La tierna y sorprendente historia del pollo de Espl¨¢ y el cerdito valiente
" Los toreros no somos matarifes; nuestro destino y nuestra voluntad es crear belleza¡¯ declar¨® Curro Romero

Contaba Luis Francisco Espl¨¢ en una entrevista radiof¨®nica que un invierno se enclaustr¨® con su cuadrilla en una finca para matar unos toros a puerta cerrada y preparar en equipo la inminente temporada.
Finalizado el retiro, decidieron celebrar una comida especial, para la que recibieron un obsequio del ganadero.
-Maestro, tengo mucho gusto en regalarles este hermoso pollo campero, para que se lo coman ustedes con arroz.
Espl¨¢ agradeci¨® el detalle y se dirigi¨® al tercero de la cuadrilla.
- Juan, mata t¨² el pollo, que est¨¢s m¨¢s acostumbrado con la puntilla.
- Maestro, ?tengo que ser yo? Que lo mate, Jos¨¦, el picador, que tiene gallinas en el corral de su casa.
- Yo, no. Nunca le he cortado el cuello a un pollo, matador. H¨¢galo usted que maneja mejor la espada.
Total, contaba el torero, que mientras el pollo asist¨ªa expectante, con la cresta erizada y un poco mosca, a tan sesuda discusi¨®n taurina, no hubo manera de decidir qui¨¦n se encargar¨ªa de darle el pasaporte para la otra vida.
- ?Y qu¨¦ pas¨® al final?, inquiri¨® el periodista.
- ?Que qu¨¦ pas¨®? Pues que dejamos libre al pollo y nos comimos un arroz a la cubana.
¡®Entiendo el toreo como una caricia; como una armon¨ªa, una inspiraci¨®n, una forma de expresar el sentimiento, como lo muestran el compositor con sus notas o el pintor con sus pinceles. Los toreros no somos matarifes; nuestro destino y nuestra voluntad es crear belleza¡¯.
As¨ª se expresaba Curro Romero el 5 de abril de 2008, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungr¨ªa de Sevilla.
Nunca, y son ya algunos a?os como aficionado a los toros, he sido testigo de un acto violento verbal o f¨ªsico en una plaza de toros m¨¢s all¨¢ de una cari?osa bronca de educados y dolidos aficionados hacia su ¨ªdolo. Nunca, hasta ahora, que ha renacido con fuerza inusitada una ola antitaurina que est¨¢ descubriendo a un minoritario grupo de personas que dice defender la vida y los animales y, escud¨¢ndose en el cobarde anonimato, mancha las redes sociales con mensajes rebosantes de odio y una extra?a maldad que intimidan sobremanera ante la dolorosa certeza de que existen semejantes que desean la muerte de otros para defender -dicen ellos- la vida. Doloroso y penoso. ?Qui¨¦n en su sano juicio y digno de respeto puede desear la muerte de Rivera Ord¨®?ez? M¨¢s vale ser, entonces, taurino bullanguero que antitaurino con tan mala sangre.
Lo normal, eso s¨ª, es que existan personas, muchas personas, y algunos partidos pol¨ªticos contrarios a los toros. Ha ocurrido siempre. Y tienen perfecto derecho a ello. Hasta Papas de la Iglesia y Reyes de la piel de toro hubo que los prohibieron, y han abundado y abundan intelectuales de toda condici¨®n y pensamiento que los han aborrecido y aborrecen. La pol¨¦mica ha sido connatural a la fiesta de los toros. Pero ah¨ª sigue¡
?Por qu¨¦ vuelve ahora? Porque la fiesta est¨¢ tocada del ala, con media estocada en las agujas, a la deriva y desnortada. Y el depredador acecha siempre a la presa m¨¢s d¨¦bil.
La crisis de valores ha alcanzado a la tauromaquia, fragmentada y muy desunida; carece de un l¨ªder carism¨¢tico, y est¨¢ abotargada de rutina, uniformidad y aburrimiento. Y lo realmente grave es que las figuras, los toros m¨¢s comerciales y los empresarios m¨¢s relevantes no son capaces de frenar la huida constante de espectadores.
La guinda la pone el Gobierno, que consigue que se apruebe una ley que no cumple, y prefiere que la fiesta se desangre con una irresponsable desidia. Inadmisible resulta, por ejemplo, que una actividad que es patrimonio cultural de este pa¨ªs no reciba m¨¢s que migajas de la televisi¨®n p¨²blica.
Es decir, el modelo est¨¢ agotado. Toda su estructura lo est¨¢. De nada valen las comparaciones con otras actividades culturales, ni toreros que se desmonteren en el pase¨ªllo, ni desesperadas cartas al director ni lamentos diversos. La ¨²nica soluci¨®n est¨¢ en las entra?as de la propia fiesta de los toros: o cambia o desaparecer¨¢.
Pero la fiesta no se acabar¨¢ por la campa?a de los antitaurinos, tanto de los intransigentes que se sientan en los plenos municipales, como los pocos que se manifiestan junto a las plazas o los ilusos aguafiestas que se lanzan al ruedo con el torso desnudo; la tauromaquia, tal y como hoy la conocemos, desaparecer¨¢ el d¨ªa que el p¨²blico no pase por taquilla, cansado de aburrimiento o de presunto enga?o y manipulaci¨®n.
Por si fuera poco, la relaci¨®n del ser humano con los animales ha cambiado radicalmente en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Y mientras se celebraba una carrera de fondo en la que los animales ganaban protagonismo, se hac¨ªan nuestros amigos, y los consider¨¢bamos como miembros de nuestras propias familias, el toro, una obra perfecta de ingenier¨ªa gen¨¦tica, uno de los animales m¨¢s bellos de la naturaleza, nacido para una creaci¨®n art¨ªstica, ha permanecido encerrado en el campo, aislado del mundo, en un coto secreto, y solo lo hemos mostrado en los veinte ¨²ltimos minutos de su vida.
La fiesta de los toros ha estado fuera de este proceso imparable, y ha perdido, quiz¨¢ de manera irremediable, la batalla de la comunicaci¨®n con el mundo.
Varias generaciones de ni?os que han crecido disfrutando con animales de distintas especies y asumiendo como algo natural el papel cada uno de ellos, solo han conocido el toro por la imagen cruenta de la lidia en la plaza, y muchos son los que piensan que ese animal es la v¨ªctima de unos malvados torturadores que son los aficionados a la fiesta.
?As¨ª, a estas alturas, de poco sirven las apelaciones al derecho de las minor¨ªas y a la libertad, por muy fundamentadas que est¨¦n. Los aficionados a los toros estamos rodeados porque cada vez es m¨¢s patente la destaurinizaci¨®n de la sociedad espa?ola.
Se cumplen ahora veinte a?os del estreno de la pel¨ªcula?Babe, el cerdito valiente, una historia enternecedora. Sus padres adoptivos, una pareja de perros ovejeros, le cuentan c¨®mo funciona la granja. ¡®Todos tenemos una misi¨®n¡¯, le dicen; ¡®la vaca sirve para dar leche; los perros, para ayudar al amo con las ovejas, y los cerdos no sirven para nada, y por eso los amos se los comen por Navidad. As¨ª funciona el mundo, Babe¡¯.
Este mensaje de la pel¨ªcula australiana es el que parece que no se ha entendido: el toro sirve para la lidia en la plaza, para generar emoci¨®n y arte. Si no fuera as¨ª, no servir¨ªa para nada; nos lo comer¨ªamos y desaparecer¨ªa.
Sea como fuere, los aficionados a los toros no somos torturadores; yo, al menos, y perdonen la petulancia de la primera persona, no me considero parte de un grupo de crueles mortales enfermos de morbo; me repugnan la sangre, la tortura y el sufrimiento ajeno. Pero tengo la buena o mala suerte de pertenecer a una cultura en la que el toro es protagonista de un modo de entender la belleza. Y acepto que otros no lo entiendan as¨ª.
Lo que tengo muy claro, eso s¨ª, es que ni Curro Romero ni la cuadrilla de Luis Francisco Espl¨¢, con el maestro a la cabeza, son unos matarifes deleznables. Y, si no, que le pregunten al pollo¡
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