Las ventas de Puerto L¨¢pice
En el pueblo, los vecinos dan por hecho que don Quijote pas¨® por ¨¦l, incluso que all¨ª fue armado caballero el genial loco en su primera salida en solitario
A Puerto L¨¢pice llego en poco m¨¢s de una hora tras cruzar el extrarradio de Madrid y la meseta que une el verde valle del Tajo con los montes de Toledo, en los que se asienta el pueblo. Como escribiera Azor¨ªn, que hizo ese trayecto en tren (¨¦l hacia Alc¨¢zar de San Juan y Cinco Casas, la estaci¨®n de Argamasilla de Alba, donde se ape¨®), ¡°?d¨®nde ir¨¦ yo, una vez m¨¢s, como siempre, sin remedio ninguno, con mi maleta y mis cuartillas?¡±.
La moderna autov¨ªa bordea el pueblo, que queda a la derecha, entre los campos, pero la carretera antigua sigue haci¨¦ndole de calle principal, no en vano Puerto L¨¢pice surgi¨® por ella y para servirla, al principio como ventas para arrieros y para entretenimiento y descanso de las diligencias que iban de Madrid al sur y aqu¨ª cambiaban sus tiros y luego ya como un pueblo hecho y derecho, que es lo que es en la actualidad. Aunque no por ello haya perdido el aire de lugar de paso que a don Quijote tanto le atrajo hasta el punto de que hacia ¨¦l se dirigi¨® las dos primeras veces que sali¨® en busca de aventuras, pues supon¨ªa, y as¨ª se lo dijo a su escudero Sancho, que, al ser Puerto L¨¢pice ¡°lugar muy pasajero¡±, en ¨¦l podr¨ªan ¡°meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras¡±.
Si las hall¨® o no Cervantes no lo aclara mucho (y la legi¨®n de los cervantistas tampoco, a pesar de sus disquisiciones e hip¨®tesis innumerables), pero en el pueblo los vecinos dan por hecho que don Quijote pas¨® por ¨¦l, incluso que en una venta que a¨²n sigue abierta para el turismo y de la que luego me enterar¨¦ que fue una carpinter¨ªa hasta hace unas d¨¦cadas fue armado caballero el genial loco en su primera salida en solitario por La Mancha.
Azor¨ªn, en 1905, cuenta que el m¨¦dico del lugar le acompa?¨® a ver el solar en el que, seg¨²n sus investigaciones, se habr¨ªa alzado la venta en la que don Quijote vel¨® sus armas bajo la luna toda la noche antes de ser armado caballero por un ventero asombrado, teniendo por testigos a un criado y a dos mozas del partido, la Tolosa y la Molinera, que le ci?eron la espada y le calzaron la espuela conteniendo con dificultad las risas. Los turistas, sin embargo, se conforman con visitar la que la remeda hoy, un decorado perfecto y de desorbitados precios frente a la que los autobuses los deposita como si fueran una mercanc¨ªa m¨¢s.
Si se dieran una vuelta por el pueblo y hablaran con los vecinos, descubrir¨ªan que al lado mismo de la bautizada como la Venta de don Quijote, tras la pared que la contin¨²a en direcci¨®n al Ayuntamiento y la plaza mayor, sigue tal como estaba cuando Azor¨ªn se aloj¨® en ella la posada de la Dorotea, la mujer del Higinio Mascaraque al que se refiere aqu¨¦l, y en la que contin¨²a viviendo una nieta, Pilar, que a sus 82 a?os recuerda todav¨ªa los tiempos en que los arrieros paraban aqu¨ª para descansar en sus idas y venidas por los caminos que en Puerto L¨¢pice se cruzaban. No s¨®lo ella, la casa entera recuerda aquella ¨¦poca de ajetreo, de latigazos y voces de los arrieros, de relinchos de las caballer¨ªas, con su enorme corral¨®n enjalbegado, su pozo, su abrevadero, su portal¨®n de gruesas columnas pintadas de a?il y blanco y sus cuadras hoy vac¨ªas pero con los pesebres y las tarimas en las que dorm¨ªan sobre sacos de paja los arrieros igual que cuando Azor¨ªn pas¨® por aqu¨ª hace un siglo. Pilar, que no hab¨ªa nacido a¨²n, s¨ª recuerda o¨ªr a su madre de ¨¦l aunque nunca ha le¨ªdo el libro que yo le muestro y en el que sus abuelos y su posada quedaron inmortalizados. ¡°Se lo mandar¨¦¡±, le digo.
Cae la tarde en Puerto L¨¢pice. Los turistas ya se han ido y los vecinos del pueblo, apenas unos mil dedicados a la agricultura y al turismo (¡°La autov¨ªa nos ha hecho mucho da?o¡±, se lamenta el due?o del Hotel El Puerto, donde dormir¨¦ esta noche) o empleados en las dos peque?as f¨¢bricas que posee, una de muebles y otra de somieres, pasean o conversan en corrillos en las callejas del pueblo o en las terrazas de la Plaza Mayor, una reconstrucci¨®n de lo que debi¨® de ser tiempo atr¨¢s pero que ahora parece un trampantojo arquitect¨®nico. Es domingo y frente a la plaza, en la carretera, varias personas esperan al autob¨²s de Madrid, que est¨¢ a punto de llegar. Por las ganas yo me ir¨ªa tambi¨¦n, pero no he hecho m¨¢s que empezar mi viaje, un viaje que me llevar¨¢ por medio pa¨ªs y que, como don Quijote, har¨¦ de tres veces, y mientras la noche llega salgo del pueblo y subo a los tres molinos que desde una colina dominan el antiguo puerto y, a un lado y a otro de ¨¦l, la ondulada tierra de Toledo y la llanura inmensa de La Mancha, por la que caminar¨¦ ma?ana.
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