Orla negra en Blue Note
Dos defunciones me han empujado hacia el cat¨¢logo de este sello, en su segunda etapa
No revelo nada original: en d¨ªas de turbulencia social, como los que ahora vivimos, el jazz revela sus virtudes. Primero, construye su propio espacio y puede incluso servir como relajante. A la vez, el (buen) jazz afila los sentidos: resulta estimulante el escuchar a mentes ¨¢giles en acci¨®n. La semana pasada, la defunci¨®n de dos disqueros me han empujado hacia el cat¨¢logo de Blue Note, en su segunda etapa, ya con 30 a?os de existencia.
El martes 19, mor¨ªa Bruce Lundvall, precisamente el directivo que en 1985 resucit¨® el sello Blue Note, transform¨¢ndolo de nuevo en un foco de creatividad (y la marca de jazz m¨¢s visible del mundo). Al d¨ªa siguiente, fallec¨ªa Bob Belden, que estuvo a las ¨®rdenes de Lundvall como artista de Blue Note y tambi¨¦n dirigiendo su equipo de A & R (Artistas y Repertorio) durante un a?o.
Ya, ya s¨¦ que no procede aplaudir a ejecutivos de discogr¨¢ficas multinacionales, ahora enchiquerados autom¨¢ticamente en la categor¨ªa de vampiros (?o peor!). Pero no puedo evitar manifestar mis simpat¨ªas ante ambos buscavidas.
En su forma real, el buen disquero es un oportunista honrado
Belden hizo discos banales ¨Cversiones jazzeadas de The Beatles, Carole King, Sting, Prince- que vendieron lo suficiente para permitirle luego crear obras costosas: con cuerdas y metales, Black Dahlia es una suntuosa evocaci¨®n de la vida y el asesinato de Elizabeth Short, personaje real que fue novelizado por John Gregory Dunne y James Ellroy. Ya fuera de Blue Note, firm¨® ambiciosas reconstrucciones del repertorio de Miles Davis en clave de m¨²sica de la India o con onda spanish.
Documental sobre el disco Miles en espa?ol
Y de eso se trataba, creo recordar. De alcanzar un equilibrio entre arte y negocio. Otra lecci¨®n relevante para estos momentos: el arte del compromiso. En sus 35 a?os como cabeza visible de diferentes compa?¨ªas (CBS, Elektra, Manhattan, Blue Note), Lundvall adquiri¨® el mote de Dr. Yes: aceptaba muchas de las ocurrencias m¨¢s audaces de sus artistas. Sin embargo, luego deb¨ªa pelearlas con los Se?ores No, los hombres de las cuentas (y no siempre ganaba).
Se me ocurre que, en su forma real, el buen disquero es un oportunista honrado. Olfatea un hueco en el mercado y se lanza sin prejuicios: he conocido a disqueros de gustos exquisitos que, en un determinado momento, han tirado por la borda su impecable curr¨ªculo por la posibilidad de un ¨¦xito.
Lo hice en otros tiempos pero hoy no me siento capaz de recrimin¨¢rselo. Las decisiones que tomamos nosotros ¨Cperiodistas, radiofonistas- no se notan inmediatamente en una cuenta de resultados. Podemos apostar por artistas novedosos y m¨²sicas desconocidas y, en general, nada ocurre si no enganchan. Por el contrario, si se equivoca, el disquero actual vera peligrar su puesto o, caso de los independientes, su propia empresa.
Uno puede no comulgar con muchas de las opciones tomadas por Bruce Lundvall para revivir Blue Note, como usar el prestigio del sagrado sello a la hora de lanzar cantautores blandos (doble sacrilegio: recuerden que la primera Blue Note apenas grab¨® vocalistas). Con todo, la jugada le sali¨® redonda: vender 40 millones de discos de Norah Jones le permiti¨® financiar abundantes joyas de Medeski, Martin & Wood, Kurt Elling o Joe Lovano. No parece un mal trueque.
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