El vino de Tomelloso
En la poblaci¨®n se nota ese olor acre y dulz¨®n que despide y sobre el perfil de los edificios se vislumbran las antiguas chimeneas de las f¨¢bricas de alcohol
Tomelloso no pretende ser la aldea de don Quijote, pues ni siquiera exist¨ªa (era un grupo de alquer¨ªas desperdigadas por la llanura), cuando aqu¨¦l cabalgaba por La Mancha, pero su situaci¨®n e importancia actual hace que tambi¨¦n se sume al negocio de la ruta quijotesca. No la que sigui¨® Azor¨ªn, que ni siquiera pas¨® por ¨¦l, pues desde Argamasilla viaj¨® en tren, despu¨¦s de regresar de Ruidera, hasta Campo de Criptana, sino la que las instituciones pol¨ªticas han dibujado a lo largo y ancho de la geograf¨ªa manchega tratando de rentabilizar tur¨ªsticamente la novela de Cervantes. ?Pobres don Quijote y Sancho, tan pobres y despreciados por sus vecinos y ahora d¨¢ndoles de comer! As¨ª se escribe la historia.
La de Tomelloso, no obstante, no se circunscribe a ellos. El lugar de tomillos, que de ah¨ª le viene el apelativo, que hoy es la segunda ciudad de Ciudad Real y la tercera en poblaci¨®n de la regi¨®n excluidas las capitales de provincia, debe su crecimiento a la agricultura y en particular al vino, del que es el m¨¢ximo productor en cantidad de toda Espa?a. Basta acercarse a la poblaci¨®n para empezar a notar ese olor acre y dulz¨®n que despide toda ella y que subrayan sobre el perfil de los edificios las antiguas chimeneas de las f¨¢bricas de alcohol. Eso si uno no se ha fijado ya, que lo ha hecho, en los miles de hect¨¢reas de vi?edo que hoy ocupan lo que fueran tomillares y bald¨ªos por los que seguramente pasaron don Quijote y Sancho sin dejar memoria de ellos. Y es que la poblaci¨®n importante entonces de la comarca era Argamasilla, hoy casi un barrio de Tomelloso.
Tras la soledad de ayer, la actividad de la ciudad produce en uno cierto estupor, pues cre¨ªa que en toda La Mancha los pueblos eran como los que hab¨ªa visto hasta ahora. Pero Tomelloso, al menos en su centro, tiene m¨¢s que ver con una peque?a capital de provincia que con un pueblo, por m¨¢s que todo el mundo se conozca. Tanto en la plaza del Ayuntamiento ¡ªla principal¡ª como en las calles que parten de ella la gente se saluda y conversa en las aceras entreteniendo su actividad o pasando la ma?ana, los que est¨¢n ya jubilados. Que son muchos, como se puede ver en los soportales de la llamada ¡ªpor ¨¦stos ¡ªPosada de los Portales, una antigua casa de postas, con balconadas corridas, que hoy alberga la Oficina de Turismo y un museo, y en el Casino de San Fernando, al otro lado de la plaza, en el que permanece intacto el aire de los casinos manchegos que tan bien capt¨® Azor¨ªn: ¡°Hay algo en estos ambientes de los casinos de pueblo que os produce como una sensaci¨®n de sopor e irrealidad. En el pueblo est¨¢ todo en reposo; las calles se hayan oscuras, desiertas; las casas han dejado de irradiar su tenue vitalidad diurna. Y parece que todo este silencio, que todo este reposo, que toda esta estaticidad formidable se concentra, en estos momentos, en el sal¨®n del Casino, y pesa sobre las figuras fant¨¢sticas, quim¨¦ricas, que vienen y se tornan a marchar lentas y mudas¡±. Cuesta creer, leyendo esta descripci¨®n, que estas mismas personas protagonicen, llegado el 15 de agosto, el gran festejo hedonista y b¨¢quico, ininterrumpido durante varios d¨ªas, que los tomelloseros celebran, seg¨²n me cuentan y leo en las gu¨ªas, para honrar a su patrona, la Virgen de la Asunci¨®n, m¨¢s conocida como de las Vi?as por residir en un santuario en medio de ellas y portar en las manos, tanto la Virgen como el Ni?o, sendos racimos de uvas.
Faltan a¨²n para el retrato completo del pueblo los bombos. Est¨¢n fuera de ¨¦l, desperdigados por la llanura imponente, entre las vi?as y los cultivos modernos, y son las construcciones m¨¢s rudimentarias y primitivas que uno pueda imaginar, pues se trata de chozos hechos con piedra seca, miles, millones de piedras de las que los arados sacaban al labrar la tierra (ahora los tractores, pero ya no se hacen bombos, pues la gente tiene coche para volver a sus casas y ya no duerme en el campo) y en los que los campesinos y los pastores se refugiaban cuando hac¨ªa fr¨ªo, llov¨ªa o el sol pegaba de firme, como hoy en las calles de Tomelloso; estas calles anchas y luminosas, ¡°en perfecta concordancia con los interiores de las casas¡±, al final de las cuales ¡°la llanura se columbra inmensa, infinita¡± que describi¨® Azor¨ªn hablando de estos pueblones manchegos y en las que huele a vino a todas las horas ?C¨®mo extra?arse de que, si don Quijote no las transit¨®, pues no exist¨ªan a¨²n, s¨ª lo hayan hecho otros muchos locos, aficionados a la pluma o al pincel, gentes como Antonio L¨®pez Torres y su sobrino Anto?ito L¨®pez Garc¨ªa, pintores, o los poetas y novelistas Francisco Garc¨ªa Pav¨®n, Eladio Caba?ero, F¨¦lix Grande, Dionisio Ca?as y un largo etc¨¦tera, que han hecho que a Tomelloso se la conozca, bien que con exageraci¨®n, como la Atenas de La Mancha.
Plinio, el Sherlock Holmes manchego
Francisco Garc¨ªa Pav¨®n, un escritor muy popular en Espa?a hace algunos a?os, escribi¨® en la segunda mitad del pasado siglo una serie de novelas ambientadas en Tomelloso, su pueblo natal, y protagonizadas por el jefe de la polic¨ªa local, llamado Plinio. De corte polic¨ªaco, pero con toques costumbristas y de cr¨ªtica social (hasta donde la censura franquista se lo permiti¨®), las historias de Plinio, siempre ayudado por don Lotario, el veterinario de Tomelloso (un remedo del Watson de Sherlock Holmes, pero tambi¨¦n del Sancho Panza de don Quijote, tanto por su lenguaje como por la campechan¨ªa) alcanzaron gran popularidad en Espa?a en los a?os setenta y ochenta del siglo XX a ra¨ªz de su adaptaci¨®n por la televisi¨®n de la ¨¦poca y han merecido, como su protagonista, que un parque las recuerde en el pueblo en el que suceden. Se llama as¨ª: Jard¨ªn de las Historias de Plinio, y lo preside una estatua de ¨¦ste con don Lotario.
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