El poeta de los de abajo
La desproporcionada estatura literaria de Eduardo Galeano ha sido desde siempre eclipsada por otra no menos desproporcionada pasi¨®n: la batalla ideol¨®gica que nunca rehuy¨®. Esta verdad nunca le molest¨® porque, excepto el dolor de la injusticia, casi nada le molestaba. Era un tipo que iba desbordando alegr¨ªa por todas partes, capaz de hablar durante muchas horas seguidas, con su voz pausada, como si degustara cada palabra, como si nunca se cansase de buscar en su memoria recuerdos propios y ajenos.
Diferente a lo que suelen pensar y propagar sus adversarios, ¨¦l siempre estaba abierto a reconocer sus errores, hasta el extremo de intentar, no hace un a?o, un suicidio literario cuando critic¨® sin piedad Las venas abiertas de Am¨¦rica Latina. Enseguida se abalanzaron las aves de vuelo oscuro para darse un banquete. Sin embargo (se lo reproch¨¦), equivocado o no, ese fue el libro m¨¢s valiente de su generaci¨®n. Aun considerando monumentos literarios como la trilog¨ªa Memoria del fuego o el m¨¢s reciente Espejos, si luego Eduardo volvi¨® a equivocarse en su evaluaci¨®n de la realidad (sabemos que sus adversarios pueden hablar con varios dioses) lo hizo siempre a favor de los m¨¢s d¨¦biles. As¨ª, hasta equivocarse vale la pena.
Hace unas horas, un canal de televisi¨®n de Argentina me pregunt¨® si ¨¦l bromeaba sobre el hecho de que yo a veces ense?o sus libros en Estados Unidos. Esta simplificaci¨®n (en forma de inadvertida paradoja) es cl¨¢sica y popular y no es necesario ser mala persona para reproducirla. Pero es otra muestra de algo que no hab¨ªa en Eduardo: ¨¦l mismo fue profesor de literatura en California y bastaba con hablar con ¨¦l o leer sus libros para darse cuenta de su falta de ortodoxia, de dogmatismo: los pa¨ªses no tienen due?os ideol¨®gicos y la nacionalidad no da privilegios ¨¦ticos, pese al inter¨¦s de determinados grupos por secuestrarlos en su nombre.
A pesar de su imagen m¨¢s popular, su verdadero compromiso no fue pol¨ªtico ni fue ideol¨®gico. Esto es evidente apenas uno termina de leer uno de sus libros, cualquiera, y comienza otro. No hay ortodoxia, no hay dogma en su obra. Si algo se repite es ese respeto por la prosa, esa imaginaci¨®n profusa de mostrar cada cosa desde la periferia, esa sensibilidad por la injusticia, sobre todo por las injusticias institucionalizadas, esa valent¨ªa de no claudicar cuando el mundo va para otro lado y los sabios del poder tienen raz¨®n.
El compromiso de Eduardo fue un compromiso con los derechos humanos, con la verdad, con la justicia. S¨ª, sus libros dieron batalla, en momentos en que en Am¨¦rica Latina bastaba con pensar y so?ar diferente para ser secuestrado, torturado y desaparecido en nombre de la democracia y la libertad. ?C¨®mo pudo alguien haber sido un molesto disidente en la Am¨¦rica Latina del Siglo XX sin asociarse o sin ser asociado con alg¨²n tipo de izquierda? Pero Eduardo no era un ¡°intelectual de izquierda¡± como dir¨¢n las enciclopedias; era el poeta de los de abajo, el mayor poeta en prosa de su tiempo, un mago de la met¨¢fora, un delicado hermeneuta.
Incluso traducido al ingl¨¦s esta magia sobrevive hasta el extremo de conmover al m¨¢s conservador de mis estudiantes. Tal vez por todo eso los mayores premios literarios de su lengua le dieron siempre la espalda. Pero a ¨¦l no le importaba. ¡°Nunca quise ser neutral¡±, me dijo una vez. La realidad no lo es. Su p¨²blico, sus lectores, lo aplaud¨ªan hasta con los pies.
Eduardo, hermano, como vos dec¨ªas al final de cada correo, ¡°mil gracias, vuelan abrazos¡±. Te voy a extra?ar como un perro.
Jorge Majfud es escritor uruguayo y profesor de Estudios Internacionales, literatura latinoamericana y pensamiento hisp¨¢nico en la Universidad de Jacksonville (EE UU).
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