Referencias en la herencia de anta?o
Es muy probable que hoy en d¨ªa la casi totalidad del p¨²blico que se sienta en un teatro a ver una?Carmen sepa el final, conozca al dedillo el argumento y los perfiles de los personajes b¨¢sicos. Eso obliga a los nuevos creadores a ofrecer al espectador, en la forma, lo nuevo y atrayente, lo que justifica que se vuelva una y otra vez sobre la manida tragedia de la cigarrera sevillana, los soldados ¡®ocupacionistas¡¯ franceses y un torero vestido de luces con su cuadrilla. Johan Inger falla precisamente en la forma, establece un cierto coqueteo postural que lo acerca epid¨¦rmicamente, pero muy lejos en la calidad, al estilo de otro sueco al que tanto debe: Mats Ek, que es quien ha dado al repertorio mundial del ballet una ¨²ltima Carmen (1992) digna de permanencia. La conclusi¨®n primera es que una de las verdades inconmovibles de todo relato danzado es el equilibrio necesario entre los materiales propiamente cor¨¦uticos y los elementos formales que dan cornisamento el trabajo. Cuando esto falla, el castillo de naipes cae por su propio peso.
Carmen
Compa?¨ªa Nacional de Danza. Coreograf¨ªa: Johan Inger; m¨²sica: George Bizet (suite de Rodion Shchedrin) y Marc Alvarez; dramaturgia: Gregor Acu?a-Pohl; escenograf¨ªa: Curt Allen Wilmer; vestuario: David Delf¨ªn; luces: Tom Visser. Teatro de La Zarzuela, Madrid. Hasta el 19 de abril.
Es la de Inger un compendio desatinado de ¡°c¨¢rmenes¡±: el ruedo de Boris Messerer (primer dise?ador de la versi¨®n moscovita); los espejos de Saura y Gades; las mujeres-toro de Alberto Alonso; la abundancia de recurrentes autocitaciones y as¨ª hasta un manojo de t¨®picos poco edificantes.
En el boceto de traje de David Delf¨ªn que se reproduce en el programa de mano aparece con su inconfundible graf¨ªa particular, la letra a de Carmen encerrada en un c¨ªrculo, deviniendo en ese s¨ªmbolo primero anarquista y ahora tan popular de nuevo en la parafernalia de los antisistema y los grafiti urbanos. Nada debe ser gratuito en un ballet, y esto, tampoco, como el hecho de que el ni?o (encarnado con gracia por la bailarina Jessica Lyall) empiece vestido de blanco con su pelota de balompi¨¦ y acabe de negro riguroso y jugando con una mu?eca. Y es que hay mucha anarqu¨ªa en la poco terminada obra, ateni¨¦ndonos a la posible acepci¨®n secundaria del t¨¦rmino: barullo, confusi¨®n, movimientos de grupo sin limpiar, entradas y aforamientos de personajes poco justificados o enlazados en la obligada consecuci¨®n narrativa a que obliga el argumento.
El otro detalle de Delf¨ªn, am¨¦n de que su vestuario le es fiel a s¨ª mismo en l¨ªnea y formas, es ese figurado homenaje al escultor Juan Mu?oz (1953-2001) en el sombr¨ªo grupo que toma protagonismo en el segundo acto. A veces, su disposici¨®n est¨¢tica y tangencial, recuerda con claridad las inquietantes instalaciones de Mu?oz.
Con respecto a la m¨²sica, Bizet no puede decir nada desde su tumba en P¨¨re-Lachaise, pero Shchedrin algo podr¨ªa esgrimir a su favor por la manera alevosa en que se trocea su muy redonda suite sobre Carmen. Ya es historia y est¨¢ en todas las biograf¨ªas de Bizet, que en su funeral el organista de la iglesia de la Trinidad de Montmartre improvis¨® una fantas¨ªa sobre temas de la ¨®pera de marras (paradojas de la vida, se representaba al mismo tiempo) que arranc¨® l¨¢grimas a Gounod y Massenet, pero con un resultado emocional y pl¨¢stico muy distinto al de ?lvarez en este nuevo ballet madrile?o, donde esos mismos temas son tratados en la electroac¨²stica con una cierta displicencia ir¨®nica que no encuentra justificaci¨®n, por no hablar del carrasposo viol¨ªn de La habanera, achacable, quiz¨¢s, al mal estado del sonido del coliseo de la calle Jovellanos. Durante la funci¨®n hubo algunas deserciones en el patio de butacas, no obstante, al final, una gregaria y devota salva de aplausos y bravos culmin¨® la noche.
Babelia
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