F¨¦lix de Az¨²a, el amable provocador
La fina iron¨ªa y la sobria elegancia del escritor y profesor de arte llegan a la Academia
Algo hay de invitaci¨®n al punto final en El aprendizaje de la decepci¨®n. Si por fin se ha sabido que aquello que se proyect¨® no termin¨® nunca de cuajar o si lo que se nos hab¨ªa prometido tampoco apareci¨® por ninguna parte, es l¨®gico pensar en la retirada. Todo esto es decepcionante, as¨ª que me borro. En la introducci¨®n del libro que se public¨® con ese t¨ªtulo en 1989 y donde reun¨ªa los art¨ªculos que hab¨ªa ido escribiendo a lo largo de diez a?os F¨¦lix de Az¨²a contaba que, al revisar sus viejos papeles, pensaba que ir¨ªa encontrando ¡°una confusa relaci¨®n¡± de sus ¡°perplejidades¡±. Lo que descubri¨®, al final, es que llevaba diciendo lo mismo durante veinte a?os. As¨ª que se hac¨ªa un prop¨®sito: el de enmendarse y no repetirse ya nunca m¨¢s. M¨¢s adelante hac¨ªa dos llamativas observaciones. Le rogaba al lector que no se tomara esos escritos como si fueran ¡°opiniones expresadas ante las c¨¢maras de televisi¨®n, con el rostro de trascendental y eterna inutilidad que se le pone a uno cuando hace de producto¡±. Y suger¨ªa que se leyeran esas p¨¢ginas ¡°como si de una conversaci¨®n se tratara; algo inane, informal, un pasatiempo¡±. El caballero que ayer fue elegido para ocupar el sill¨®n H en la Academia sigui¨® desde entonces escribiendo y publicando y, seguramente, si volviera sobre lo que ha hecho comprobar¨ªa hoy que no ha dejado de regresar sobre un pu?ado de asuntos.
No importa gran cosa. Casi mejor. F¨¦lix de Az¨²a lleva ocup¨¢ndose desde hace tiempo de una serie de cuestiones y lo ha hecho siempre con una distancia amable, como si anduviera escribiendo siempre con una sonrisa y escapando de la solemnidad como de la peste, atento a meter el pie cuando fuera posible para encontrar un hueco entre las palabras y sacudir con una provocaci¨®n. A la manera de un tipo travieso que disfruta en la tarea de aprender, aunque el aprendizaje resulte al cabo el aprendizaje de la decepci¨®n, y vaya descubriendo que el resultado nunca es producto de un c¨¢lculo ni obedece a lo previsto, y que es totalmente falso que ¡°el escritor posee o controla sus intenciones¡±.
Su ¨²ltima novela, G¨¦nesis, cierra un ciclo que inici¨® con Autobiograf¨ªa sin vida y continu¨® en Autobiograf¨ªa de papel. Contarse a s¨ª mismo, qu¨¦ ha pasado, qu¨¦ fue de lo que se hizo, d¨®nde se ha ido a parar. ¡°Soy arisco y mis¨¢ntropo¡±, escribe ya casi al final de G¨¦nesis. ¡°S¨®lo me he ocupado con verdadera pasi¨®n del arte y la literatura, actividades caracter¨ªsticas de aquellos que, habiendo conocido el Para¨ªso, lo perdieron¡±. Vaya, para llegar a ese punto se meti¨® en el berenjenal de tres libros. Lo hizo, seguramente, porque mereci¨® la pena, una conversaci¨®n nada m¨¢s, ¡°algo inane, informal, un pasatiempo¡±.
Autobiograf¨ªa sin vida tiene que ver con el arte, la primera de las dos pasiones a las que se refiere. Ya muy pronto, Az¨²a apunta ah¨ª: ¡°La nebulosa imaginaria que nos hace ser lo que somos se compone de aquello que tememos escape a nuestro control, lo que deseamos que permanezca, y tambi¨¦n aquello que nos produce un dolor intolerable¡±. Y para ir busc¨¢ndole el sentido a esa tremenda complicaci¨®n que somos, toma lo que es ¡°una vida¡± como ¡°una irresistible corriente de im¨¢genes¡¡±. Y suelta: ¡°¡ese torrente es todo lo que somos y no hay nadie ¡®fuera¡¯ para echarnos una mano¡±.
S¨®lo me he ocupado con verdadera pasi¨®n del arte y la literatura, actividades caracter¨ªsticas de aquellos que, habiendo conocido el Para¨ªso, lo perdieron
As¨ª que arranca con los cuatro caballos de la cueva de Chauvet. Con esa hip¨®tesis: que esos cuatro caballos nos han hecho ser los que somos. Como nos ha conformado tambi¨¦n esa imagen tan pr¨®xima, la de la cruz, y m¨¢s a¨²n a todos los que estudiaron en Espa?a entre 1940 y 1980: presente en todas partes como una maldici¨®n o como salida, como una s¨®rdida compa?¨ªa o una gris imposici¨®n. Az¨²a avanza con las im¨¢genes y repara que ¡°el muerto en la cruz era, efectivamente, el dios, el ¨²ltimo dios¡±. Y ah¨ª aparece ese af¨¢n suyo de meter el pie a lo largo del discurso para que las palabras enciendan una chispa: ¡°De ese modo, al matar al ¨²ltimo dios matamos con ¨¦l nuestra aspiraci¨®n a la inmortalidad y nos hicimos dem¨®cratas¡±.
La catedral de Beauvais, por ejemplo. Luego Rembrandt y la Holanda del siglo XVII, donde la vida corriente se transfigura en arte. Jacques Louis David y la Revoluci¨®n y la sangre derramada (El asesinato de Marat). Pasa por Goya, se detiene en Rothko y en la muerte de Rothko, luego se asoma a la Documenta de Kassel del verano de 1972, la que dirigi¨® Harald Szeemann. Va recorriendo esas obras de arte, exprimi¨¦ndoles cuanto dan de s¨ª con la voluntad de contarse y, de paso, nos cuenta. Esa historia nos suena, resulta tremendamente familiar.
¡°Lo que las palabras dicen, lo estamos diciendo sin querer y sin embargo es el sentido del mundo¡±, escribe Az¨²a. Y un poco despu¨¦s: ¡°Durante el momento po¨¦tico no decimos palabras sino que las palabras nos dicen. Tampoco es una locura: no es cierto que primero pensemos y que luego hablemos sino que pensamos hablando o hablamos pensando ¨Cseg¨²n ha reiterado Cl¨¦ment Rosset (y Pierce y Wittgenstein, pero Rosset hace muy poco)¨C, y eso es ya escribirlo. La cercan¨ªa de las palabras es po¨¦tica, su separaci¨®n como aparato t¨¦cnico, como lenguaje, es literatura¡±.
De eso va el pulso que estableci¨® Az¨²a con la escritura en Autobiograf¨ªa sin vida. Acercarse a las im¨¢genes para reconstruir en palabras un posible sentido, y llegar qui¨¦n sabe si a lo de siempre. ¡°?sta es la desdicha: que no hay nada entero, todo es composici¨®n imaginaria, inestable equilibrio de ¨¢tomos y mol¨¦culas sostenido por campos de atracci¨®n invisibles que se desgastan hasta dejar caer las partes cada una por su lado como castillo de naipes derrumbado¡±.
Autobiograf¨ªa de papel tiene que ver la segunda de las pasiones a las que se refiere en G¨¦nesis, la literatura. ¡°Como he advertido m¨¢s arriba, este no es el discurso de un yo, sino el de un caso. No es un asunto m¨ªo definir o explicar lo que he escrito y mucho menos valorarlo. En cambio s¨ª puedo contar mi experiencia, que es la de varios cientos (quiz¨¢ miles) de j¨®venes que empezaron a escribir con intenciones art¨ªsticas entre 1960 y 1980¡±, escribe Az¨²a. Y a eso se aplica. De nuevo con esa distancia ir¨®nica, que es marca de la casa, y con el placer de hurgar en ese territorio oscuro, confuso y un poco est¨²pido en el que se movieron cuantos anduvieron en esa batalla con las palabras: poes¨ªa, novela, ensayo, periodismo.
Primero trata de la poes¨ªa, que naci¨® como ¡°lengua de la verdad¡± en la tragedia griega y a la que se tuvo luego en la primera mitad de siglo XX como el ¡°estadio supremo del arte del lenguaje¡±, ¡°como lenguaje de lo incomunicable, como ruptura de la frontera cognoscitiva, como medio de acceder a lo inaccesible...¡±. Es decir: ¡°el poeta como cham¨¢n de la tribu¡±. Y se acuerda de Valente y la poes¨ªa del silencio, de lo indecible, de lo innominable. Y reconoce: ¡°La nuestra fue posiblemente la ¨²ltima generaci¨®n que tuvo maestros, es decir, que enlaz¨® respetuosamente con el pasado¡±. Y fue su generaci¨®n, precisamente, la que consigui¨® no tomarse en serio ¡°(p¨²blicamente) la moralidad de la poes¨ªa y su capacidad para cambiar el mundo¡± y pudieron as¨ª escribir no de las grandes cosas sino de las corrientes y fueron, por tanto, los que vieron c¨®mo terminaba una ¨¦poca, la que hizo de los poetas y artistas los sustitutos de los m¨¢rtires de la revoluci¨®n. ¡°Fracas¨¦ como poeta¡±, entona Az¨²a entonces con su punto de ir¨®nica grandilocuencia. ¡°Aunque yo lo atribuyera a un fracaso m¨¢s general, el de la imposibilidad de mantener la ambici¨®n moderna de una poes¨ªa como fuente de conocimiento, en igualdad con la ciencia y la religi¨®n, lo cierto es que, como consuelo, era triste¡±.
No es cierto que primero pensemos y que luego hablemos sino que pensamos hablando o hablamos pensando, y eso es ya escribirlo
Luego vino la novela, con la que seguramente se pretend¨ªa ligar un poco m¨¢s y que les permiti¨® abrirse al mercado e igual hasta les condujo a algunos a ganar dinero. En los a?os setenta del siglo XX, explica Az¨²a, ¡°se exalt¨® en t¨¦rminos ling¨¹¨ªsticos y filos¨®ficos la obra de aquellos novelistas que hab¨ªan extendido la prosa a la poes¨ªa: James, Proust, Kafka, Joyce, Faulkner, C¨¦line, incluso Virginia Woolf¡±. Pero hacia 1984, cuenta, aquel juego l¨ªrico con la prosa ya no ten¨ªa sentido. Lleg¨® la decepci¨®n (y el aprendizaje de la decepci¨®n), as¨ª que decidi¨® romper con el pasado sin caer en la nostalgia o la queja y le sali¨® su Historia de un idiota. Las cosas que pasaban en este pa¨ªs les tocaban tambi¨¦n a los escritores y en 1982 Felipe Gonz¨¢lez hab¨ªa ganado las elecciones. Az¨²a: ¡°?Qui¨¦n nos iba a decir que ser¨ªa ese gobierno socialista el que impondr¨ªa en Espa?a el capitalismo verdadero, nos meter¨ªa en la OTAN, har¨ªa crecer una de las bancas m¨¢s fuertes y abusivas de Europa y acabar¨ªa con todas las fantas¨ªas estudiantiles de la izquierda analfabeta? Era el momento para dejar de hacer el idiota, en efecto¡±.
Tocaba practicar el ensayo. Puesto que los tiempos gloriosos se han ido al carajo y ya no hay palabra que vaya a resumir el mundo, m¨¢s vale dedicarse a hacer pruebas, tentativas, estudios. Como quien dice, en voz baja, sin la antigua alharaca del iluminado. Cuenta Az¨²a que los de su generaci¨®n estaban convencidos de que, tras el Mayo del 68, ¡°lo que iba a crecer era la revoluci¨®n, el para¨ªso del proletariado, el sol rojo del camarada Mao o incluso Euskal Herria y los Pa?sos Catalans¡±, pero al cabo constataron que lo que ¡°en verdad creci¨® fue la p¨ªldora¡±. As¨ª que se derrumbaron los naipes que armaban aquel castillo de la pureza y no hubo m¨¢s remedio que trajinar con lo que hab¨ªa: ¡°La decepci¨®n y el desencanto se producen cuando las soluciones que nos han servido parta sobrevivir en tiempos revueltos se demuestran como la principal causa de que esos tiempos fueran revueltos¡±. Adi¨®s, pues, a la grandes palabras y a los gestos imponentes. Y tan lejos empezaron a quedar que hasta el ensayo empez¨® a resultar inc¨®modo en una casa tan revuelta y cambiante.
Conven¨ªa trasladarse al periodismo, el ¨²nico lugar donde todav¨ªa se pod¨ªa hacer literatura ¡°sin que se te caiga la cara de verg¨¹enza¡±. Todo vino de la intensa internacionalizaci¨®n que se produjo en los a?os setenta, que anunciaba ya la globalizaci¨®n. Az¨²a: ¡°Pues bien, esa cultura global no es otra cosa, a mi modo de ver, que la entronizaci¨®n de la cultura period¨ªstica, el ¨²nico g¨¦nero que exige un conocimiento superficial, pero lo m¨¢s extenso, del mundo¡±. Entr¨®, entraron los de su generaci¨®n, en los peri¨®dicos. Y ah¨ª siguen, cuando todo empez¨® a cambiar con la llegada del nuevo milenio. De nuevo Az¨²a: ¡°Y es que los periodistas (de diarios) han perdido la batalla de la noticia, o de la falsa noticia, o de la ret¨®rica de la noticia. Tengo para m¨ª que no hay color entre las im¨¢genes del atentado contra las Torres Gemelas, tan incre¨ªblemente parecidas a una pel¨ªcula de Bruce Willis, y su relato. Los diarios comprendieron, ese d¨ªa, que el mundo del futuro ya no era suyo. O mejor dicho, que el periodismo mismo hab¨ªa cambiado para siempre de soporte¡±. Y en ¨¦sas estamos.
Toda esta labor de corte y pega, no otra cosa es esta larga exposici¨®n de los ¨²ltimos libros de Az¨²a, que se tome como un servicio a los acad¨¦micos que tendr¨¢n desde ahora un nuevo inquilino en el sill¨®n H. Para que sepan del tono distante, de la mirada amable e ir¨®nica de este escritor que hace poco public¨® la ¨²ltima entrega de su peculiar periplo por su autobiograf¨ªa, la novela G¨¦nesis. Con ese atrevimiento tan propio de su estilo, y ya que se afan¨® antes con el arte y la literatura, le ven¨ªa bien irse todav¨ªa m¨¢s lejos, al principio de todo. A la historia de Ad¨¢n y Eva, y luego a Ca¨ªn y a la larga marcha persiguiendo siempre su raz¨®n de ser. ¡°Antes de comenzar su existencia, el humano ya hab¨ªa adivinado que la suya era una creaci¨®n sin final, sin sentido, sin gracia alguna, y que su presencia en la Tierra era ornamental¡±, apunta Az¨²a.
La decepci¨®n y el desencanto se producen cuando las soluciones que nos han servido parta sobrevivir en tiempos revueltos se demuestran como la principal causa de que esos tiempos fueran revueltos
Cierto, el barullo del principio, aquel remoto Ed¨¦n con la fauna y la flora en todo su esplendor y con la presencia pr¨®xima de la divinidad. Hasta que vino el episodio del ¨¢rbol de conocimiento y ese inc¨®modo descubrimiento que lo llev¨® a entender ¡°que s¨®lo es posible alcanzar la inmortalidad si aceptas la mortalidad, pues la una no puede ser sin la otra, y comprendieron que a partir de aquel momento iban a estar solos en el mundo¡±. O lo que todav¨ªa complica todo m¨¢s, cuando Ca¨ªn tuvo el arrebato aqu¨¦l y se carg¨® a Abel, y se supo que ¡°el supremo conocimiento¡± es saber ¡°que la creaci¨®n es un castigo y lo hemos de vivir como una fiesta si no queremos caer en la sinraz¨®n¡±.
Ya lo hizo en El aprendizaje de la decepci¨®n, cuando les pidi¨® a los lectores que se asomaran a esas p¨¢ginas ¡°como si de una conversaci¨®n se tratara; algo inane, informal, un pasatiempo¡±. Y, qui¨¦n sabe si por eso, al tiempo que se fue tan lejos al origen de todo, a F¨¦lix de Az¨²a en este ¨²ltimo libro le tent¨® la travesura de irse tambi¨¦n a la Venezuela de los a?os cincuenta del pasado siglo para contar la historia de la viuda Maril¨® y de ?lvaro, su sobrino vasco, y de su hija Ver¨®nica y del mafioso Alvise. Y el lector, como se salta en una conversaci¨®n de un lado a otro, tiene que salir de las tribus arcaicas que parten en busca de Ca¨ªn y pasar a fijarse en la belleza de un magn¨ªfico autom¨®vil del a?o 1942, el Lincoln Zephyr Club. O, bueno, tiene que entretenerse con los perversos negocios en los que se hace dinero con el despacho que Marcel Breuer hizo para la Bauhaus. Pero, en fin, toda eso est¨¢ en el G¨¦nesis. Ahora lo que toca, simplemente, es felicitar a F¨¦lix de Az¨²a. Y felicitar a los acad¨¦micos. Lo van a pasar francamente bien.
F¨¦lix de Az¨²a. El aprendizaje de la decepci¨®n. Selecci¨®n de art¨ªculos al cuidado de J. ?. Gonz¨¢lez Sainz. Pamiela. Pamplona, 1989. 208 p¨¢ginas. (En Anagrama. Barcelona, 1996. 224 p¨¢ginas. 5,41 euros.)
F¨¦lix de Az¨²a. Autobiograf¨ªa sin vida. Mondadori. Barcelona, 2010. 168 p¨¢ginas. 17,90 euros.
F¨¦lix de Az¨²a. Autobiograf¨ªa de papel. Mondadori. Barcelona, 2013. 178 p¨¢ginas. 17,90 euros.
F¨¦lix de Az¨²a. G¨¦nesis. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 184 p¨¢ginas. 16,90 euros.
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