The one and only
Llego al Teatre Grec como si nada, alegremente, como si fuese a un concierto m¨¢s. Llevo un vestido nuevo, bebo vino blanco, coqueteo con unas chicas que han le¨ªdo mi novela y me peleo con un joven que se intenta colar en el bar. El joven hace amago de coger el ¨²ltimo montadito que quer¨ªa yo. Protesto, claro, y ¨¦l, con toda la desfachatez del mundo, me dice: ¡°?Acaso lo quer¨ªas t¨²?¡±. Y yo le respondo: ¡°Pues s¨ª¡±. Y ¨¦l: ¡°Pues ten, c¨®gelo¡±. Y yo le digo: ¡°Pues no, ahora ya no lo quiero, claro¡±. Y ¨¦l: ¡°Que s¨ª, que s¨ª, c¨®gelo¡±. Y yo: ¡°Que no, que no¡±. Y entonces, el resto de la cola se pone a discutir sobre si yo soy una caprichosa o ¨¦l un mal educado. Un l¨ªo. Cuando en realidad yo no he cogido el ¨²ltimo montadito porque soy una mani¨¢tica de la higiene y no estaba segura de que el chico no lo hubiese tocado con un dedo. En fin.
Finalmente nos sentamos en nuestras localidades, se hace de noche y Serrat se pone a cantar. Entonces surgen, como por arte de magia, como si los estuviese dibujando ¨¦l especialmente para cada una de las personas all¨ª sentadas, las escenas de felicidad y de a?oranza de toda nuestra vida, aparecen tambi¨¦n personas que, al cabo de un instante se desvanecen en el aire como humo. Serrat convoca al pasado incluso cuando lo escuchas de joven y todav¨ªa no sabes que un d¨ªa tendr¨¢s un pasado y que probablemente se habr¨¢ convertido en oro. Hay autores a los que leo de reojo y hay cantantes a los que escucho de reojo, fuertemente agarrada a una farola para que no se me lleven volando por los aires, s¨¦ (y me digo) que tendr¨¢n (tendr¨¦) su momento de gloria, que un d¨ªa me agarrar¨¢n por los hombros, me mirar¨¢n a los ojos y no me podr¨¦ escaquear (temo m¨¢s la fuerza de algunas obras y de algunos paisajes que la de las personas). Serrat es uno de ellos y, por lo visto, hoy es el d¨ªa. Los recuerdos son tan n¨ªtidos que me pregunto si el joven de la cola me habr¨¢ puesto alguna droga en la bebida como venganza y si estoy alucinando. Cuando me empieza a parecer que el propio Serrat va adquiriendo los rasgos de Ana Mar¨ªa Moix, se acaba el concierto. Respiro aliviada y feliz.
A la salida me encuentro con el joven y le sonr¨ªo, poniendo mi mejor cara de abuelita bondadosa en paz con el mundo entero. Me mira con cara de susto y no me devuelve la sonrisa.
Babelia
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