¡®Wounda¡¯: ¡®C¨ªrculos 1¡¯
Manuel R¨ªos San Mart¨ªn (Madrid, 1965), guionista y director de series como ¡®M¨¦dico de familia¡¯ e ¡® Historias robadas¡¯, crea aqu¨ª un ¡®spin-off¡¯ de los personajes de su novela ¡®C¨ªrculos¡¯
Diluvia sobre el zool¨®gico de Londres. El inspector jefe Jellineck y su ayudante Fesser caminan al lado de Carlos, un encargado latino que lleva una mascarilla bastante sofisticada para evitar contagiar a los animales. Tose bastante. El inspector jefe tambi¨¦n tose, pero no lleva mascarilla. Hace varios a?os que la vacuna de la gripe no funciona, los expertos dicen que el virus muta de una manera imprevisible.
- Deber¨ªa ponerse una, inspector, aqu¨ª tenemos si quiere ¡ªdice Carlos.
- S¨ª, hombre, y que me coma yo todos mis virus. Mejor que se escapen por ah¨ª, ?no?
Al empezar a subir la cuesta, escuchan gritos y gru?idos de animales. Parece como si alguien estuviera siendo atacado por una bestia. Los polic¨ªas sacan las pistolas y aceleran el paso.
Carlos se queda desconcertado; no conoce al polic¨ªa y decide no insistir. No quiere problemas. Los tres hombres siguen caminando en silencio bajo la lluvia. Los zool¨®gicos resultan especialmente tristes en estos d¨ªas oscuros. Y en Londres hay muchos.
- ?Y dice que el entrenador de los tiburones no ha venido hoy a trabajar? ¡ªpregunta Fesser intentando no dejar de ser amable.
- Bueno, yo no lo he visto. El jefe podr¨¢ informarles. Ando todo el d¨ªa entre ara?as y serpientes y no me preocupo mucho de qui¨¦n viene y de qui¨¦n no.
- Ya veo que cuando repartieron los trabajos a usted le pill¨® en el ba?o ¡ªdice Jellineck.
El encargado, definitivamente, no entiende su humor y adem¨¢s renuncia a hacerlo. Cruzan por el t¨²nel que une las dos partes del zool¨®gico separadas por una carretera y se acercan a la zona de los grandes simios.
- Nunca hab¨ªa venido la polic¨ªa a interrogarnos.
- Bueno, tampoco se hab¨ªa comido nunca un tibur¨®n a un concursante de un programa de televisi¨®n. Y en directo. Fue trending topic mundial o algo as¨ª. Y da la casualidad de que el que cuidaba de esos bichos tambi¨¦n trabaja aqu¨ª.
- Ya¡ ¡ªCarlos contin¨²a caminando sin saber qu¨¦ decir.
Al empezar a subir la cuesta, escuchan gritos y gru?idos de animales. Parece como si alguien estuviera siendo atacado por una bestia. Los polic¨ªas sacan las pistolas y aceleran el paso. El camino es de subida y Jellineck se queda atr¨¢s. Est¨¢ mayor y no puede correr. Carlos y Fesser llegan al lugar de donde proviene la amenaza. Tardan en darse cuenta de lo que sucede. La Isla de los Gorilas es un espacio amplio, de m¨¢s de cinco mil metros cuadrados ambientados como si fuesen la selva. Un gorila inmenso, uno de los escasos ¡°espalda plateada¡± que quedan en cautividad, est¨¢ intentando arrancar a una cr¨ªa de apenas unos meses de los brazos de su madre. Dos cuidadores le proyectan agua con una manguera, pero no consiguen detenerlo. Fesser le apunta nervioso con la pistola, sin atreverse a disparar. El mono est¨¢ descontrolado y ense?a sus colmillos de manera agresiva. Kenny Millet, el jefe de la zona de los grandes simios, est¨¢ impactado. No se puede creer lo que est¨¢ viendo. Conoce a ese ¡°espalda plateada¡± desde que naci¨® y siempre ha sido pac¨ªfico. Incluso en ¨¦pocas de celo. Sin embargo, ahora consigue hacerse con la cr¨ªa de gorila a pesar de los esfuerzos desesperados de su madre y la arroja contra la valla. Muere al instante.
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