Con mis propios ojos
La pintura de Rembrandt (1606-1669) nos ofrece un caso paradigm¨¢tico de los problemas que surgen con las atribuciones de cuadros. En muchos casos, se trata de reconocer la forma de hacer caracter¨ªstica de un artista (lo que llamamos su estilo) y de establecer si la obra en cuesti¨®n alcanza el est¨¢ndar de calidad que separa la obra aut¨®grafa de la hecha por ayudantes o imitadores. En otros casos, la cuesti¨®n es m¨¢s subjetiva. As¨ª sucede con Rembrandt. Desde que alcanz¨® su madurez como artista en la d¨¦cada de 1630, fue un pintor heterodoxo que cre¨® sus propias reglas y las cambi¨® en numerosas ocasiones. Atribuir un cuadro de Rembrandt no consiste ¨²nicamente en discernir si llega o no a un determinado est¨¢ndar de calidad que responde a unos criterios m¨¢s o menos objetivos. Se trata m¨¢s bien de saber si la peculiar traducci¨®n de la realidad que contemplamos tiene sentido dentro del contexto de su obra, si se ha hecho de forma que reconocemos como suya, como caracter¨ªstica de su particular tono narrativo.
La capacidad de an¨¢lisis y la memoria visual del experto, apoyados en el estudio de las fuentes documentales y en el estudio de los materiales con que se ha hecho un cuadro ¡ªsu soporte y sus capas de pintura¡ª son herramientas importantes para enfrentarse a la tarea. Pero las dificultades son grandes. Rembrandt, como la gran mayor¨ªa de los grandes maestros del pasado, ten¨ªa ayudantes a quienes pagaba para pintar como ¨¦l lo hac¨ªa. Y desde el siglo XVII, numerosos pintores han imitado sus obras, ya sea para aprender de ¨¦l, o para beneficiarse econ¨®micamente de su fama.
A principios del siglo XX, apareci¨® el primer cat¨¢logo fiable de la obra del maestro holand¨¦s. Wilhelm von Bode, autor de ese estudio, le atribuy¨® cerca de 700 cuadros. Otro eminente experto, Horst Gerson, redujo ese n¨²mero de obras a 435 en un cat¨¢logo de 1969. En la actualidad, se aceptan como aut¨®grafas unas 250 obras. Pero siguen existiendo muchas obras donde los expertos no se ponen de acuerdo, o atribuciones que cambian, como sucede con el Sa¨²l y David del museo Mauritshuis.
En los ¨²ltimos a?os, hemos avanzado en nuestro conocimiento del pintor, pero sigue habiendo diferencias de opini¨®n respecto a algunos cuadros importantes. Es l¨®gico que as¨ª sea. Nuestra herramienta principal al atribuir un cuadro sigue siendo la vista, y esta no es objetiva. Los seres humanos no vemos de forma id¨¦ntica; la experiencia de dos personas que ven una misma cosa, un cuadro, por ejemplo, nunca es la misma. Al contemplar un rostro pintado, por ejemplo, percibimos las formas y los ecos que se establecen entre ellas de forma diferente. Y est¨¢ en nuestra naturaleza concederle mucha importancia a nuestra propia experiencia visual.
En el a?o 2008, el Museo del Prado organiz¨® una exposici¨®n sobre Rembrandt de la que fui comisario. Decid¨ª no pedir prestado el Sa¨²l y David del museo Mauritshuis, conocedor de las dudas que suscitaba en muchos especialistas, a pesar de que en el siglo XIX era un cuadro muy admirado. El equipo de conservadores y t¨¦cnicos del museo de La Haya afirman de nuevo la autor¨ªa de Rembrandt. Se trata de colegas con quienes he trabajado y cuyo trabajo me merece el m¨¢ximo respeto. Estoy seguro de que est¨¢n en lo cierto: Sa¨²l y David es de Rembrandt. Y, sin embargo, para convencerme plenamente, para disipar todo resquicio de duda, no me basta con leer los datos que han publicado. Necesito ver el cuadro con mis propios ojos.
Alejandro Vergara es jefe de Conservaci¨®n de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado.
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