢bamos en otros profesores.
Se repite mucho la frase ¡°no se ense?a filosof¨ªa, se ense?a a filosofar¡±, pero nadie explica en qu¨¦ consiste ense?ar a filosofar. Pues nosotros a lo que asist¨ªamos era al ejercicio vivo del filosofar. Es lo que sale tiempo despu¨¦s, te das cuenta de que en la gente que ha estado en sus clases ha quedado una memoria viva de esas clases, y que no existe la misma memoria ni con la misma intensidad con otros profesores.
Se empieza a identificar a un maestro cuando ves cosas en ¨¦l que de joven no est¨¢s en condiciones de ver¡± M. Cruz
Fue una experiencia del filosofar realmente impactante para nosotros. Creo que es lo que ha quedado en toda la gente que estuvo en sus clases.
P. ?Se siente reconocido con esa mirada inocente?
E. LL. Tendr¨ªamos que pensar qu¨¦ significa esa inocencia. Aunque Manolo lo ha querido evitar, tambi¨¦n hab¨ªa una cierta ingenuidad, sinceridad o sencillez.
La idea del profesor que se sube a la tarima e impone cosas siempre me ha parecido repugnante, no iba conmigo, con mi manera de ser. Me escandaliza que alg¨²n pol¨ªtico de nuestro pa¨ªs diga que al profesor hay que darle autoridad: la autoridad se la gana uno mismo, ense?ando c¨®mo es ¨¦l en la manera de entender la materia que tiene que transmitir.
Es verdad que yo ten¨ªa esa inocencia porque me sent¨ªa parte de una peque?a familia mientras duraba la clase, aunque los alumnos casi siempre estuvieran callados. ?ramos una familia que nos quer¨ªamos, en la que yo hac¨ªa funciones de padre o hermano mayor que ense?aba algo que a m¨ª me interesaba y que me parec¨ªa fundamental para que ellos se enriquecieran. Era un transmisor (con mayor o menor fortuna) de ese enriquecimiento.
M. C. Est¨¢ muy bien tra¨ªdo lo de la ?autoridad porque la gran diferencia entre autoridad y poder es que la autoridad te la atribuyen, no puedes decir que tienes autoridad, pero s¨ª puedes decir que tienes poder. La autoridad te la han de conceder los dem¨¢s, es absolutamente democr¨¢tica. Ese reconocimiento por parte de los que han estado en sus clases es un reconocimiento de autoridad que tiene que ver con el m¨¦rito, no con el escalaf¨®n o cosas por el estilo.
En la ¨¦poca de Barcelona, finales de los sesenta, principios de los setenta, los ¨²ltimos a?os del franquismo, a punto de la Transici¨®n, esa actitud estaba en el ambiente, no pod¨ªamos ser resabiados, no ten¨ªamos derecho a serlo; hoy mucha gente lo es. Ten¨ªamos la oportunidad, incluso el deber, porque algo nuevo estaba a punto de irrumpir. En esa disposici¨®n, la mirada inocente era la que correspond¨ªa, mientras que la mirada resabiada, por ejemplo, de alg¨²n profesor, era la mirada de lo viejo, del que cree que est¨¢ de vuelta y que en el fondo se iba a quedar descolgado.
En ese sentido, las generaciones posteriores han arrastrado un peculiar d¨¦ficit, lo que llamar¨ªa el piterpanismo, una generaci¨®n, a la que nosotros pertenecemos, a la que le ha costado asumir su lugar, lo digo con la boca peque?a, y que por eso tampoco ha sabido darse cuenta de la responsabilidad que significaba que los dem¨¢s te reconocieran un poquito de autoridad.
P. ?Est¨¢ de acuerdo con esta visi¨®n de aquel momento?
E. LL. Hace 20 a?os que estoy alejado de la pr¨¢ctica universitaria, lo que ha sido mi vida. Es cierto que ten¨ªamos algo esperanzador, todos est¨¢bamos contra aquella universidad del r¨¦gimen con el que no est¨¢bamos de acuerdo, esper¨¢bamos algo. Est¨¢bamos en una dictadura, en un ambiente asfixiante, y sin embargo nunca he sentido m¨¢s libertad que en aquellos a?os de La Laguna y del patio de la Universidad de Barcelona donde lat¨ªa la vida.
En los 11 a?os que estuve en Barcelona descubr¨ª lo que realmente era vivir, la vida de un profesor universitario, la de intentar transmitir tambi¨¦n la esperanza que todos sent¨ªamos de que aquello acabar¨ªa en alg¨²n momento, como as¨ª fue. En el fondo, la filosof¨ªa ten¨ªa que ver con conceptos esenciales como la justicia, el bien, la sabidur¨ªa, la comunicaci¨®n y la palabra. Estar intentando tocar a trav¨¦s de la filosof¨ªa esos grandes conceptos y que pudiera modernizar, esperanzar un eco para un futuro que estaba llegando era mi funci¨®n como profesor, aunque entonces no fuera consciente de ello.
Ahora estamos desesperanzados; entonces luch¨¢bamos para algo y contra algo desde nuestro peque?o espacio, desde el m¨ªo como profesor y el de aquellos alumnos que gritaban contra el franquismo desde el patio de la Universidad de Barcelona. Era algo que nos un¨ªa.
M. C. El piterpanismo marca una diferencia entre una generaci¨®n y las otras en la pr¨¢ctica en la que se expresaba. El piterpanista no se reconoce como el padre; como mucho, como el hermano mayor que usted dec¨ªa, el colega de los alumnos. Esa actitud, que se prolong¨® demasiado tiempo por parte de las generaciones posteriores porque lo inauguraban todo, la democracia, el gobierno de izquierdas, viv¨ªan en excitaci¨®n permanente¡ creo que hizo que no pudieran o no quisieran asumir su papel de la manera que usted s¨ª pudo asumir.
Estoy pensando en lo que dec¨ªa Hannah Arendt: ¡°?Cu¨¢l es la funci¨®n del educador? El educador es la correa de transmisi¨®n de la herencia recibida¡±. La herencia llega, se ve, se examina, se critica, se mejora, se limpia y se traspasa a las siguientes generaciones en las mejores condiciones. Es lo que usted hac¨ªa. Nos hablaba de Plat¨®n, pero nos aclaraba que no era ese Plat¨®n del que nos hablaron, sino otro, el que ¨¦l ve¨ªa o el que pod¨ªa servir. Asum¨ªa la tradici¨®n expl¨ªcitamente, la trabajaba y la transmit¨ªa.
Las siguientes generaciones no se han atrevido a hacerlo. El concepto tradici¨®n era como el de autoridad. Un h¨¢ndicap que nos ha lastrado durante mucho tiempo ha sido el miedo a algunas palabras como tradici¨®n o autoridad, hay que reconsiderar lo que quiere decir tradici¨®n y a continuaci¨®n reivindicarlo.
La autoridad se la gana uno mismo, ense?ando c¨®mo es ¨¦l en la manera de entender la materia que quiere transmitir¡± E. Lled¨®
En ese sentido creo que don Emilio pudo asumir ese papel de una forma plena, con todas sus consecuencias, mientras que las generaciones posteriores han estado dudando.
P. ?Qu¨¦ consecuencias ha tenido?
E. LL. Tambi¨¦n hab¨ªa una especie de sinceridad, de naturalidad. Yo pude ser catedr¨¢tico en aquella ¨¦poca franquista y para m¨ª fue una enorme sorpresa en el sentido m¨¢s hondo, feliz y alegre porque en esa profesi¨®n se realizaba algo de lo que yo ten¨ªa, de lo que yo sent¨ªa. Mi manera de entender la filosof¨ªa y transmitirla era tambi¨¦n mi yo, y me parec¨ªa que en esas clases ¡ªpuede parecer un poco narcisista, pero no lo es¡ª mi trabajo era importante y es lo que provocaba esa apertura, esa inocencia, ese no tener excesivos prejuicios aunque ten¨ªa el maravilloso prejuicio de ser quien era. Si eres quien eres, esa quienidad, valga la expresi¨®n [risas], se tiene que transmitir.
En esa quienidad ¡ª?Dios, qu¨¦ palabra! Me van a echar de la Academia¡ª se transmit¨ªa una buena voluntad, sin la menor duda, el querer algo que brota de algo que t¨² tienes, que no es del todo malo sino bueno, y adem¨¢s esa transmisi¨®n es bondad.
Quisiera a?adir algo sobre la memoria viva. Todos somos lo que hemos sido ¡ªpor eso hay que seguir insistiendo en la memoria hist¨®rica, los defensores del olvido acaban en el alzh¨¦imer colectivo m¨¢s feroz e inaceptable¡ª, la memoria es lo que hemos sido, lo que hemos aprendido, lo que consciente o inconscientemente ha ido pos¨¢ndose en nuestro ser, es lo que nos constituye. Estar siempre presente siendo desde lo que hemos sido, siendo en lo que hemos sido o siendo hasta para lo que hemos sido, la memoria viva, vivir esa memoria, revivir esa memoria.
Yo reviv¨ªa a Plat¨®n, a Kant, a Sartre, a Nietzsche o a quien se me pusiera por delante que yo hubiera estudiado bien. La misi¨®n de un profesor es revivir: lo dices t¨², lo ense?as t¨² y lo haces palabra t¨². La palabra est¨¢ mojada, digo muchas veces que nacemos en una lengua materna y que somos una lengua matriz, estamos montados en nuestro matricismo.
P. Dec¨ªan que buscaban una esperanza. Don Emilio vivi¨® la guerra, Manuel no; los dos vivieron el franquismo. ?Cu¨¢l era la esperanza de cada uno de ustedes? ?C¨®mo se ha ido constituyendo la esperanza, en decepci¨®n o en otra esperanza diferente?
La autoridad te la han de conceder los dem¨¢s, es un reconocimiento absolutamente democr¨¢tico¡± M. Cruz
E. LL. Tuve la desgracia de vivir la Guerra Civil, de saber lo que es, de haber visto la muerte, cuerpos destrozados en bombardeos. Mi padre era militar en Vic¨¢lvaro; algunas veces me trajo a Madrid y recuerdo esas im¨¢genes desde ni?o, he visto que la sangre mancha, que la p¨®lvora huele; he sentido la destrucci¨®n real despu¨¦s de caer una bomba y no se olvida jam¨¢s.
Tengo clar¨ªsimas las im¨¢genes de la Guerra Civil y es una suerte poder evocarlas y referirme a ellas porque es una experiencia ¨²nica haber vivido los horrores de nuestra guerra. Ah¨ª descubr¨ª que ten¨ªa que buscar algo que no fuera aquella violencia y que se pareciera m¨¢s a aquella escuela p¨²blica de Vic¨¢lvaro con don Francisco L¨®pez S¨¢nchez.
En aquella atm¨®sfera de inseguridad, muerte y asesinatos, y no digamos en la del hambre real de la posguerra, cuando expulsaron a mi padre del ej¨¦rcito, y que dur¨® casi 10 a?os, ten¨ªamos que esperar un pa¨ªs donde aquello no fuera posible, donde esa miseria mental que procuraban inocu?larnos y la material por la ausencia de comida no se repitiera jam¨¢s.
P. El franquismo. ?Qu¨¦ supuso esa ?¨¦poca para vosotros? ?Qu¨¦ herida dej¨® en este pa¨ªs?
E. LL. Era una herida estimuladora, no infectada, quer¨ªamos curarla de verdad. Si hubiera seguido aqu¨ª, habr¨ªa sido distinto. Cuando llegu¨¦ a Heidelberg s¨®lo est¨¢bamos dos o tres espa?oles all¨ª, fue un poco antes de la gran oleada de trabajadores espa?oles que salieron, sobre todo andaluces.
Me parece injusto cuando hablan de la pereza andaluza: se fueron a Alemania huyendo del hambre. Una de las grandes esperanzas que quedan y que tenemos que revisar es esa idea de los topicazos que coagulan nuestra mente y que nos impiden pensar. Tiene que ver con la educaci¨®n y con lo que habl¨¢bamos antes. Yo no pensaba que como profesor pudiera servir para algo. Ese para algo era para esperanzarse o para esperancearse ¡ªvan a acabar ech¨¢ndome de la Academia¡ª, una cosa es esperar y otra esperancear. La esperanza era algo lleno de inter¨¦s, de conocimiento y sobre todo de afecto, pasi¨®n, deseo porque este pa¨ªs fuera distinto del que est¨¢bamos viviendo.
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