Un bailar¨ªn literario entre el horror
El autor de ¡®Hijos de la medianoche¡¯ pone en valor la calidad literaria y el compromiso moral del Nobel de Literatura fallecido
En 1982, estando en Hamburgo con motivo de la publicaci¨®n de la traducci¨®n alemana de Hijos de la Medianoche, mis editores me preguntaron si me gustar¨ªa conocer a G¨¹nter Grass. Bueno, evidentemente quer¨ªa conocerle, de forma que me llevaron en coche al pueblo de Wewelsfleth, a las afueras de Hamburgo, donde viv¨ªa Grass por aquel entonces. Ten¨ªa dos casas en el pueblo. Escrib¨ªa y viv¨ªa en una de ellas y usaba la otra como estudio de arte. Despu¨¦s de cierta esgrima inicial ¡ªse esperaba de m¨ª, por ser el escritor m¨¢s joven, que le hiciera una serie de genuflexiones, y el caso es que yo estaba feliz de hacerlas¡ª ¨¦l decidi¨® de repente que yo era aceptable, me condujo a un aparador en el que guardaba su colecci¨®n de vasos antiguos, y me pidi¨® que escogiera uno. Luego sac¨® una botella de schnapps y para cuando llegamos al fondo de la botella nos hab¨ªamos hecho amigos. En alg¨²n momento posterior fuimos tambale¨¢ndonos hacia el estudio de arte, donde me sent¨ª hechizado por los objetos que all¨ª vi, todos ellos reconocibles por las novelas: anguilas de bronce, lenguados de terracota, grabados a punta seca de un ni?o aporreando un tambor de hojalata. Le envidiaba por su don para el arte casi m¨¢s de lo que le admiraba por su genio literario. ?Qu¨¦ maravilla, al final de un d¨ªa dedicado a la escritura, bajar la calle andando y convertirte en otro tipo de artista! Tambi¨¦n dise?aba las portadas de sus propios libros: perros, ratas, sapos, que se trasladaban desde su pluma hasta sus cubiertas.
A partir de aquel encuentro todo periodista alem¨¢n con quien me encontraba me preguntaba por ¨¦l, y cuando les respond¨ªa que cre¨ªa que era uno de los dos o tres grandes escritores vivos del mundo algunos de estos periodistas mostraban un gesto de decepci¨®n y dec¨ªan: ¡°Bueno, vale, El tambor de hojalata s¨ª, pero ?no hace de eso mucho tiempo?¡±. A lo que yo intentaba contestar que, aunque Grass nunca hubiera escrito esa novela, sus otros libros habr¨ªan sido suficiente como para ganarse los elogios que yo le dedicaba, y el hecho de que adem¨¢s hubiese escrito El tambor de hojalata lo situaba entre los inmortales. Aquellos periodistas esc¨¦pticos parec¨ªan decepcionados. Hubieran preferido que dijera algo m¨¢s mal¨¦volo, pero no ten¨ªa nada mal¨¦volo que decir.
Le amaba por su escritura, por supuesto ¡ªpor su amor por los cuentos de Grimm que ¨¦l recre¨® con ropajes modernos, por el elemento de comedia negra que introduc¨ªa en su examen de la historia, por el tono juguet¨®n de su seriedad, por el coraje inolvidable con el que mir¨® a los ojos al gran mal de su ¨¦poca, y convirti¨® lo indecible en arte con may¨²sculas. (M¨¢s adelante, cuando la gente le atac¨® con maledicencias, nazi, antisemita, yo pens¨¦: que sean los libros los que hablen por ¨¦l, pues son las mayores obras maestras antinazis jam¨¢s escritas, y contienen pasajes sobre la ceguera elegida por los alemanes frente al Holocausto que ning¨²n antisemita ser¨ªa capaz de escribir jam¨¢s).
Por su setenta cumplea?os muchos escritores (Nadine Gordimer, John Irving y la plana mayor de la literatura alemana al completo) se reunieron para cantar sus alabanzas en el teatro Thalia de Hamburgo, pero lo que mejor recuerdo es que cuando acabaron las loas, empez¨® la m¨²sica, el escenario del teatro se convirti¨® en una pista de baile y Grass se revel¨® como un maestro de lo que yo llamo baile agarrado. Sab¨ªa bailar el vals, la polka, el foxtrot, el tango y la gavota, y parec¨ªa que todas las chicas m¨¢s guapas de Alemania estuvieran haciendo cola para bailar con ¨¦l. Mientras daba vueltas y giraba y se agachaba jubilosamente, comprend¨ª que ¨¦l era esto precisamente: el gran bailar¨ªn de la literatura alemana, bailando a trav¨¦s de los horrores de la historia hacia la belleza de la literatura, sobreviviendo al mal gracias a su gracia personal, y tambi¨¦n a un sentido de lo rid¨ªculo propio de un c¨®mico.
A esos periodistas que quer¨ªan que yo hablara mal de ¨¦l en 1982 les dije: ¡°Tal vez tenga que morir para que ustedes comprendan al gran hombre que han perdido¡±. Ese momento ahora ha llegado. Espero que lo hagan.
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