Cenizas
¡°?Me va usted a so?ar?¡±, le espet¨® una bella mexicanita al entonces exiliado Jos¨¦ Bergam¨ªn
¡°?Me va usted a so?ar?¡±, le espet¨® una bella mexicanita al entonces exiliado Jos¨¦ Bergam¨ªn (1898-1983), ante la arrobada quietud contemplativa de ¨¦ste al ser sobrepasado por ella, dej¨¢ndole sin respuesta. Muchos a?os despu¨¦s de este lance, cuando de nuevo se qued¨® ahora pasmado ante una joven donostiarra, Bergam¨ªn le relat¨® la precedente an¨¦cdota a su acompa?ante en ese momento, el editor y escritor Manuel Arroyo-Stephens, que la reproduce en su reciente libro Pisando ceniza (Turner), un t¨ªtulo desde luego muy espa?ol, y por el que desfilan otros personajes, a su vez, muy espa?oles; esto es: rebeldes, esquinados, contumaces, refractarios, pose¨ªdos por un extravagante genio singular. Da igual cu¨¢l fuera, como quien dice, su oficio o su beneficio: un librero de lance, un torero gitano o el mism¨ªsimo escritor y pol¨ªtico madrile?o, al que Arroyo le presta una m¨¢s honda y dram¨¢tica atenci¨®n, pues lo frecuent¨® durante sus ¨²ltimos a?os, cuando casi todo el mundo le dio la espalda por sus desplantes y, despechado, se refugi¨® en un autoexilio vasco. Una especie en extinci¨®n, en todo caso, esa de los espa?oles montaraces, cuya memoria ahora se rescata, con buena templanza literaria para lo elegiaco, en Pisando ceniza, que esconde esa sutil forma autobiogr¨¢fica por la que alguien se revela a s¨ª mismo a trav¨¦s del relato de las haza?as de otros.
De parecido corte discreto, F¨¦lix de Az¨²a ha publicado, casi a la par con la anterior, G¨¦nesis (Mondadori), que puede considerarse como su tercera autobiograf¨ªa encubierta, tras las significativamente tituladas Autobiograf¨ªa sin vida y Autobiograf¨ªa de papel, donde revisaba respectivamente sus pasiones art¨ªsticas y literarias, los dos ejes sobre los que ha girado indudablemente la existencia de este formidable y vers¨¢til escritor. En G¨¦nesis, sin embargo, se entremezclan los relatos: por una parte, el de una interpretaci¨®n del primer libro del Pentateuco, y, por otra, el de la historia novelada de un vasco exiliado en Venezuela tras nuestra Guerra Civil. En cualquier caso, cuando este par de g¨¦neros superpuestos se van engranando entre s¨ª hasta casi fusionarse, se alumbra un ep¨ªlogo en el que el autor da la cara, incluyendo su propia experiencia personal en este intrincado enredo del fatal destino de la maldita raza humana, cuyo sentido solo se atisba desde el momento y hora de su m¨ªtica creaci¨®n. ¡°Porque¡±, como apunta De Az¨²a casi al final de su libro, ¡°no hay remedio para nuestra miseria, excepto el que nos proporciona la vitalidad exaltada que solemos llamar obra de arte y que puede ser un cuarteto de cuerda, pero tambi¨¦n el baile de los condenados a muerte sobre su propia tumba. Es la ¨²nica afrenta al Creador de la que no puede defenderse. Nuestro particular ed¨¦n¡±.
Es casi ¨¦ste el mismo colof¨®n melanc¨®lico con el que Arroyo concluye su relato en directo como epitafio de la pasi¨®n del atrabiliario y sagaz Bergam¨ªn, ocurrente hasta la muerte: ¡°Sol¨ªa decir que no se mor¨ªa porque no ten¨ªa donde caerse muerto, y porque no cre¨ªa en la resurrecci¨®n de la carne, porque ¨¦l solo ten¨ªa huesos. Ya no ten¨ªa ni una cosa ni otra, era puro verso y memoria¡±. ?Justo: la memoria hecha verbo! Como en el c¨¦lebre soneto de Quevedo, cuando, en la hora de la desafecci¨®n, se ve hecho polvo, pero un polvo que se redime como huella de lo que ha ardido, alcanzando de esta manera la inmortal transformaci¨®n de ser las cenizas de un amor fogoso. En ese mismo venero espa?ol, si ¡°la vida es sue?o¡±, habr¨¢ que saber so?ar con arte, intempestivamente, como le exigi¨® al poeta trasterrado la coqueta jovencita mexicana al salirle al paso, dej¨¢ndole mudo de admiraci¨®n.
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