¡®Una carta desde Potsdam¡¯ (5): ¡®Una advertencia sin sentido¡¯
Virginia Yag¨¹e, guionista de series como 'La Se?ora' y '14 de abril, La Rep¨²blica', contin¨²a su relato. En la entrega de hoy, Gerda y la se?ora Baumann se dicen adi¨®s
Davoud hab¨ªa sido trasladado al hospital alem¨¢n. Recordaba sus mejillas rojas, su delgadez extrema y aquella pertinaz fiebre que le hac¨ªa desvariar y no reconocerla. Recordaba c¨®mo los m¨¦dicos le hab¨ªan dicho que era el momento de esperar lo peor y c¨®mo la buena de la se?ora Baumann la hab¨ªa tenido que zarandear para no dejarse vencer por el abatimiento y el cansancio. Aunque no se parec¨ªa a su madre, ten¨ªa la habilidad de aportarle la misma calma y m¨¢s de una tarde se encontr¨® abrazada a ella. Le tranquilizaba escuchar sus vaticinios, en los que aseguraba que ellas no ser¨ªan violadas, los ni?os no morir¨ªan de hambre o enfermedad y Davoud terminar¨ªa recuper¨¢ndose. Le gustaban sus ojos saltones, sus manos delgadas y su car¨¢cter alegre a pesar de todo.
Gerda comprendi¨® que la salvaci¨®n solo depend¨ªa de ella y de su f¨¦rrea convicci¨®n, la misma que hizo que no se moviera del hospital hasta persuadir a la enfermera de planta para no dar a Davoud por desahuciado, consiguiendo que lo limpiaran y lo atendieran con una m¨ªnima dignidad. La misma que flaqueaba de vuelta a casa, cuando no quer¨ªa fijarse en los arcenes donde a¨²n yac¨ªan alemanes verdes y malolientes, caballos muertos y tanques blindados tiroteados. Deb¨ªa concentrarse en su marido y olvidarse de lo que la rodeaba as¨ª que convirti¨® en una obsesi¨®n alimentarlo adecuadamente para favorecer la recuperaci¨®n. Al principio cont¨® con mantequilla y huesos para el caldo pero con el tiempo todo se acab¨® y tuvo que recurrir al mercado negro para conseguir manteca, az¨²car y tocino a cambio de su vestido azul de Hanna Dambede y tres metros de seda. Sent¨ªa terror solo de pensar en afrontar la llegada del duro invierno. Se levantaba a diario a las cinco de la ma?ana y acud¨ªa al bosque a por madera para luego cortarla. Despu¨¦s se iba corriendo al hospital y cuando los ni?os despertaban ya estaba de vuelta.
La angustia y la tensi¨®n convirtieron el paso del tiempo en una experiencia imprecisa tan solo marcada por el buen tiempo. La luz comenz¨® a brillar de nuevo, dejaron el s¨®tano y pudieron cerrar la puerta sin miedo a que la echaran abajo. Gerda consinti¨® que los ni?os jugaran fuera de casa superando el terror que le produc¨ªa los restos de municiones peligrosas dispersas por todos lados. Sus juegos y risas era el ¨²nico ant¨ªdoto eficaz para alejarla de la angustia y del ritmo agotador de las obligaciones diarias.
El buen tiempo supuso tambi¨¦n el contacto de la se?ora Baumann con su propia familia y anunci¨® su marcha. Aquella supervivencia compartida las hab¨ªa unido para siempre y se abrazaron con fuerza y entre l¨¢grimas, conscientes de que posiblemente no volver¨ªan a verse pero convencidas de que su uni¨®n ya era inquebrantable. Fue entonces cuando la se?ora Baumann se acerc¨® a ella y susurr¨® a su o¨ªdo:
- Su herida cicatrizar¨¢. Pero la que ¨¦l te dejar¨¢ a ti nunca cerrar¨¢ del todo.
Al recordar aquel momento Gerda detuvo la escritura de su carta. No entend¨ªa por qu¨¦ la se?ora Baumann le hab¨ªa dicho algo as¨ª antes de marcharse. Todav¨ªa no lo sab¨ªa pero no quedaba tanto para que las piezas comenzaran a encajar.
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