Rosalba y el loto azul
¡®Fortune Cookie¡¯ es un espect¨¢culo de aliento lepagiano y de car¨¢cter metaficcional, pero necesitado de una cucharadita de iron¨ªa
Este espect¨¢culo, coproducido por el laboratorio de la sala Kubik, en el distrito madrile?o de Usera, donde ha crecido el barrio chino europeo que probablemente m¨¢s se parezca al de una ciudad provinciana del gigante asi¨¢tico, podr¨ªa haber indagado en la vida de sus habitantes, opaca cuando no invisible para el resto de la ciudad: c¨®mo llegan hasta aqu¨ª, qu¨¦ dejan atr¨¢s, porqu¨¦ se cierran sobre s¨ª, porqu¨¦ provienen de la misma regi¨®n todos, qu¨¦ anhelan¡ Ya desde el t¨ªtulo, Jos¨¦ Manuel Mora, su coautor y Carlota Ferrer, su directora, quieren aludir al aqu¨ª ahora de la relaci¨®n entre Oriente y Occidente, pero al final Fortune Cookie es un espect¨¢culo de aliento lepagiano (influido tanto por la Trilog¨ªa de los dragones como por la narrativa esc¨¦nica de Mouawad) y de car¨¢cter metaficcional, protagonizado por un autor que dice serlo de la obra que estamos viendo y por una joven que dice ser su distribuidora, donde lo chino aparece como tel¨®n de fondo y a trav¨¦s de un joven oriental y de una pequinesa cuyo beb¨¦ quiere adoptar el autor.
Fortune Cookie
Dramaturgia: Jos¨¦ Manuel Mora y Carlota Ferrer. Int¨¦rpretes: Alba Celma, Joaqu¨ªn Hinojosa¡ Direcci¨®n: C. Ferrer. Madrid. Teatro Valle-Incl¨¢n., hasta el 21 de junio.
M¨¢s que el amor imposible, del que habla Rosalba, su distribuidora, el tema de esta pieza es el propio teatro y, sin pretenderlo, la incapacidad de sus dos protagonistas para verse y hallarse en lo ajeno, instalados como est¨¢n en una parcela de bienestar evidente y obsesionados como andan consigo mismos (y con su arte). La puesta en escena de Ferrer es limpia y noreuropea, el texto de Mora est¨¢ veteado de haces de luz, la pl¨¢stica esc¨¦nica resulta impecable, la interpretaci¨®n de Esther Ortega es certera (y su presencia magn¨¦tica), la actuaci¨®n del hispanocoreano Alberto Jo Lee, precisa como corte de bistur¨ª; la de Joaqu¨ªn Hinojosa, plena de oficio, y la de David Picazo, sobria, pero en tanta belleza hay al cabo una voluntad de trascendencia y un regusto solemne, necesitado de que lo rebajen con una cucharada de autoiron¨ªa.
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