Estonia como justicia po¨¦tica
La rep¨²blica b¨¢ltica presenta la pieza m¨¢s convincente con Suecia o Rusia como favoritas
Con el Festival de Eurovisi¨®n solo cabe la posibilidad de cometer un error de bulto: tom¨¢rselo en serio. Si sabemos mantener una distancia prudencial, esta entra?able tradici¨®n desde ahora sexagenaria constituye una oportunidad muy divertida para descubrir personajes estrafalarios, repasar rudimentos sobre geograf¨ªa (?tiene playa Azerbaiy¨¢n?), constatar nuestro limitado peso en el tablero internacional (aunque sin Uribarri los llantos nunca han vuelto a ser lo mismo) y, de paso, escuchar una avalancha de canciones enf¨¢ticas, a menudo horteras y ocasionalmente decentes.
Como la mujer barbuda del a?o pasado constituy¨® un hito insuperable del frikismo, en esta sexag¨¦sima edici¨®n prevalecen las canciones. Y las tres modalidades m¨¢s extendidas siguen siendo las gais (ese Golden boy postadolescente israel¨ª, la se?orona serbia que se marca una apoteosis final madonnesca, unos armenios que parecen Queen tras un atrac¨®n de Tolkien), las friendlies (tanto Francia como Hungr¨ªa, con la preciosa Wars for nothing, se decantan por himnos pacifistas) y las gay friendlies. Observen c¨®mo el modosito belga Lo?c Nottet acaba retozando por el suelo o la lozan¨ªa de esos tres italianos que juegan a ser Il Divo, pero con mayor querencia a¨²n por los agudos.
Barruntan en las casas de apuestas que el sueco Mans Zelmerl?w tiene todas las de ganar, aunque conviene avisar de que su Heroes, de estribillo escandalosamente coreable, no tiene nada de Bowie y s¨ª mucho de, ejem, David Guetta. Pero encaja con el radiante esp¨ªritu eurovisivo, esa banda sonora para historias beat¨ªficas en las que todos somos gente fenomenaaal. Si el buenrollismo dejara por un momento espacio a la justicia po¨¦tica, la ganadora deber¨ªa ser Estonia (?con qu¨¦ pa¨ªs limita al norte Estonia?) y su m¨¢s que notable Goodbye to yesterday, en la que un chico de cara rara y ojos bonitos (Stig R?sta) y una morena perturbadora (Elina Born) invitan a pasar p¨¢gina durante tres minutos en los que parecen confluir Chris Isaak, The Cardigans y Sondre Lerche. Rompamos una lanza por los estones, qu¨¦ demonios: de all¨ª son tambi¨¦n Ewert and The Two Dragons, una de las mejores bandas ignotas de las ¨²ltimas temporadas.
Cuesta bastante m¨¢s entender el predicamento de la rusa Polina Gagarina, aunque la profusi¨®n de banderitas arco¨ªris durante la realizaci¨®n (ch¨ªnchate, Vladimir) corrobora la tesis del p¨¢rrafo inicial. El problema de A million voices es el mismo que el de otros diez o doce temas participantes: parecen escritos por id¨¦ntico compositor, alg¨²n hombre o mujer que concibe baladas de inicios sosegados, in crescendos enf¨¢ticos y desembocadura en el mism¨ªsimo apocalipsis. La f¨®rmula es eficaz, pero cuando la volvemos a escuchar en labios de la representante albanesa, pen¨²ltima de las intervinientes, entran ganas de emigrar a las ant¨ªpodas.
?Cuidado! Esta vez, el escapismo no es vacuna segura para contrarrestar la pasi¨®n que desata el festival (el Eurodrama, que dir¨ªa el cineasta Roberto P¨¦rez Toledo). Por alg¨²n motivo misterioso, en la presente edici¨®n participa nada menos que Australia, aunque haya casi 18.000 kil¨®metros de distancia entre Madrid y Canberra. Y adem¨¢s resulta que el representante aussie, Guy Sebastian (una especie de Sam Smith morenito), presenta un ultracomercial y convincente Tonight again, por lo que en el Viejo Continente se nos puede quedar cara de canguros. Consol¨¦monos con una certeza: si a nuestros invitados oce¨¢nicos se les hubiera ocurrido personarse con Kylie Minogue, el contador de votos se habr¨ªa quedado sin d¨ªgitos suficientes. Como a Nadia Comaneci en los Juegos Ol¨ªmpicos de Montreal, m¨¢s o menos.
Un ef¨ªmero ¡®ieieeeo¡¯
El No-Do de Salom¨¦ levantando el cetro continental gracias a Vivo cantando no tiene visos, 46 a?os despu¨¦s, de encontrar heredero en tiempos de la televisi¨®n en HD. Siempre podremos aducir oscuras maniobras geoestrat¨¦gicas por las que la Europa opulenta ningunea a sus pobres hermanitos sure?os, pero Amanecer no parece una canci¨®n destinada a triunfar en Eurovisi¨®n, ni siquiera a consumir cuatro tristes megabytes en nuestro iPod.
Edurne, el rubicundo bellez¨®n de Collado-Villalba, se afana en demostrarnos su prolongada tesitura de soprano, pero con una pieza de frialdad ant¨¢rtica y un hashtag, #ieieeeo, de longevidad improbable. Habr¨¢ quien se fije m¨¢s en su apol¨ªneo bailar¨ªn, aunque no le podamos asignar exuberancia ib¨¦rica: Giuseppe Di Bella proviene de Sicilia y alterna la danza con su condici¨®n de jurista especializado en propiedad intelectual. Con abogados as¨ª se acababan las descargas ilegales, oiga.
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