Mozart en el Bronx
Creo que nunca he disfrutado tanto en una ¨®pera. La limitaci¨®n de medios del montaje acent¨²a la fuerza po¨¦tica, la liviandad ilusionada y burlesca de una comedia de enredo
Ala entrada de la DeWitt Clinton High School en el Bronx hay un arco detector de metales. Por los pasillos espaciosos y largos patrullan a veces polic¨ªas de uniforme. La De?Witt Clinton es uno de los grandes institutos de ense?anza media de Nueva York, por su tama?o y por el n¨²mero de sus alumnos, y tambi¨¦n por los nombres de algunos de los que se graduaron aqu¨ª: James Baldwin, Ralph Lauren, cuando a¨²n le faltaba mucho para ser multimillonario y llevaba un apellido nada anglosaj¨®n. La s¨ªlaba ¨²nica de su nombre tiene una sonoridad alarmante, pero el Bronx es un barrio muy variado en su enormidad, con zonas pobres y muy degradadas y otras anchurosas y abiertas, ricas de vida popular. En el Bronx hay un zool¨®gico admirable por su riqueza y por el buen trato que reciben los animales, y un jard¨ªn bot¨¢nico tan extenso como un gran bosque y como unos jardines de Versalles y un Hyde Park, todo al mismo tiempo. La DeWitt Clinton High School se levanta en un paraje as¨ª, al lado del gran parque y en el centro de una llanura de c¨¦sped y de ¨¢rboles altos que ahora empiezan tard¨ªamente a echar brotes de un verde muy tierno, despu¨¦s del invierno tan largo. El edificio se construy¨® a finales de los a?os veinte, en ese art d¨¦co de la ¨¦poca del new deal al que pertenece una parte de la mejor arquitectura de la ciudad: edificios p¨²blicos de una magnificencia generosa, escuelas, oficinas de correos, bloques de viviendas sociales, centros de la Administraci¨®n federal o municipal.
Como tantos de ellos, la DeWitt Clinton High School, a pesar de la solidez de su construcci¨®n, revela el deterioro del paso del tiempo, la penuria que aqu¨ª contamina todo lo que sea p¨²blico, en una ¨¦poca en la que ha desaparecido sin rastro aquel impulso de las grandes obras civiles, de los puentes a las estaciones ferroviarias. Para un defensor algo iluso de la ense?anza media, la nobleza de las proporciones de esta escuela reconforta el alma. Los ventanales muy grandes, abiertos a las zonas boscosas y a las torres cercanas; los techos altos; las estanter¨ªas y las mesas y sillas de la gran biblioteca labradas en una madera s¨®lida y oscura; los murales sobre la historia del mundo o la de Nueva York pintados en ese realismo vigoroso de los a?os treinta.
Los alumnos de DeWitt Clinton vienen de las zonas m¨¢s pobres de la ciudad. Algunos nunca han estado en un teatro, ni en un cine
Los alumnos de esta escuela vienen de las zonas m¨¢s pobres y de las vidas familiares m¨¢s dif¨ªciles de la ciudad. Se ven muy pocos blancos, casi ning¨²n rubio. Hay muchos negros, hispanos, asi¨¢ticos, unos nacidos aqu¨ª de padres emigrantes, otros llegados de ni?os. Una sala ha sido destinada a guarder¨ªa. Las chicas pobres tienen hijos muy pronto. Una profesora de literatura, que tiene el aire de dignidad y fatiga tan propio de su oficio, me cuenta que DeWitt Clinton ya no es ni mucho menos tan peligrosa como lleg¨® a ser en otras ¨¦pocas. Me ense?a, no sin orgullo, el aula donde da sus clases. Todo es austero y gastado, y en todo hay una vibraci¨®n de energ¨ªa, ahora que el aula se est¨¢ llenando de alumnos. Pegados por las paredes hay poemas copiados a mano: Whitman, Elizabeth Barrett Browning, Shakespeare, Neruda. Pero yo he venido a hablar de Mozart.
Mi amiga Paula Deitz, la editora de la Hudson Review, me ha embarcado en este viaje. La revista es un trimestral literario que fund¨® en los a?os cuarenta el marido de Paula, el poeta Frederick Morgan. Con ese activismo c¨ªvico que es una de las cosas admirables del pa¨ªs, Paula y la Hudson Review organizan un programa titulado Writers in School: escritores o artistas que colaboran con la revista dan charlas sobre su trabajo a estudiantes en escuelas p¨²blicas de barrios trabajadores y a veces los acompa?an en excursiones a museos o salas de conciertos de la ciudad.
Yo he venido a hablar de Mozart porque, dentro de unos d¨ªas, 30 de estos alumnos de ¨²ltimo a?o de la DeWitt Clinton van a asistir, por primera vez en sus vidas, a una funci¨®n de ¨®pera: Las bodas de F¨ªgaro, en Lincoln Center, montada por profesores y estudiantes de la Juilliard School. Me escuchan en silencio, muy formales, sentados cada uno detr¨¢s de su pupitre, cada uno y cada una con una historia inscrita en la cara joven y severa. La profesora me ha contado algunas. Uno de los m¨¢s brillantes ha pasado varios a?os viviendo con su familia en un albergue de indigentes. Es tan bueno y tiene tanta vocaci¨®n que lo han aceptado en Princeton y ha recibido una beca de la Fundaci¨®n Gates.
El descaro de los personajes populares est¨¢ en el trabajo de los cantantes, con caras de cualquier sitio. Susanna es china; F¨ªgaro, negro
Les hablo de la ¨¦poca en que la ¨®pera fue compuesta, y del v¨ªnculo entre la vida de Mozart y el argumento, la posici¨®n subordinada de los m¨²sicos en la servidumbre de los arist¨®cratas, la rebeld¨ªa del compositor joven que ya no soporta la autoridad desp¨®tica de quienes no tienen m¨¢s m¨¦rito que su nacimiento y su t¨ªtulo. Lo que quer¨ªa disfrutar Mozart, igual que F¨ªgaro y que los personajes sometidos de la ¨®pera, sirvientes y mujeres, es lo mismo que consign¨® justo por aquellos a?os Thomas Jefferson en la Declaraci¨®n de Independencia: la vida, la libertad, la b¨²squeda de la felicidad.
Voy con ellos unos d¨ªas despu¨¦s al teatro de la Juilliard School. Algunos nunca han estado en un teatro, ni en un cine: la profesora, al darles las entradas, les informa que en cada una de ellas est¨¢ la fila y el n¨²mero del asiento. El pelot¨®n de adolescentes de caras oscuras o hisp¨¢nicas y ropas coloridas de barrio contrasta mucho con el p¨²blico habitual de la ¨®pera.
Quienes se les parecen son los m¨²sicos en el foso de la orquesta y los cantantes sobre el escenario: muy j¨®venes, muy concentrados, con caras de cualquier sitio del mundo. Susanna es china; F¨ªgaro, sudafricano negro.
Creo que nunca he disfrutado tanto en una ¨®pera. La limitaci¨®n de medios del montaje acent¨²a la fuerza po¨¦tica, la liviandad ilusionada y burlesca de una comedia de enredo en la que la m¨²sica es tan exquisita que parece, como dijo Haydn, que uno estuviera escuch¨¢ndola en sue?os. Se nota mucho, y con alivio, la ausencia de un director estrella dedicado a llamar la atenci¨®n sobre s¨ª mismo. Los figurines est¨¢n delicadamente inspirados en Chardin y en los cartones para tapices de Goya. La pura energ¨ªa f¨ªsica y el descaro de los personajes populares est¨¢n en el trabajo entregado de los cantantes y de los m¨²sicos, y su onda expansiva llega a las filas del p¨²blico y sobre todo a esta esquina de la sala en la que me siento rodeado por los estudiantes del Bronx. R¨ªen a carcajadas y aplauden con fervor partidista a los buenos. Cuando se encienden las luces en el intermedio veo sus caras brillantes de incredulidad, de alegr¨ªa, la alegr¨ªa contagiada de Mozart. Recuerdan algunas de las cosas que hab¨ªamos hablado durante la clase; se preguntan qu¨¦ pasar¨¢ a continuaci¨®n; nos apretamos para salir juntos en una foto de m¨®vil. Suenan los timbres de llamada y hay que volver a la sala. Una chica me dice muy seria y muy feliz que no olvidar¨¢ nunca este d¨ªa.
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