Pasi¨®n, codicia y misterio en el ?msterdam del XVII
Jessie Burton recrea en ¡®La casa de las miniaturas¡¯ la atm¨®sfera del Siglo de Oro holand¨¦s
La luna despunta sobre las altas casas patricias de la antigua Curva de Oro de ?msterdam y su reflejo riela como plata en la tinta de los canales. Del agua flanqueada de barcazas brota el excitado trompeteo de las fochas en celo que comparten espacio con los patos, los cisnes y alg¨²n somormujo. Un chapoteo especialmente fuerte trae a la memoria una de las im¨¢genes m¨¢s impactantes de La casa de las miniaturas: la ejecuci¨®n de un hombre acusado de sodom¨ªa por el contundente procedimiento de lanzarlo al agua con una piedra de molino atada al cuello. La casa de las miniaturas (Salamandra) es la novela de la joven escritora brit¨¢nica Jessie Burton (Londres, 1982) que se ha convertido en uno de los grandes ¨¦xitos recientes de la literatura europea, y el motivo de estar aqu¨ª, en ?msterdam, dando vueltas tras la autora como un feliz holand¨¦s errante. Burton gu¨ªa un recorrido por algunos de los escenarios de su relato, que transcurre en la ciudad en la segunda mitad del siglo XVII, su ¨¦poca de esplendor, la edad de oro holandesa en comercio, arte, ciencia, navegaci¨®n y poder mundial. Ha querido la casualidad que en el vest¨ªbulo del hotel se exhiba la piel de una gran serpiente como la que adorna colgada del techo la casa de la novela.
La narraci¨®n tiene como protagonista a Petronella Oortmann, Nella, una joven perteneciente a una familia de provincias noble pero arruinada que se desposa con un boyante y aventurero comerciante de ?msterdam y llega con su periquito, perfume de azucena y una buena dosis de candidez para instalarse en su nueva casa en la Curva de Oro del Herengracht, la parte m¨¢s soberbia de la ciudad. El choque con los usos y costumbres de la pujante metr¨®poli ¨Cdemediada entre el dinero y la moral protestante, Mamm¨®n y el agua siempre al acecho, siempre amenazante- , as¨ª como con las fuertes y misteriosas personalidades de su marido, el viajero Johannes Brandt, que hule a sal, canela y cardamomo ¡°y habla todas las lenguas del mundo salvo la del amor¡±, y la hermana de este, la estricta Marin, trastornan a la muchacha, que se empe?a en descubrir los muchos secretos ¨Ctambi¨¦n sexuales- que rodean a su nueva familia. Hay ecos de Rebeca y de Jane Eyre en la novela. La autora se muestra encantada ante ambas referencias. ¡°Son dos de las primeras novelas que le¨ª de verdad y la de Charlotte Bront? vuelvo a releerla siempre que paso un mal momento, sin duda mi novela tiene de ambas¡±, dice Burton, una joven atractiva y simp¨¢tica que ha decidido cambiar su carrera de actriz por la de escritora,.
Un vistazo a la M¨¢laga de la Guerra Civil
Jessie Burton ultima su pr¨®xima novela que transcurrir¨¢ en parte en M¨¢laga durante la Guerra Civil y en parte en el Londres de los a?os setenta con una chica de Trinidad que investiga sobre un artista de los treinta.
Pero ya proyecta la tercera, que continuar¨¢ de alguna manera la historia de La casa de las miniaturas, con las peripecias de Thea, el beb¨¦, convertida en una joven de 16 a?os y enrolada como pintura y naturalista en una expedici¨®n al Surinam¡
El elemento sobre el que pivota la trama, su MacGuffin, y esto es lo que hace tan especial la novela, es una casa en miniatura, una casa de mu?ecas, que el marido regala a su esposa y que se va amueblando al ritmo de la vida real con los env¨ªos de una enigm¨¢tica miniaturista. La novela de Burton ha vendido ya medio mill¨®n de ejemplares en ingl¨¦s y ha sido traducida a 34 idiomas. Est¨¢ en las listas de los libros de ¨¦xito en varios pa¨ªses, incluso en Holanda, donde triunfa pese a contarles a los holandeses parte de su propia historia. Ha vendido ya los derechos para una serie de televisi¨®n. La verdad es que Jessie Burton ha alumbrado una novela apasionante, que trasciende la trama sentimental e intimista de su enunciado para adentrarnos en un mundo en el que nada es lo que parece, no exento de perversidad y violencia ¨Ctambi¨¦n de belleza, la belleza de las pinturas de Pieter de Hooch o Jan Steen-, con una hero¨ªna que revela asimismo oscuros impulsos y facetas insospechadas. Es espl¨¦ndida la esencial reconstrucci¨®n que hace del ?msterdam ¡°radiante y excesivo¡± de la ¨¦poca, tanto de la ciudad como de la vida exterior e interior de sus habitantes, sus conciencias, siempre yendo ¡°de Dios a un flor¨ªn¡±. No en balde ha le¨ªdo la autora The embarrassment of riches, de Simon Schama, ¨Cel gran libro sobre el tema (que recomendaba no hace mucho F¨¦lix de Az¨²a en estas mismas p¨¢ginas)- y se ha documentado a fondo sobre el periodo del ¡°milagro holand¨¦s¡±. ¡°No s¨¦ muy bien c¨®mo hice esa s¨ªntesis, me puse a imaginar, mi imaginaci¨®n es muy visual, cerraba los ojos y lo ve¨ªa, fui acumulando capa sobre capa, ampliando detalles¡±. Uno sale de la lectura de La casa de las miniaturas deseoso de saber mucho m¨¢s sobre esa Gouden Eeuw, esa edad de oro llena de tantas cosas maravillosas. Ya solo por eso la novela, que ha sido comparada con La joven de la perla y El jilguero, ya vale la pena.
Mu?ecas del Rijksmuseum
¡°Todo empez¨® aqu¨ª, en 2009¡±, se?ala Burton abarcando con la mano la sala del Rijksmuseum dedicada a las casas de mu?ecas del XVII y en la que ocupa un lugar prominente la que inspir¨® su novela. La propietaria de esa casita, en realidad un producto de gran lujo cuyo coste igualaba al de una casa de verdad y era un objeto de prestigio entre las damas acaudaladas similar a los gabinetes de arte y curiosidades de sus maridos, se llamaba Petronella Oortman y de ella tom¨® el nombre de su protagonista la escritora, al igual que se apropi¨® tambi¨¦n del de su marido, Johannes Brandt, aunque la novela no trata en absoluto de narrar sus vidas. La casita del museo (que es mayormente la que se describe en la novela) es alucinante: reproduce al detalle las habitaciones de la casa real incluidas las costos¨ªsimas vajillas de porcelana china, las pinturas, los muebles de maderas nobles, los suelos que parecen de un cuadro de Vermeer, las manteler¨ªas, la biblioteca. ¡°Estas casas, obra de centenares de artesanos, no eran para jugar, se colocaban a la entrada, de forma que el visitante tuviera una idea de la magnificencia de la mansi¨®n de verdad, eran un signo de riqueza y serv¨ªan tambi¨¦n d educaci¨®n visual para que las ni?as aprendieran las tareas dom¨¦sticas¡±.
Los cambios de la casa se reflejaban en la casita, y esta era una especie de protoFacebook, con el mismo punto de exhibicionismo de la vida privada (lo que hoy ofrece una mirada privilegiada sobre c¨®mo era una vivienda del XVII). La casita que nos ocupa, con el exterior de carey -concha de tortuga- con incrustaciones de peltre, va encajada en un mueble lujoso. De los mu?ecos que la habitaban y que deb¨ªan ser fiel reflejo de los habitantes reales, solo se ha conservado un beb¨¦, y la circunstancia la ha aprovechado Burton para su trama.
M¨¢s tarde, tomando un tentempi¨¦ en el caf¨¦ del antiguo Waag, el edificio donde se pesaban las mercanc¨ªas llegadas de todo el mundo en las bodegas de los barcos de la Compa?¨ªa Holandesa de las Indias Orientales (VOC, en sus siglas holandesas), de Batavia, de Malabar, de Ceil¨¢n, de las Molucas y de Jap¨®n, y donde tuvo lugar en 1632 la c¨¦lebre lecci¨®n de anatom¨ªa del doctor Tulp inmortalizada por Rembrandt ¨Cy realizada sobre el cad¨¢ver de un criminal ahorcado el mismo d¨ªa: esos detalles que abren el apetito-, Burton explica que una de las cosas que la cautiv¨® al investigar el ?msterdam del XVII fue la inestabilidad psicol¨®gica que provoc¨® en su burgues¨ªa la r¨¢pida riqueza adquirida en contraste con el puritanismo calvinista. Hay muchas met¨¢foras que aluden a ello en la novela como el az¨²car que se pudre en los almacenes.
La escritora curs¨® literatura inglesa y espa?ola en Oxford, estudi¨® arte dram¨¢tico, ha hecho teatro (su sue?o vocacional, aunque est¨¢ ¡°harta de luchar por papeles min¨²sculos¡± y se plantea dejarlo ¨C¡°me he desenamorado¡±, dice) y trabaj¨® en la City con finalidad puramente alimenticia. Le pregunto si ser actriz no ha influido ¨Cv¨ªa Ibsen y Nora- en lo de la casa de mu?ecas. ¡°No lo hab¨ªa pensado, pero s¨ª es cierto que hay una influencia del teatro en mi novela, mi forma de narrar es muy esencial y con un af¨¢n de control como el de un director de escena, sabiendo a la vez como actriz que el dominio total es imposible. Mi tendencia al melodrama es tambi¨¦n muy de teatro¡±. Aunque ha hecho Shakespeare, y la novela tiene escenas crueles muy isabelinas, la autora se muestra reticente (y pol¨¦mica) con el bardo: ¡°Se hace demasiado, creo que sobre todo se monta para los turistas; deber¨ªa decretarse una moratoria de Shakespeare por unos a?os¡±.
El recorrido contin¨²a atravesando el Barrio Rojo ¨Chabr¨ªa que ver qu¨¦ pensar¨ªan los estrictos burgomaestres luteranos de las chicas que ofrecen sus servicios desde los escaparates- y ante bares de los que brotan efluvios de cannabis como para hacerte caer en el canal, hasta llegar la iglesia Oude, en la que arranca la novela. Burton se?ala la talla de una silla del coro en la que figura un hombre que evac¨²a monedas como si fueran excrementos y las l¨¢pidas que alfombran el suelo de forma que caminas ¡°sobre m¨¢s de diez mil muertos¡±. La plaza Dam, centro neur¨¢lgico del ?msterdam de la edad de oro, en la que la que hoy los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, celebrando el aniversario del final de la contienda, remedan la marcialidad de los milicias burguesas de petos plateados y trabucos, y la calle Kalverstraat, tan importante en la trama ¨Ces donde vive la misteriosa miniaturista-, aunque en la actualidad llena de tiendas de franquicias, son otros de los lugares que visitamos.
¡°Lo m¨¢s interesante de la ¨¦poca son los contrastes: el arenque y los gofres, las almas y los monederos, el derroche y el pecado, que las mujeres vistieran sobriamente de negro pero debajo llevaran excitantes forros de piel¡±, explica la escritora. ¡°Esa atm¨®sfera de lucha entre uno mismo, los impulsos, y la apariencia¡±, me ha cautivado. Junto a la aventura en ultramar ¨Cla guerra con los ingleses, las exploraciones de los Barentsz, Tasman o Bontekoe, el comercio- , la pujanza econ¨®mica y el clima general de tolerancia intelectual, ¡°se viv¨ªa en buena medida en un ambiente de miedo y sospecha, de desconfianza, que coartaba la libertad individual sobre todo en los aspectos morales¡±. En eso, y en el amor al dinero, la codicia y la corrupci¨®n, cree Burton que hay un paralelismo con la sociedad actual pese a la impresi¨®n superficial de que hemos progresado mucho. ¡°La gente sigue siendo juzgada, marginada y asesinada por las mismas causas que entonces; tambi¨¦n ellos, los holandeses del XVII, cre¨ªan que eran modernos¡±.
Babelia
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