Oriana, la periodista turbulenta
'La corresponsal' es la biograf¨ªa autorizada de la periodista italiana Oriana Fallaci, escrita por Cristina de Stefano, que la editorial Aguilar acaba de publicara en espa?ol.
En uno de los edificios de la calle 71 de Nueva York viv¨ªa una mujer menuda rodeada de libros antiguos y cuadros car¨ªsimos. Estaba enferma de c¨¢ncer, com¨ªa y dorm¨ªa poco, fumaba unos 50 cigarrillos diarios y, cada tanto, revisaba que continuara en su sitio el letrero que hab¨ªa colgado en la puerta: Go away! (?M¨¢rchese!). Pasaba los d¨ªas, en silencio y con el tel¨¦fono desconectado, ante una vieja Olivetti escribiendo (y reescribiendo) una ambiciosa novela sobre sus antepasados. Esa se?ora ermita?a y hura?a se llamaba Oriana Fallaci, era italiana y durante varios a?os hab¨ªa sido la entrevistadora m¨¢s temida por ¡°los poderos de la Tierra¡±, como ella misma llamaba a los dirigentes pol¨ªticos del mundo.
Cuando la enfermedad ya no le permiti¨® levantarse de la cama, llam¨® a su sobrino y le pidi¨® que la llevara a Florencia. Ah¨ª hab¨ªa nacido, ah¨ª quer¨ªa morir. Por su delicado estado de salud, ninguna aerol¨ªnea acept¨® admitirla como pasajera. Fallaci ¡ªun metro y cincuenta y seis de estatura, treinta kilos de peso¡ª viaj¨® en un avi¨®n privado, con dos doctoras su lado, hecha un ovillo en su asiento. D¨ªez d¨ªas despu¨¦s, la madrugada del 15 de septiembre de 2006, muri¨® en la cl¨ªnica Santa Chiara de Florencia. ¡°Las campanas del Duomo ta?eron alegremente mientras su f¨¦retro abandonaba el edificio¡±, cuenta Cristina de Stefano en La corresponsal (Aguilar), la biograf¨ªa ¡ªautorizada¡ª de la sagaz reportera, publicada ahora en espa?ol.
¡°Las preguntas son brutales porque la b¨²squeda de la verdad es una especie de cirug¨ªa, y la cirug¨ªa duele¡±, dec¨ªa.
En alusi¨®n a la novela Un hombre, donde Oriana cuenta la historia del poeta y activista griego Alekos Panagoulis, el t¨ªtulo original del libro es Oriana. Una dona. ¡°Pero Una mujer le pareci¨® muy general al editor espa?ol y opt¨® por resaltar la faceta m¨¢s period¨ªstica del personaje¡±, puntualiza la bi¨®grafa, quien trabaj¨® durante tres a?os en esta obra gracias que Edoardo Perazzi, heredero de Fallaci, le dio acceso a su archivo personal. ¡°?l es su sobrino y sabe que es importante que la figura de su t¨ªa perdure. Soy la primera que ha tenido acceso a sus documentos, un terreno minado. Porque ah¨ª est¨¢ la Oriana secreta, la que hab¨ªa escondida detr¨¢s de su imagen p¨²blica, llena de sorpresas y contradicciones. El archivo tiene muchas carpetas sobre temas y personajes, lo que demuestra que preparaba mucho sus entrevistas y sus libros. Despu¨¦s de revisar todo ese material hice una lista de personas a las que cre¨ªa que se deb¨ªa entrevistar. En Estados Unidos y en Italia, los dos pa¨ªses donde Oriana vivi¨®. De los que est¨¢n vivos, algunos no han querido hablar. Otros han aceptado hablar pero sin ser citados. Pero para m¨ª lo importante era la informaci¨®n¡±, explica de Stefano.
Por las p¨¢ginas de La corresponsal transita una mujer talentosa, tenaz y desafiante, envuelta en frustraciones sentimentales, que se convierte en una periodista ¡ªdiva y d¨¦spota¡ª de fama internacional al pasar de retratar a las estrellas de cine a los astronautas, luego a las guerras, hasta llegar a los pol¨ªticos que moldearon el mundo contempor¨¢neo y que, ya en el ocaso de su vida, acent¨²a con sus opiniones la pol¨¦mica en la que estaba acostumbrada a vivir.
Orina Fallaci naci¨® y creci¨® en una familia humilde llena de libros que compraban a plazos. Ten¨ªa nueve a?os cuando sus padres la dejaron coger un libro de la estanter¨ªa, La llamada de la selva, de Jack London, y al llegar al punto final se prometi¨® que ser¨ªa escritora. ?Escritora una chica pobre? Vio en el periodismo la ¨²nica forma de acercarse a las letras y, al mismo tiempo, ganar dinero. Un d¨ªa, con el arrojo de la adolescencia, fue a pedir trabajo a Il Mattino, uno de los tres diarios de Florencia. ¡°?Eres la sobrina de Bruno Fallaci?¡±, le pregunt¨® el director. Era. ¡°Escribe algo¡±, le pidi¨®, y ella le entreg¨® un texto nueve horas despu¨¦s porque¡ era la primera vez que utilizaba una m¨¢quina de escribir. En un mundo de hombres que la trataban ¡°con dureza¡±, se empe?¨® en demostrar que era mejor que ellos. ¡°Y eso me benefici¨®¡±, se ufanar¨ªa despu¨¦s.
En los a?os 50 comenz¨® a colaborar en L¡¯ Europeo. So?aba con escribir sobre pol¨ªtica, pero le encargaban los espect¨¢culos. Al conseguir un puesto fijo en el peri¨®dico se mud¨® a Mil¨¢n y se especializ¨® en el mundillo cinematogr¨¢fico. Entonces surgi¨® el ¡®estilo Fallaci¡¯: ¡°tenacidad para buscar la noticia, habilidad para construir el art¨ªculo como un relato y la voluntad de presentarse como uno de los personajes del encuentro.¡± Pero, siempre seg¨²n de Stefano, la periodista aguerrida se convert¨ªa en ¡°una mujer dulc¨ªsima y fr¨¢gil cuando se enamoraba.¡± So?aba con una vida en pareja e, incluso, estaba dispuesta a abandonar su trabajo con tal de lograrlo. Por eso soportaba amores tormentosos. El primero, un periodista llamado Alfredo Pieroni, halagado por la insistencia de ella, se dispuso a vivir una aventura. Ella sab¨ªa que ¨¦l ten¨ªa otras relaciones y lo aceptaba. ?l viv¨ªa en Londres. Ella viajaba constantemente a verlo. Qued¨® embarazada, pens¨® en abortar, pero al final el aborto fue espont¨¢neo. ?l segu¨ªa sin quererla. Ella lloraba. ?l detestaba sus llantos. As¨ª que ella se tom¨® un pu?ado de somn¨ªferos, pero el suicidio qued¨® en un intento. Al recuperare se prohibi¨® volver a enamorarse y se refugi¨® en el trabajo. Para entonces, sus cr¨®nicas y entrevistas, reproducidas por varios diarios en el mundo, ya la hab¨ªan convertido en la Fallaci.
Perdi¨® otro hijo en 1965. Nunca dijo qui¨¦n era el padre. Su entorno supone que fue un ¡°estadounidense famoso y casado. Quiz¨¢ un astronauta de la NASA.¡± Su amargura se acentu¨®, pero la experiencia propici¨® un libro: Carta a un ni?o que nunca naci¨®. Lleg¨® a Vietnam y encontr¨® ¡°al amor de su vida¡±: Francois Pelou, corresponsal de la agencia France Presse. Otra vez la dulzura y la fragilidad. Pero ¨¦l estaba casado, era muy cat¨®lico y en su familia no cab¨ªa el divorcio. Entonces, cuando la relaci¨®n se dio por terminada, Oriana le mand¨® a la mujer de Francois todas las cartas de amor que ¨¦l le hab¨ªa enviado. Su fama de corresponsal de guerra le abri¨® las puertas de los palacios del poder y ella entr¨® irreverente y directa. ¡°Las preguntas son brutales porque la b¨²squeda de la verdad es una especie de cirug¨ªa, y la cirug¨ªa duele¡±, dec¨ªa.
En 1973 conoci¨® a Alekos Panagoulis. A diferencia de otros, ¨¦l era un ¡°amor cerebral¡± para ella. ¡°Alekos era yo, en hombre¡±, dijo a?os despu¨¦s. ?l era 10 a?os m¨¢s joven que ella pero, despu¨¦s de lo que hab¨ªa vivido (una serie de torturas tras el intento fallido de matar al dictador griego Georgios Papadopoulos), parec¨ªa un hombre mayor. Oriana fue a entrevistarlo y qued¨® impresionada. Tanto que se lo llev¨® a Italia para protegerlo. Pero para ella vivir por primera vez con un hombre fue algo muy dif¨ªcil. Discut¨ªan por cualquier cosa. Oriana se fue a vivir a Nueva York y Alekos a Atenas, donde muri¨® en 1976 en un extra?o accidente de coche. Ocho meses despu¨¦s morir¨ªa la madre de Oriana y ella qued¨® destrozada. Envejeci¨® de golpe. En 1977 abandon¨® L?Europeo con la intenci¨®n de dedicarse s¨®lo a sus libros. El c¨¢ncer le lleg¨® a ella, como antes a sus padres y a una de sus hermanas, en 1991. El reto, desde luego, fue m¨¢s duro que sus constantes visitas al dentista a causa de sus dientes arruinados por los cigarrillos.
La ma?ana del 11 de septiembre de 2001, en su casa de Nueva York, sinti¨® un silencio espeso. Encendido la televisi¨®n, que ten¨ªa el audio desactivado, y las im¨¢genes que vio la dejaron at¨®nita. Para desahogarse, llam¨® a Ferrucho Bortoli, director del Corriere della Sera. Cuatro d¨ªas despu¨¦s, el director estaba en el sal¨®n de la casa de su colega con la intenci¨®n de llevar a cabo una entrevista. Pero para entonces Oriana ya hab¨ªa escrito un largo art¨ªculo (o serm¨®n, mejor dicho): La rabia y el orgullo. Se public¨® el 29 de septiembre (¡°Oriana rompe el silencio¡±) en el peri¨®dico italiano, en un suplemento de cuatro p¨¢ginas. Y entonces ella, que en el pasado la hab¨ªan llamado comunista, se convirti¨® en uno de los iconos de la derecha por sus opiniones contra el Islam.
Un d¨ªa abri¨® una de las m¨²ltiples cartas que le llegaban. Era del arzobispo Rino Fisichella, rector de la Pontificia Universidad Lateranense. Ella se hab¨ªa puesto en contacto con ¨¦l despu¨¦s de leer, en 2005, un art¨ªculo del cl¨¦rigo en donde defend¨ªa las ideas post-11S de Oriana. Y a partir de entonces se carteaban. Lleg¨® el momento en que se anim¨® a pedirle que intercediera por ella para que el Papa Benedicto XVI la recibiera. ¡°Adoro a Ratzinger, no s¨®lo porque es un hombre culto e inteligente, sino tambi¨¦n porque es un hombre con un par de huevos¡±, le escribi¨® al arzobispo. No quer¨ªa entrevistarlo (porque para eso ¡°se necesitan diez licenciaturas en Filosof¨ªa y once en Teolog¨ªa¡±), s¨®lo conversar con ¨¦l en privado. El encuentro se produjo el 27 de agosto de 2005 en Castel Gandolfo, la residencia veraniega del Pont¨ªfice y, hasta la fecha, no se sabe de qu¨¦ hablaron.
Oriana Fallaci hubiera preferido que todos estos detalles de su vida permanecieran ocultos. ¡°Si estuviera viva, me habr¨ªa decapitado, como a la reina de corazones de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas¡±, dice Cristina de Stefano. ¡°Oriana no quer¨ªa biograf¨ªas, dec¨ªa que s¨®lo ella pod¨ªa hablar de s¨ª misma. Bueno, tampoco era tonta y tambi¨¦n dec¨ªa: ¡®que escriban las biograf¨ªas despu¨¦s de mi muerte.¡¯¡± Muri¨® hace casi una d¨¦cada. Su funeral fue laico y austero y su tumba est¨¢ junto a la de sus padres, en el cementerio de los Allori, ¡°el de los extranjeros que amaron Florencia¡±, en la las colinas que rodean la ciudad.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.