¡®Una carta desde Potsdam¡¯ (3): ¡®Maldita herida¡¯
Virginia Yag¨¹e, guionista de series como 'La Se?ora' y '14 de abril, La Rep¨²blica', contin¨²a su relato. En la entrega de hoy, Gerda recuerda los eventos del 25 de abril
La memoria de Gerda guardaba con nitidez el 25 de abril, cuando hab¨ªa decidido vaciar el s¨®tano de carb¨®n para llevar all¨ª las camas de los ni?os, la alfombra afgana y un colch¨®n justo antes de que comenzara un fren¨¦tico fuego de artiller¨ªa que se prolong¨® durante horas y que solo se vio interrumpido por los gritos de los vecinos pidiendo ayuda. Aterrada, Gerda mir¨® a Davoud y por ¨²nica respuesta ¨¦l apret¨® fuerte su mano antes de salir r¨¢pidamente fuera de la casa. Su coraz¨®n lati¨® con ansiedad hasta que ¨¦l volvi¨® acompa?ado por los Kirchhoff, la se?ora Baumann y la se?ora Siering y su hijo. La se?ora Kirchhoff ten¨ªa el pie completamente destrozado. Mientras Davoud trataba de calmar a su marido, Gerda se ocup¨® de dar algo de co?ac a la malherida. Recordaba c¨®mo sus manos se hab¨ªan aferrado a su cuello para acercarse y decirle con un hilo de voz que se mor¨ªa antes de perder el conocimiento. Gerda permaneci¨® quieta, acariciando su pelo, pensando que su falta de consciencia era lo mejor que le pod¨ªa ocurrir. En su recuerdo se difuminaba el tiempo transcurrido hasta que se dio cuenta de que el cuerpo de la mujer comenzaba a estar fr¨ªo. Comprob¨® la falta de pulso y avis¨® a Davoud sin levantar la voz. Convivieron con aquel cad¨¢ver durante tres d¨ªas, tratando de preservar a los ni?os de la t¨¦trica realidad mientras afuera se escuchaban los disparos de los soldados rusos contra la resistencia nazi.
Cuando la metralla era sustituida por artiller¨ªa pesada las ventanas se romp¨ªan y todo ca¨ªa al suelo. Los ni?os se tapaban los o¨ªdos y Gerda se tumbaba junto a ellos. Recordaba descubrirse a s¨ª misma sin miedo ante aquella situaci¨®n, sinti¨¦ndose sorprendentemente reconfortada. Ya no pensaba en su peinador, ni en el armario rosa con su vestido de noche americano. Ten¨ªa a los ni?os pegados a ella y Davoud apretaba con fuerza su mano. Coloc¨® su cabeza en el pecho de su marido y se refugi¨® en su olor. Sinti¨® en aquel momento que lo amaba mucho m¨¢s intensamente de lo que jam¨¢s se hab¨ªa parado a pensar y lleg¨® a la ¨ªntima convicci¨®n de que, si en aquel momento mor¨ªa junto a ¨¦l y los ni?os, dejar¨ªa este mundo con mayor felicidad que la desdichada se?ora Kirchhoff. Aquel pensamiento le salv¨® de aquella noche y de otras muchas que vendr¨ªan despu¨¦s.
Tras los disparos, Davoud escuch¨® palabras en ruso y abri¨® de inmediato la puerta para evitar que dispararan al interior de la vivienda. No tard¨® en entrar una turba de soldados rusos. Eran t¨¢rtaros, azerbaiyanos y chechenos, casi todos musulmanes. Gerda recordaba los controles continuos que vinieron despu¨¦s para buscar dentro de la casa militares alemanes escondidos. Tambi¨¦n las apropiaciones indebidas de las pertenencias de los propietarios. Pero, sobre todo, recordaba el terror que le produc¨ªa aquella frase pronunciada con acento ruso:
¨CMujer. Ven ¨Caquellas evidentes intenciones de los soldados eran inmediatamente sofocadas por las intervenciones de Davoud al que los musulmanes respetaban al reconocerlo como iran¨ª.
Aquellos d¨ªas fueron complicados, pero todo empeor¨® cuando aquella ma?ana escuch¨® aquel estruendo que hizo que su cabeza retumbara.
Gerda se gir¨® de inmediato y vio a Davoud junto a ella. Ten¨ªa lo ojos muy abiertos.
¨CMi pierna ¨Cdijo justo antes de desplomarse.
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