Circulen
Todos contraemos alguna clase de deuda cada ma?ana al levantarnos, aunque s¨®lo consista en llamar a la abuela por su cumplea?os, que ya fue la semana pasada. En la naturaleza de la deuda est¨¢ prolongarse en el tiempo. De hecho, una de las palabras preferidas de cualquiera que te deba dinero es siempre ¡°ma?ana¡±. Alberga grandes planes para ti¡ en el futuro.
El saldo de una deuda es una promesa de felicidad. Lamentablemente hay gente a la que la felicidad no le gusta, porque la hace sentir bien, y prefiere no pagar. En casos as¨ª acostumbran a pasar dos cosas: que no pase nada, o que de repente le entren ganas de devolver hasta el ¨²ltimo c¨¦ntimo, como resultado de una visita sorpresa. En la segunda temporada de Los Soprano, Tony incorpora a la familia a Furio Giunta, especialista en cobros atrasados (y asesinatos). Tiene clase y modales, a la vez que carece de ambas cosas.
En su primer trabajo irrumpe en un burdel con un bate y una pistola. El proxeneta que remoloneaba la deuda contra¨ªda con Tony refunfu?a, pero tras recibir un tiro en la rodilla, paga. En la vida es importante disponer de un m¨¦todo de cobro seguro, y Furio lo tiene.
En 1968, Mario Puzo casi vive el mismo episodio. Le gustaba el juego y, en una mala racha, se empe?¨® con unos corredores de apuestas. Por esos d¨ªas se present¨® en la Paramount con un manuscrito titulado La Mafia, y le dijo al jefe de producci¨®n: ¡°Tengo una deuda de once de los grandes; o me compra esto o me parten las piernas¡±. Su literatura lo sac¨® del apuro. Precisamente la literatura es uno de esos ¨¢mbitos en los que nunca se paga lo que se debe. La deuda es para la eternidad. A menudo se presume de ella. Faulkner no pag¨® a Dickens, Onetti tampoco a Faulkner, ni Vargas Llosa a Onetti...
Hace a?os conoc¨ª a un viejo periodista que escrib¨ªa su columna desde un bar mugriento, donde las paredes sab¨ªan a calamares fritos. El secretario de redacci¨®n lo llamaba al tel¨¦fono del local, para que se la dictase, y muchas tardes el columnista le ped¨ªa veinte minutos m¨¢s. Transcurrido ese plazo, lo llamaban de nuevo, y respond¨ªa lo mismo. As¨ª varias veces, hasta que el camarero cog¨ªa el tel¨¦fono y les explicaba que se hab¨ªan llevado al columnista a casa, completamente borracho. ¡°Llame ma?ana, si eso¡±, y la columna quedaba otro d¨ªa sin escribir.
Babelia
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