El gestor de mitolog¨ªas

En el cl¨ªmax de Los Vengadores ¡ªfranquicia de franquicias, primera pel¨ªcula-encrucijada en el megafollet¨ªn que va construyendo Marvel Studio blockbuster a blockbuster¡ª, el director Joss Whedon tuvo una ocurrencia estil¨ªstica brillante: un plano secuencia ¡ªo, m¨¢s bien, su simulacro digital¡ª que relacionaba a todos los h¨¦roes en plena acci¨®n, buscando un equivalente cin¨¦tico a ese recurso visual ¡ªla splash-page¡ª que el comic-book de s¨²perh¨¦roes inmortaliz¨® como acento enf¨¢tico para amplificar la espectacularidad y congelar la ¨¦pica al modo de un colosal conjunto escult¨®rico. Los Vengadores: la era de Ultr¨®n se abre con un apabullante momento de acci¨®n en plano secuencia y se cierra, de manera no menos significativa, con las tomas de un grupo escult¨®rico que eterniza a sus personajes en plena batalla: a Whedon, consciente de cu¨¢les son las fortalezas de su toque particular, tampoco se le escapan las implicaciones conceptuales de sus puntuales gestos barrocos.

En un momento culminante de ese pr¨®logo, los rostros de los Vengadores, tensados por la furia, se alinean en lo que parece gui?o directo a la crispaci¨®n expresiva de una portada Marvel de ¨²ltima generaci¨®n. Habr¨¢ a quien poco le importe que, en ese plano secuencia sint¨¦tico, resulte m¨¢s que evidente que lo ¨²nico que est¨¢ en juego son meros maniqu¨ªes digitales: en ese universo de (evidente) artificio, ni ha habido especialista que haya arriesgado la vida, ni operador de c¨¢mara al que aplaudir un esfuerzo hom¨¦rico. La distancia entre ese espejismo de plano-secuencia y uno real es, en el fondo, la misma que hay entre Los Vengadores: la era de Ultr¨®n y¡­ una pel¨ªcula de verdad, entendiendo a esta como aquel territorio donde un director tiene espacio para la decisi¨®n creativa y el espectador encuentra un ¨¢mbito para la sorpresa. La reiteraci¨®n (casi desesperada) del ¨²nico recurso formal significativo de Los Vengadores en esta secuela delata que aqu¨ª Whedon es m¨¢s un gestor ¡ªel puente entre una mitolog¨ªa y sus fans- que un cineasta. Pedir que, adem¨¢s, fuera un poeta ¡ªcomo lo fueron Jack Kirby, Neal Adams y Jim Steranko¡ª ser¨ªa demasiado.

Whedon aplica su f¨®rmula m¨¢gica ¡ªdi¨¢logos supuestamente afilados (casi una screwball comedy de la egolatr¨ªa) e hiperb¨®licas secuencias de acci¨®n, con, ahora, unas gotas de pompa filos¨®fica de baja graduaci¨®n¡ª, gratificando a incondicionales con gui?os de conocimiento enciclop¨¦dico y aturdiendo al resto a golpe de incesante est¨ªmulo espectacular. La estrategia funciona y quiz¨¢ es dif¨ªcil imaginar, en estos t¨¦rminos, una versi¨®n mejor, pero es ficci¨®n audiovisual a la medida de quien va a las salas a comprobar, no a descubrir.