Cuando las madres tiraban al r¨ªo a sus hijos
Alemania recuerda la oleada de suicidios en los ¨²ltimos meses de la II Guerra Mundial
El documento es estremecedor. 28 p¨¢ginas repletas de nombres acompa?ados de la fecha y el motivo de su muerte. Elegida una al azar, aparecen varias familias ¡ªlos Gaut, los Schubert (madre e hija), los Rienaz (tambi¨¦n madre e hija)¡¡ª. Todos fallecieron el 8 de mayo de 1945. Y todos por una misma causa: suicidio. Estamos en el Museo Regional de Demmin, una peque?a ciudad del noreste de Alemania que estos d¨ªas revive sus d¨ªas m¨¢s dram¨¢ticos. En los ¨²ltimos meses de la Segunda Guerra Mundial, cuando la victoria final tantas veces anunciada por Adolf Hitler parec¨ªa cada vez m¨¢s irreal y el Ej¨¦rcito Rojo acechaba, entre 700 y 1.000 ciudadanos de Demmin ¡ªque entonces ten¨ªa unos 15.0000 habitantes¡ª prefirieron morir antes que vivir en un mundo en el que los nazis no gobernaran. Fue el mayor suicidio masivo en la historia de Alemania.
B?rbel Schreiner, entonces una ni?a de seis a?os, estuvo a punto de caer v¨ªctima de esa locura colectiva. Pero su hermano consigui¨® que su madre no hiciera con los dos ni?os lo que tantos padres hac¨ªan esos d¨ªas. ¡°Mam¨¢, nosotros no, ?verdad?¡±, recuerda Schreiner que dijo su hermano, mientras observaba el r¨ªo Peene, repleto de cad¨¢veres. ¡°Todav¨ªa me acuerdo del agua enrojecida por la sangre. Sin esas palabras, estoy convencida de que mi madre nos habr¨ªa ahogado a los dos¡±, asegura con la voz entrecortada esta mujer de 76 a?os.
El caso de Schreiner no fue excepcional. Una ola de suicidios recorri¨® Alemania entre enero y mayo de 1945. No existen cifras exactas, pero los historiadores calculan que entre 10.000 y 100.000 personas tomaron esta decisi¨®n. Al quitarse la vida, era habitual que los adultos se llevaran tambi¨¦n a sus hijos. Es lo que hizo Joseph Goebbels, ministro de Propaganda y canciller en los ¨²ltimos d¨ªas del III Reich, cuando ¨¦l y su mujer, Magda, envenenaron a sus seis hijos.
Se ha escrito mucho sobre la inmolaci¨®n de los l¨ªderes nazis. Adem¨¢s de Hitler, del que el pr¨®ximo 30 de abril se cumplir¨¢ el 70 aniversario de su muerte, y de Goebbels, tambi¨¦n se quit¨® la vida el jefe de las temibles SS, Heinrich Himmler. Pero hasta ahora no se hab¨ªa prestado demasiada atenci¨®n a los ciudadanos de a pie que siguieron el destino de sus fan¨¢ticos l¨ªderes. Precisamente ese desconocimiento sobre la tragedia que vivieron miles de personas an¨®nimas llev¨® al historiador Florian Huber a escribir Hijo, prom¨¦teme que te vas a disparar. El ¨¦xito del libro, que en dos meses ha vendido m¨¢s de 20.000 ejemplares, ha sorprendido incluso al autor.
¡°Estudi¨¦ historia y nunca hab¨ªa o¨ªdo hablar de este episodio tr¨¢gico. Un d¨ªa, vi en un libro un pie de p¨¢gina que mencionaba la oleada de suicidios de los ¨²ltimos meses de la guerra y decid¨ª investigar¡±, explica en una cafeter¨ªa berlinesa. Pero, ?qu¨¦ es lo que llev¨® a estos hombres y mujeres de a pie a pegarse un tiro, colgarse de un ¨¢rbol o a tirarse al r¨ªo m¨¢s cercano? ?Miedo por las represalias de los vencedores? ?Fanatismo nazi? ?O sentimiento de culpa por las tropel¨ªas de 12 a?os de nacionalsocialismo y seis de guerra? ¡°Una mezcla de todos estos factores. Tambi¨¦n influy¨® un efecto psicol¨®gico que convierte el suicidio en algo contagioso, casi como una infecci¨®n. Si ves que en esta cafeter¨ªa todo el mundo empieza a matarse, a lo mejor te lo plantear¨ªas t¨² tambi¨¦n¡±, responde.
¡°Mam¨¢, nosotros no¡±, dijo el hermano de Schreiner al ver los muertos en el r¨ªo
La epidemia suicida se extendi¨® por muchos rincones de Alemania, ?pero por qu¨¦ afect¨® sobre todo a algunas zonas, como el este del pa¨ªs, y muy especialmente a lugares como Demmin? Huber desgrana la mezcla de circunstancias hist¨®ricas y geogr¨¢ficas que convirtieron esa localidad en una ratonera de la que era imposible escapar. ¡°Rodeada por tres r¨ªos, forma una especie de pen¨ªnsula. En su huida, los jerarcas nazis dinamitaron los tres puentes existentes. As¨ª que cuando llegaron los sovi¨¦ticos, no pod¨ªan seguir avanzando. Los soldados del Ej¨¦rcito Rojo llegaron el 30 de abril, deseosos de abandonar pronto Demmin para celebrar la fiesta del 1 de mayo¡±, explica.
Justo el mismo d¨ªa en el que Hitler se pegaba un tiro en su b¨²nker en Berl¨ªn, los soldados rojos quemaban Demmin y cund¨ªa el p¨¢nico. Los a?os de guerra, las ganas de revancha y la bebida que corri¨® esa noche fomentaban la violencia de los sovi¨¦ticos. El resultado de este c¨®ctel fue tremendo. Huber asegura que los r¨ªos hicieron de cementerios durante semanas; y que los trabajos para sacar los cuerpos del agua se alargaron entre mayo y julio de ese a?o. ¡°Los testigos recuerdan a gente colgada en los ¨¢rboles por todas partes¡±, a?ade.
Una mezcla de fanatismo nazi, miedo y contagio explica la locura colectiva
El sufrimiento de los civiles alemanes durante la guerra ¡ªya sean las violaciones de mujeres o los bombardeos de ciudades como Potsdam, del que esta semana se han cumplido 70 a?os¡ª es un tema complejo. Es indudable que muchos inocentes padecieron las consecuencias, pero tambi¨¦n este sufrimiento sirve de agarradero para los neonazis, que siguen tratando de confundir e igualar el dolor del pueblo agresor con el de los agredidos.
Eso mismo ocurre a¨²n hoy en Demmin. Desde hace una d¨¦cada, cada 8 de mayo, d¨ªa de la capitulaci¨®n, un peque?o grupo de manifestantes cercano al partido de ultraderecha NPD recuerdan a las v¨ªctimas alemanas. ¡°Durante los a?os del comunismo, este era un tema tab¨². Nadie quer¨ªa recordar las violaciones o cr¨ªmenes cometidas por los soldados que nos liberaron del fascismo. Y ahora los neonazis tambi¨¦n utilizan el dolor pasado para sus fines¡±, explica Petra Clemens, la directora del museo, rodeada de vestigios de la historia de la zona. En esta castigada ciudad del este alem¨¢n, el paro afecta al 17% de la poblaci¨®n (un porcentaje alt¨ªsimo para un pa¨ªs en el que la media est¨¢ en el 6,9%) y el alcoholismo hace mella.
Demmin fue quiz¨¢s el caso m¨¢s extremo de locura colectiva que invadi¨® al pa¨ªs en los primeros meses de 1945, pero no el ¨²nico. En Berl¨ªn se registraron ese a?o 7.000 suicidios, de los que casi 4.000 se produjeron en el mes de abril. En su libro, Huber recoge testimonios de aquellos que asociaron a sus propias vidas el fin del nacionalsocialismo. Como el profesor Johannes Theinert y su mujer Hildegard, que comenzaron a escribir un diario en 1937, al a?o siguiente de casarse. La ¨²ltima entrada est¨¢ fechada el 9 de mayo de 1945. ¡°La crisis se acaba. Las armas callan¡±, anota Hildegard. Ese mismo d¨ªa, Johannes dispar¨® a su mujer y despu¨¦s a s¨ª mismo. La ¨²ltima entrada del diario que alguien encontr¨® tras su muerte dec¨ªa: ¡°?Qui¨¦n se acordar¨¢ de nosotros, qui¨¦n sabr¨¢ c¨®mo hemos acabado? ?Tienen estas l¨ªneas alg¨²n sentido?¡±.
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