¡®El share y la separata¡¯ (6): ¡®La separata¡¯
Eduardo Ladr¨®n de Guevara, guionista de 'Cu¨¦ntame c¨®mo pas¨®', concluye su relato. Hoy, el protagonista reacciona a la bronca de un actor de televisi¨®n
-A ver si lo comprendes -y ahora me habla empleando un tono doctoral que no admite r¨¦plica-. Si yo no aparezco, la serie no interesa, la gente se aburre, coge el mando a distancia y cambia de canal. La serie soy yo, por si no te has enterado.
Pero yo no respondo porque estoy hipnotizado por el pelillo de la nariz: es tan largo, tan delgado, tan cimbreante¡ Me gustar¨ªa tener a mano una pinza de depilar, acercarme a ¨¦l furtivamente mientras habla y, de un tir¨®n certero, ?zas!, arranc¨¢rselo. Pero no lo hago y le sigo oyendo hablar sin prestarle atenci¨®n.
-As¨ª no podemos seguir -dice, aspirando el humo, mientras la ceniza se curva peligrosamente-. ?Esta separata es una mierda y perdona que lo diga as¨ª, pero al pan, pan y al vino, vino!
?Cu¨¢ntas veces habr¨¢n dicho hoy que todo lo que escribo es una mierda? Por lo menos seis, ni me acuerdo. Ya me estoy hartando.
Y todo sigue igual: la ceniza que no cae, el pelo de la nariz que tiembla como un junco, la nevada que se espesa, y su voz que es una salmodia:
-Esta separata no sirve -y la rompe lentamente en pedacitos-. ?Es una, una¡!
Y como no da con la palabra adecuada le echo una mano:
-?Una mierda?
-?Exactamente, una mierda! -puntualiza-. ?Pero t¨² sabes la audiencia que hemos hecho?
No le contesto, porque en estos casos lo mejor es callar y dejar que pase el tiempo.
-?Un nueve por ciento! -estalla con indignaci¨®n-. ?Yo no puedo estar en una serie que hace un nueve por ciento y, para terminar de arreglarlo, t¨² me traes una separata que es una verg¨¹enza!
No le respondo y le dejo hablar. ?Qu¨¦ voy a decir?
-?La audiencia sigue bajando, hay que hacer algo para remontar! ?Lo comprendes?
Yo sigo sin abrir la boca pendiente de la ceniza que se obstina en no caer.
-?Me has o¨ªdo? ?Que si me oyes!
Pero no le respondo porque estoy calculando cu¨¢nto m¨¢s tiempo aguantar¨¢ la ceniza sin precipitarse al vac¨ªo. ?Un segundo, dos, tres, toda la vida?
Y en el instante mismo que la ceniza va a caer, me levanto y cojo un cenicero de cristal azul, donde la estrella echa la ceniza, dejando ver sus u?as primorosamente lacadas.
No fue premeditado, lo juro. Fue visto y no visto, un pronto. Ahora, al recordarlo, no le encuentro explicaci¨®n. Yo creo que el cansancio tuvo mucho que ver. Es que me encontraba agotado, en serio. Exhausto.
Bueno, pues eso, que sin pensarlo estall¨¦ el cenicero en su cabeza, primero en la frente e, inmediatamente despu¨¦s, en el occipucio. Yo siempre pens¨¦ que un cr¨¢neo no se pod¨ªa partir as¨ª como as¨ª, imaginaba que resistir¨ªa m¨¢s, pero qu¨¦ va, se quebr¨® como si fuera el cristal de una claraboya al pisarla por descuido. Es verdad que le clav¨¦ el cenicero con fuerza, eso tengo que reconocerlo, pero a m¨ª me parece que tampoco fue para tanto.
Lo que mejor recuerdo de aquello no fue ni el gesto de sorpresa que me lanz¨®, ni el alarido de dolor que dio, que debi¨® ser parecido, por lo que he le¨ªdo, al de Trotsky cuando Ram¨®n Mercader le hinc¨® el piolet. No, lo que tengo m¨¢s vivo en la memoria son sus sesos que, al quedar al descubierto sin la protecci¨®n del cr¨¢neo, parec¨ªan hervir al ba?o Mar¨ªa, agit¨¢ndose, tal vez, a¨²n, con un h¨¢lito de vida.
Y hay otra cosa que no he olvidado: las hojas de la separata all¨ª tiradas en el suelo, m¨¢s mustias que un share del nueve por ciento.
Babelia
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