¡®Wounda¡¯: ¡®C¨ªrculo 2¡¯
El guionista Manuel R¨ªos San Mart¨ªn contin¨²a el relato del inspector jefe Jellineck que investiga en el zool¨®gico de Londres la muerte de un concursante de un programa de televisi¨®n comido por un tibur¨®n
Jellineck alcanza jadeante la La Isla de los Gorilas justo a tiempo de ver c¨®mo el ¡°espalda plateada¡± se gira, corre contra la construcci¨®n que le sirve de cubil y se lanza de cabeza contra la piedra. Cae al suelo. Sangra mucho; no hay que ser un experto para darse cuenta de que est¨¢ grave. Fesser lo observa, impresionado, sin guardar el arma. Su jefe no puede impedir respirar de una manera desagradable que termina en tos seca.
¡ªEst¨¢ como loco¡, ha matado a la cr¨ªa¡ª explica Fesser.
A pesar de estar malherido, el gorila se levanta con esfuerzo y se arroja con violencia contra la valla desde la que le apunta Fesser sin decidirse a intervenir. Se desploma tras golpearse con los barrotes.
¡ª?Kesho¡, nooo!¡ª Kenny Millet permanece impactado.
Uno de los encargados, nervioso, salta las protecciones y se acerca. La hembra observa desde detr¨¢s de unas ramas abrazada a su otra cr¨ªa. Lanza peque?os aullidos de tristeza al ver c¨®mo su hijo ha muerto. El ¡°espalda plateada¡± est¨¢ agonizando tambi¨¦n, dando sus ¨²ltimos estertores.
¡ª?Joder, qu¨¦ les pasa a todos! ?C¨®mo ha empezado?¡ª El jefe habla sin percatarse de la presencia de los polic¨ªas.
El encargado coge la mano al simio como si se tratase de alguien cercano. Mira a su jefe. No hay nada que hacer.
¡ªComo los dem¨¢s, llevaba varios d¨ªas sin comer...
¡ªJoder, Kesho, no... Kesho, t¨² no...
¡ªEs el tercero que muere este mes. Y la cr¨ªa¡ Solo quedan Wounda y Nim.
Fesser contempla la situaci¨®n: dos hombretones a punto de llorar por dos monos muertos. Nadie reacciona, Kesho sangra abundantemente por la cabeza y le tiemblan las extremidades inferiores de manera violenta.
¡ªEste animal est¨¢ sufriendo¡ª.Fesser no puede callarse.
El jefe se gira y ve a los dos polic¨ªas pero no sus pistolas. No sabe qui¨¦nes son, unos visitantes tal vez. Tienen raz¨®n, est¨¢ sufriendo.
¡ªNo hay nada que hacer. Ve a buscar una inyecci¨®n¡ª ordena a su ayudante.
Carlos se separa del simio y Jellineck, sin mediar explicaci¨®n, dispara revent¨¢ndole la cabeza al ¡°espalda plateada¡±. Todos se asustan y se quedan desconcertados. El polic¨ªa guarda su arma muy tranquilo. Kenny Millet podr¨ªa estar de acuerdo en que ha detenido su sufrimiento de la forma m¨¢s r¨¢pida, pero aun as¨ª la dignidad de los gorilas no merece ese trato. Aunque desde hace unos meses ya no sabe qu¨¦ pensar sobre casi nada. El polic¨ªa se acerca a ¨¦l.
¡ª?Qu¨¦ est¨¢ pasando con los animales?
¡ª?Qu¨¦ ha hecho? ?Qui¨¦n es usted?
¡ªFranz Jellineck, inspector de polic¨ªa. Me pareci¨® que hab¨ªa que matarlo.
¡ªS¨ª, joder..., pero los animales tambi¨¦n tienen dignidad.
El polic¨ªa lo observa; le cae bien ese hombre.
-Puede que ellos s¨ª.
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