Ojo con ¨¦l
Los pecios de Rafael S¨¢nchez Ferlosio, reunidos en su libro 'Campo de retamas', no son los residuos superficiales de su prosa, sino que brillan por s¨ª solos
Dec¨ªa Nietzsche que los aforismos deben ser cumbres, de tal manera que la lectura de un libro de sentencias habr¨ªa de causar en el esp¨ªritu la impresi¨®n de ir saltando de pico en pico, prescindiendo del trabajo afanoso y arriesgado de la subida y del interminable y tedioso proceso de descenso, de tal modo que quien lee se vea siempre sorprendido por la f¨®rmula, no sabiendo nunca ¡°c¨®mo ha llegado all¨ª¡± ni tampoco c¨®mo podr¨¢ coronar la cumbre siguiente sin despeinarse, con el mismo gesto elegante y despreocupado con el que David Niven y Cantinflas, en la versi¨®n cinematogr¨¢fica de La vuelta al mundo en ochenta d¨ªas, utilizan al pasar junto a ellas la providencial nieve de las monta?as para enfriar una botella de champ¨¢n que, c¨®mo no, llevaba preparada en la despensa del globo. En este sentido, puede que los aforismos de Nietzsche pertenezcan a la misma estirpe que los de La Rochefoucauld e incluso que los de Lichtenberg, pero est¨¢ claro que su linaje no es el mismo que el de los pecios de Rafael S¨¢nchez Ferlosio, espl¨¦ndidamente reunidos en su ¨²ltimo libro, Campo de retamas.
El hecho de que un pecio sea, t¨¦cnicamente, el resto de un naufragio, nos indica solamente que no es una ¡°sentencia¡±, t¨¦rmino que ¡ªpara empezar, en su acepci¨®n judicial¡ª sugiere la confecci¨®n de un veredicto resolutorio e inapelable, aunque nos hurte toda la larga y compleja instrucci¨®n del sumario que ha llevado a esa conclusi¨®n. Una sentencia es siempre un ¨¦xito, la salida terminante y acabada de un proceso (pues un proceso judicial interminable, sin declaraci¨®n de culpabilidad o de inocencia y sin reparto de responsabilidades, como los que a menudo parecen tener lugar en nuestros tribunales, va siempre acompa?ado, para nosotros, de una resonancia angustiosa y kaf?kiana de fracaso, de expectativas insatisfechas). Los pecios de S¨¢nchez Ferlosio tienen m¨¢s bien el aire de un comienzo, de un incipit, de una incoaci¨®n de final incierto que, ciertamente, arroja una luz sobre el asunto que trata, pero no es la del rel¨¢mpago o el fogonazo de una iluminaci¨®n deslumbrante y definitiva que localiza en la oscuridad el blanco posible de un disparo, sino m¨¢s bien la de ¡°una bombilla temblorosa e imp¨¢vida, desafiando la ominosa noche, en la ciudad bajo los bombarderos¡±, como dice uno de ellos. Y, si alg¨²n parentesco se les hubiera de buscar, ser¨ªa m¨¢s bien con escritos del tipo de las Voces de Antonio Porchia (¡°La verdad tiene muy pocos amigos, y los muy pocos amigos que tiene son suicidas¡±) o de los Pensamientos despeinados de Stanislaw Jerzy Lec?(¡°Es dif¨ªcil andar con la cabeza alta sin darse aires¡±).
Lo subordinado se insubordina contra lo principal; los desv¨ªos aparentemente secundarios son lo m¨¢s importante
Se ha dicho a veces que los pecios de S¨¢nchez Ferlosio son como ¡°la otra cara¡± de su escritura, la vertiente parat¨¢ctica, breve, directa e inmediata de una prosa habitualmente cargada de subordinaciones, intrincados vericuetos y prolijos ap¨¦ndices que dibujan un mapa de pensamiento lleno de laberintos. Pero es posible que esta contraposici¨®n sea en s¨ª misma artificial, como la que su autor denuncia a menudo en el presuntuoso contraste entre lo profundo y lo superficial. Quiero decir que estos pecios no son los residuos ¡°superficiales¡± de una prosa que, en otras manifestaciones, enunciar¨ªa un pensamiento m¨¢s ¡°profundo¡±, no son maneras comprimidas de expresar lo que en otros textos se dice con mayor escrupulosidad. Es m¨¢s, ni siquiera creo que pueda decirse que son construcciones sint¨¢cticas ¡°directas¡±. Si en alg¨²n sentido son ¡°restos¡± de algo, podr¨ªa sostenerse que son m¨¢s bien frases subordinadas sueltas y perdidas de su contexto, al que han dejado de necesitar para brillar por s¨ª solas como esa bombilla temblorosa reci¨¦n citada, frases accesorias emancipadas de su conexi¨®n con la principal como retamas que, en lugar de ofrecerse como simple combustible para hornos que cocinan discursos de relleno o masticables para lectores iracundos, se convierten en extra?as flores de racimo, formaciones de malas hierbas que adquieren una inesperada belleza, ¡°flores del mal¡± de un conocimiento impensado. Y en ese punto muestran un elemento fundamental del ¡°m¨¦todo¡± de esta escritura, a saber, que en ella lo subordinado se insubordina contra lo presuntamente principal y adquiere un protagonismo inhabitual, que los desv¨ªos aparentemente secundarios son en ella lo m¨¢s importante, y el ¡°argumento¡± general solamente un pretexto, como cuando su autor ¡°comenta¡± textos period¨ªsticos, coplas populares o f¨®rmulas ideol¨®gico-propagand¨ªsticas. Y si lo de ¡°m¨¦todo¡± hay que ponerlo entre comillas es porque esta transformaci¨®n no ocurre nunca de modo deliberado, sino que acontece justamente como un naufragio que arruina el equilibrio argumental o al menos lo torpedea, como el resultado imprevisible pero irremediable que impide al jardinero podar del todo las excrecencias improductivas que invaden los cultivos, porque a menudo encuentra algo m¨¢s y algo diferente de lo que cre¨ªa estar buscando. La escritura de S¨¢nchez Ferlosio nunca es ¡°profunda¡± en el sentido de ¡°oscura¡± o de ¡°solemne¡±; puede ser dif¨ªcil, pero nunca abandona la claridad.
Tambi¨¦n por ello es corriente, tanto a prop¨®sito de los pecios como de los ensayos, subrayar la ¡°originalidad¡± de S¨¢nchez Ferlosio, extremo este que con raz¨®n suele indignarle. Porque su obra est¨¢ tan vinculada a la trama viva de nuestra tradici¨®n cultural que exhibe siempre la inconfundible condici¨®n de lo impersonalmente originario, sin tener que depender para nada de la ¡°originalidad¡± literaria caracter¨ªstica del estilo personal, invariablemente obsesionada por la novedad y la distinci¨®n. Pero es completamente injusto hacer de Ferlosio un escritor ¡°raro¡±, ¡°heterodoxo¡± o (a¨²n peor) ¡°maldito¡±. Alguien dijo una vez que todas las grandes obras est¨¢n escritas en una suerte de ¡°lengua extranjera¡±, y no hay mayor elogio para un escritor que decir de ¨¦l que ha sido capaz de mostrarnos nuestra lengua como si fuera otra, de hacernos sentir extra?os a lo que decimos de tan inadvertido como nos pasa; pero en este caso no hay dudas de que esa lengua extranjera es el castellano llano, cuyo cuidado no consiste en salvaguardas acad¨¦micas, sino en el ejercicio sistem¨¢tico y continuado de la lengua para decir a alguien algo acerca de algo. Y, en este punto, S¨¢nchez Ferlosio sigue siendo un ejemplo cabal de lo que significa ser un escritor. Que eso se haya convertido en una ¡°rareza¡± deber¨ªa, como dec¨ªa cierto usuario de las tarjetas black pillado in fraganti, hacernos reflexionar.
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