Punk Distrito Federal
Una exposici¨®n reivindica el fen¨®meno cultural del punk como una historia de esperanza para los j¨®venes de los barrios m¨¢s duros
Pablo Hern¨¢ndez tiene tatuada una calavera en su mu?eca izquierda para no olvidarse de la muerte. Para no olvidar a sus amigos Manolito, Juan Carlos y Morro. Sus camaradas de la pandilla Mierdas Punk, ca¨ªdos durante las broncas a balazos y navajas entre bandas juveniles del M¨¦xico de los ochenta. Como aquella vez que los Ojos Rojos, ¡°unos salseros discolocos¡±, les atacaron en plena calle. ¡°Vienen a por nosotros y empiezan a tirar ?pum, pum! Yo agarro a un ni?o y le doy el volteo para que no le alcancen. Entonces siento algo bien caliente y pierdo la consciencia. Estuve 15 d¨ªas en el hospital. El doctor me dec¨ªa ?con qui¨¦n hiciste el pacto, cabr¨®n? Este balazo era para morirse¡±.
Aquel d¨ªa Hern¨¢ndez llevaba su cresta de colores en la cabeza y un parche cosido en la chamarra que dec¨ªa ¡°Renovarse o morir¡±. Hoy doma su pelo hirsuto con gomina, sigue tocando con su una banda de punkrock, Los G¨¦rmenes, y habla despacio de aquellos tiempos agitados detr¨¢s de unas gafas con montura de pasta. A sus 46 a?os, es el gran documentalista de la escena de la capital del pa¨ªs y ha cedido una parte de su colecci¨®n ¡ªvinilos, casetes, carteles, etc¡ª al Museo Universitario del Chopo para armar la retrospectiva Demo Punk: alternativa y resistencia.
Uno oye punk y suele pensar en el clich¨¦ de adolescentes enfurru?ados viviendo deprisa, en Sid Vicious mof¨¢ndose de la reina de Inglaterra, en las noches lascivas y t¨®xicas de Nueva York o en Patti Smith recitando a Rimbaud. Pero en M¨¦xico el punk no fue precisamente una performance en una galer¨ªa de arte. La censura hab¨ªa prohibido los conciertos y el rock en la radio desde el Festival de Av¨¢ndaro de 1971. Los bailes en cueros de una joven hippy y las odas a la marihuana de algunas bandas trastornaron a las autoridades. Decidieron desde entonces que el DF no era Woodstock y que M¨¦xico no era pa¨ªs para el rock and roll.
Desde ning¨²n lugar al que pertenecer, el deseo de ser punk constru¨ªa un espacio de socializaci¨®n
Los primeros encuentros punk cargaban con una doble condena: por marginales y por clandestinos. Grupos con nombres como Descontrol, Masacre o S¨ªndrome se juntaban a tocar en el patio trasero de alguna casa, en un descampado o en medio de la acera. Hern¨¢ndez recuerda lo que pasaba cuando llegaba la polic¨ªa. ¡°Te cargaban arriba de la patrulla. Te daban unos cachetadones. Algunos lloraban porque les cortaban las mohicanas. Entonces no exist¨ªan los derechos humanos ni la tolerancia. Te ve¨ªan mugroso y te agarraban. Ahora la polic¨ªa es m¨¢s educada, pero en ese tiempo era una barbarie¡±.
Era los tiempos de un PRI a¨²n muy autoritario. Las sombras de la matanza de Tlatelolco en el 68 y la represi¨®n estudiantil del Halconazo del 71 segu¨ªan presentes. ¡°En la Ciudad de M¨¦xico gobernaba el regente priista Uruchurtu, recordado por la mano dura. Si eras joven y te vest¨ªas raro, pod¨ªas estar en problemas¡±, cuenta la curadora de la exposici¨®n Brenda Caro. Etiquetas como chavo banda y chavo punk serv¨ªan para vigilar y castigar. Eran muchachos de los entornos urbanos m¨¢s duros y deprimidos de la ciudad como San Felipe, San Bartolo, Rosario o Santa Fe; o de las barriadas perif¨¦ricas como Ecatepec o Ciudad Neza.
En su trabajo de curadur¨ªa, Caro marca sin embargo una l¨ªnea divisoria. ¡°Muchos de esos j¨®venes, inmersos en procesos de fuerte inequidad, social, pol¨ªtica y econ¨®mica encontraron en la m¨²sica un veh¨ªculo para reivindicar su identidad. Esto distanciaba mucho al chavo punk del chavo banda o pandillero¡±. Desde ning¨²n lugar al que pertenecer, el deseo de ser punk constru¨ªa un espacio de socializaci¨®n. Bandas de m¨²sica, colectivos militantes o grupos de afinidad donde tejer el principio de una historia individual y comunitaria. El propio museo del Chopo jug¨® un papel crucial. Durante tres d¨¦cadas sus paredes han acogido desde el c¨¦lebre tianguis cultural (un mercado ambulante de discos) hasta conciertos, jornadas, talleres sobre pol¨ªtica, g¨¦nero, ecolog¨ªa o derechos humanos.
Hern¨¢ndez a¨²n guarda la bala que los Ojos Rojos le colocaron debajo de un pulm¨®n. ¡°Sigue ah¨ª. Me hicieron un bombeo, me drenaron pero no la pudieron sacar. Yo me siento bien pero qui¨¦n sabe cu¨¢l sea mi final. Por ahora, lo vivo chido. Al final est¨¢s aqu¨ª por algo. Son secuelas del mismo pasado. Como dec¨ªa Garc¨ªa M¨¢rquez, vive uno para contarla¡±.
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