Los muertos agradecidos se despiden de ustedes
Grateful Dead, emblema de la contracultura de los sesenta, dice adi¨®s con tres multitudinarios conciertos en Chicago
Y lo hace en Chicago, 50 a?os despu¨¦s de empezar a construirse, cuando se cumplen dos d¨¦cadas de la desaparici¨®n de su principal arquitecto. Jerry Garcia, icono hippy, m¨²sico iconoclasta e inclasificable y figura esencial de la contracultura, abandon¨® la nave llev¨¢ndose con ¨¦l un apodo que le iba como anillo al dedo: Captain Trips. ?C¨®mo resumir la trayectoria de una banda esencial en la historia del rock que super¨®, con creces, los l¨ªmites mercantiles y creativos del g¨¦nero?
Unos breves apuntes para el reci¨¦n llegado a su peculiar universo vital: simbolizaron como nadie las ansias de libertad que convirtieron a finales de los a?os sesenta la soleada California en una inocente tierra prometida en la que iba a reinar la paz y el amor (todo convenientemente sazonado con marihuana y ¨¢cido lis¨¦rgico), rompieron las reglas no escritas del negocio musical (sin ser grandes vendedores de discos, se convirtieron en una inagotable fuente de ingresos a base de multitudinarios conciertos) y lo hicieron, b¨¢sicamente, gracias a la fidelizaci¨®n de unos seguidores que les convirtieron en el eje fundamental sobre el que giraba su vida. Unos seguidores autobautizados como deadheads, capaces de desplazarse masivamente tras los pasos de la banda, de crear una difusa comunidad que cuenta con sus personales c¨®digos de conducta y que, sorprendentemente, acab¨® convertida en transversal reuni¨®n de personajes de todo tipo, sin distinci¨®n de raza, sexo o nivel econ¨®mico.
Chicago, 1968. Convenci¨®n Nacional del Partido Dem¨®crata. Guerra de Vietnam y manifestaciones masivas de los movimientos pacifistas. Altercados en las calles y la Guardia Nacional en estado de alerta m¨¢xima: se sospecha que comandos hippies tienen la intenci¨®n de arrojar importantes cantidades de LSD en los dep¨®sitos de agua potable de la ciudad, bailando al ritmo de las canciones de MC5, el grupo m¨¢s comprometido y apabullante de Detroit. Multitud de detenidos, incluidos los cabecillas de la protesta, los llamados Siete de Chicago. Entre ellos, Abbie Hoffman, Jerry Rubin y Bobbie Seale. Los dos primeros, l¨ªderes del movimiento yippie, el tercero representante del Black Panther Party. Hoffman intent¨® junto a sus compinches hacer levitar el Pent¨¢gono usando ¨²nicamente energ¨ªa ps¨ªquica. No lo logr¨®, y una vez detenido propuso al juez presentarle a un camello para que pudiera adquirir y experimentar con unas tabletas de ¨¢cido. Rubin, por su parte, pas¨® de yippie a yuppie, convirti¨¦ndose en reaccionario empresario venido a m¨¢s.
Chicago, 2015. Los miembros supervivientes de Grateful Dead, apoyados por el guitarrista Trey Anastasio, l¨ªder del grupo Phish (heredero natural de GD que ha acogido en su seno a los deadheads hu¨¦rfanos, aun¨¢ndolos con sus propios seguidores compulsivos, llamados¡ phisheads) programan cinco conciertos de despedida, los tres ¨²ltimos en esta ciudad. Cerca de un mill¨®n de peticiones de entradas, reventa a precios astron¨®micos (de 800 a 11.000 d¨®lares), tickets agotados en cuesti¨®n de minutos. The golden road es el t¨ªtulo de una de sus primeras canciones y del cofre que recopila sus doce primeros discos. La carretera dorada conduce, parad¨®jicamente, al Soldier Field, enorme recinto deportivo en el que Garcia actu¨® por ¨²ltima vez junto a sus compa?eros. El t¨²nel de acceso te saluda con frases de homenaje¡ a los miembros de las fuerzas armadas, incluidos los componentes de la Guardia Nacional. Para llegar a ¨¦l has debido sortear una aut¨¦ntica marea de manos alzadas y de inocentes carteles solicitando un milagro. Es el sistema en que conf¨ªan todos y cada uno de los deadheads sin salvoconducto: un alma caritativa deber¨ªa apiadarse y facilitar una entrada. La caridad, en esta ocasi¨®n, tiene un precio alto y no soy capaz de distinguir a ning¨²n afortunado entre una marea de rostros que empiezan a denotar resignaci¨®n. Qu¨¦ lejos quedan los sesenta¡
No obstante, la iconograf¨ªa se mantiene intacta: calaveras por doquier y rosas en abundancia. Te obsequian con una cuando superas el control de acceso, acompa?ada por un programa de mano en el que el presidente Obama se deshace en elogios hacia la instituci¨®n musical y el desaparecido apologeta de las drogas expansivas. Est¨¢ terminantemente prohibido fumar (tabaco, se supone), pero el olor a marihuana podr¨ªa provocar una lipotimia a la mitad de los rastafaris de Kingston. Y cuando alcanzas tu localidad, rodeado de una extra?a mezcla de inofensivos tipos claramente adaptados al sistema que tanta urticaria les provoc¨® en el pasado, con viejos hippys que no han abandonado sus h¨¢bitos, compruebas que la media de edad baja vertiginosamente en las zonas cuyos tickets eran m¨¢s baratos. Miles de j¨®venes est¨¢n haciendo suyo un pasado que parec¨ªa superado, adapt¨¢ndolo a su generaci¨®n. As¨ª, junto a familias completas, parejas que parecen revivir momentos que marcaron su vida y solitarios que flotan en un narc¨®tico estado de reflexi¨®n, centenares, miles de chicos y chicas esperan expectantes a que el espectacular sistema audiovisual y de sonido dispuesto para la ocasi¨®n se ponga en marcha.
No cabe un alfiler, saturada incluso la grada situada detr¨¢s del escenario (visibilidad nula, reventa a 500 d¨®lares) cuando Phil Lesh, el bajista de los Dead, empieza a cantar Box of rain, precisamente la ¨²ltima canci¨®n que tocaron junto a Jerry hace veinte a?os. Y entonces s¨ª. Se produce el milagro. La vieja utop¨ªa vuelve a tomar cuerpo y parece vigente. El Soldier Field parece abandonar la tierra. Hoffman no pudo hacer levitar el Pent¨¢gono. Los miembros supervivientes de Grateful Dead logran que el Estadio se desplace desde Chicago hacia lo desconocido. Es larga y extra?a, la carretera dorada¡
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