El Quijote de Avellaneda
En Zaragoza nadie tiene idea de que el hidalgo y su suplantador est¨¢n ¨ªntimamente unidos a su ciudad

Entre Utebo y Zaragoza sit¨²an los cervantistas la venta a la que don Quijote y Sancho llegaron poco despu¨¦s del atropello de la manada de toros que los dej¨® tirados en el camino y con todos los huesos maltrechos y en la que conocieron que, mientras ellos iban y ven¨ªan de un sitio a otro deshaciendo embrollos y encantamientos, sus haza?as circulaban en letra impresa, pero no escrita por su bi¨®grafo autorizado, que era Cide Hamete, o sea, Miguel de Cervantes, sino por un impostor, un tal Alonso Fern¨¢ndez de Avellaneda que se hab¨ªa atrevido incluso a anticipar aventuras futuras. La venta, que estar¨ªa, como era la costumbre, a mitad de camino entre Utebo y la capital, hoy es ya dif¨ªcil imaginarla en el galimat¨ªas de carreteras, f¨¢bricas, gasolineras, rotondas e infraestructuras de todo tipo que se suceden sin interrupci¨®n hasta Zaragoza. De hecho, hasta el antiguo camino, hoy carretera nacional, es dif¨ªcil de seguir, tantas son sus ramificaciones.
Pero hay que ponerse a hacerlo para rememorar la escena y la conversaci¨®n que en la susodicha venta tuvieron lugar cuando don Quijote y Sancho (m¨¢s ¨¦ste que don Quijote, al que el atropello de la manada de toros dej¨® sin hambre), despu¨¦s de cenar ¡°dos u?as de vaca¡±, que es todo lo que el ventero les ofreci¨®, se retiraron a su aposento, que casualmente separaba una pared de otro en el que dos caballeros, don Jer¨®nimo y don Juan, le¨ªan en voz alta antes de dormirse la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, que sus protagonistas desconoc¨ªan que se hubiera escrito ya, entre otras cosas porque a¨²n no hab¨ªan vivido las aventuras correspondientes a ella; un divertido juego literario que Cervantes inventa para ridiculizar el Quijote ap¨®crifo (al que califica por boca de don Jer¨®nimo de disparatado y malo), y que el lector entiende como tal, pero que don Quijote se toma tan en serio que decide no entrar en Zaragoza, ciudad a la que se dirig¨ªa para participar en sus justas del arn¨¦s, aventura que Avellaneda ya daba por realizada en su impostora segunda parte de la novela, y poner rumbo a Barcelona, donde los dos caballeros que estaban ley¨¦ndola le dijeron que hab¨ªa anunciadas otras justas en las que don Quijote podr¨ªa mostrar su valor. ¡°As¨ª sacar¨¦ a la plaza del mundo la mentira de ese historiador moderno, y echar¨¢n de ver las gentes c¨®mo yo no soy el don Quijote que ¨¦l dice¡±, exclama el pobre hidalgo viendo c¨®mo a las chanzas de los duques de Villahermosa hab¨ªa venido a sumarse el suplantamiento de su personalidad por otro falso Quijote.
Pero hoy no es f¨¢cil, como en su tiempo, pasar de largo por Zaragoza, dado su emplazamiento. Ni es f¨¢cil ni es mi deseo, que tengo esta ciudad por una de mis preferidas, as¨ª que me perdonar¨¢ don Quijote si le traiciono por una vez y, mientras ¨¦l y Sancho quedan durmiendo en la venta que ya no existe, yo vaya a hacerlo a un hotel de aquella y, a la ma?ana, le d¨¦ un paseo buscando, m¨¢s que la huella en ella de don Quijote, que, como queda claro, nunca la visit¨®, la memoria de ¨¦l entre unas personas cuya hospitalidad no conoce desconsideraciones. Pero mi sorpresa es grande cuando descubro que en Zaragoza nadie, ni siquiera las chicas de la Oficina de Turismo, en la plaza de Espa?a, antigua plaza de San Francisco (donde se celebraron precisamente las justas del arn¨¦s a las que don Quijote ven¨ªa), tiene idea de que ¨¦ste y sobre todo su suplantador, el falso Quijote de Avellaneda, est¨¢n ¨ªntimamente unidos a su ciudad, el primero porque habla varias veces de ella (es la ¨²nica ciudad que nombra, aparte de Barcelona) y el segundo porque su autor, el tal Fern¨¢ndez de Avellaneda, le dedica tres cap¨ªtulos, lo que ha hecho colegir a m¨¢s de uno que era zaragozano, o por lo menos aragon¨¦s, y m¨¢s a la vista del gran conocimiento que demuestra de la moderna Cesaragusta romana: su don Quijote entra en la ciudad por la Puerta del Portillo, que era la natural viniendo desde Castilla, cruza la Aljafer¨ªa y la ¡°famosa calle del Coso¡±, incluso describe el palacio de los Luna, hoy Audiencia de Justicia, con sus ¡°dos fieros gigantes que a la puerta est¨¢n, levantados los bra?os, con dos ma?as de fino azero, para estorbar la entrada a los que, a pesar suyo, quisieran entrar dentro¡±, que son los dos barbudos atlantes que se pueden admirar todav¨ªa hoy.
Fuera de ello, la ciudad ha crecido tanto que si el falso don Quijote volviera a ella o el verdadero se dignara visitarla al rev¨¦s de lo que hizo apenas identificar¨ªan algunas torres de iglesia y no la del Pilar, que a¨²n no exist¨ªa en su tiempo, y por supuesto el puente de piedra, el ¨²nico que cruzaba entonces el r¨ªo Ebro en muchos kil¨®metros y por el que el hidalgo, a lo que se ve, no lo hizo, pues para acceder a ¨¦l habr¨ªa tenido que entrar en Zaragoza, la ciudad que repudi¨® por culpa de un impostor.
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