El ¨²ltimo verano de Franco
El autor, que escribi¨® junto con Antonio Onetti el guion de la pel¨ªcula para televisi¨®n ¡®20-N, los ¨²ltimos d¨ªas de Franco¡¯, rememora en este texto el final ag¨®nico del dictador
Hace ahora cuarenta a?os justos, Francisco Franco Bahamonde, General¨ªsimo de los ej¨¦rcitos y Caudillo de Espa?a por la gracia de Dios (o de Hitler, que le prest¨® en 1936 los Ju-52 que trasladaron a sus legionarios y regulares desde ?frica y le dieron el poder de facto para encabezar la rebeli¨®n militar contra la Rep¨²blica), pasaba el que iba a ser su ¨²ltimo verano en este valle de l¨¢grimas y al frente del Estado. No diremos que nada hac¨ªa augurar el fatal desenlace. El a?o anterior hab¨ªa tenido una tromboflebitis, un percance serio, y padec¨ªa un p¨¢rkinson avanzado que se evidenciaba en el temblor de sus manos. Sus energ¨ªas se agotaban de modo perceptible, convirti¨¦ndolo en un anciano que a sus 82 a?os no pod¨ªa presumir precisamente de ser el m¨¢s rumboso de su quinta.
Bien atendido por un excelente m¨¦dico, Vicente Pozuelo, que adem¨¢s dej¨® un valioso y leal testimonio en forma de libro de los 476 d¨ªas que pas¨® al pie del ca?¨®n de la salud de Franco (la mejor referencia para seguir los ¨²ltimos d¨ªas del dictador), su rutina comprend¨ªa ejercicios tan pintorescos como caminar por el pasillo al ritmo de las marchas militares que le pon¨ªa en un radiocasete Juanito, su fiel ayudante desde los tiempos de la Guerra Civil, para estimular la coordinaci¨®n y la circulaci¨®n de sus piernas. Pozuelo estaba encima de todos los aspectos de la vida diaria de Franco, incluida la alimentaci¨®n, en la que el omn¨ªmodo gobernante no sol¨ªa por s¨ª solo observar la moderaci¨®n pertinente a la ¨ªndole y gravedad de sus dolencias.
Pese a todo, Franco segu¨ªa siendo Franco, y quiz¨¢ lo era de un modo que impresiona m¨¢s que cuando estaba en la plenitud de sus fuerzas. A quien esto escribe le fue dado apreciarlo hace alg¨²n tiempo, mientras preparaba junto a Antonio Onetti el guion de lo que terminar¨ªa siendo 20-M, los ¨²ltimos d¨ªas de Franco, la pel¨ªcula para televisi¨®n producida por Antena 3 en la que el inolvidable Manuel Aleixandre daba vida al dictador y que ser¨ªa distinguida como la mejor de 2008 por la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisi¨®n. Por cierto que nuestro t¨ªtulo era otro, La agon¨ªa, que se refer¨ªa tanto al hombre como al r¨¦gimen que encarnaba y que conten¨ªa un gui?o notorio a El hundimiento, la magn¨ªfica cr¨®nica cinematogr¨¢fica de Oliver Hirschbiegel sobre los ¨²ltimos d¨ªas de Hitler y del Tercer Reich en el b¨²nker de la Canciller¨ªa de la Vosstrasse de Berl¨ªn.
Hasta el final de su mandato firm¨® sin pesta?ear sentencias de muerte
Confieso sin dificultad que jam¨¢s simpatic¨¦ con Franco. Lo vi solo una vez en vida, en la Castellana, presidiendo, ya muy mayor, un desfile de la Victoria, pero ten¨ªa referencias de ¨¦l que no me predispon¨ªan precisamente a tenerle estima a su persona; tanto de mi abuelo Lorenzo, que lo conoci¨® en ?frica (donde pasaba por ser un jefe sin entra?as ni consideraci¨®n alguna hacia la tropa que mandaba) como de mi amigo Jaime Spottorno (que siendo jefe de gabinete del Ministerio de Obras P¨²blicas despach¨® una vez con ¨¦l y refer¨ªa la frialdad y la astucia zorruna con que desarmaba a su interlocutor, aun sin saber nada del asunto que se trataba, vali¨¦ndose de la ventaja del poder).
No dir¨¦ que esa prevenci¨®n se trocara en simpat¨ªa en la preparaci¨®n del guion, en la que consultamos, aparte de la obra de Pozuelo, otros libros de personas que lo trataron con mayor o menor profundidad y toda la prensa de la ¨¦poca (que nos sorprendi¨® por la profusi¨®n de detalles que daba, en tiempo real, de la agon¨ªa del dictador). Pero s¨ª que hallamos en la personalidad de ese hombre que se mor¨ªa, y que hasta el final de su mandato firm¨® sin pesta?ear sentencias de muerte, rasgos de car¨¢cter que nos impactaron y aun nos sobrecogieron.
El ¨²ltimo consejo de ministros lo hizo monitorizado por si infartaba
Son incontables los momentos pasmosos que registran esos dos meses de calvario que comenzaron con un infarto al poco de que el Papa condenara los ¨²ltimos fusilamientos del r¨¦gimen (algo que a Franco, como ferviente cat¨®lico que era, le afect¨® profundamente). Desde ese ¨²ltimo consejo de ministros monitorizado por los cardi¨®logos en la habitaci¨®n contigua (por si infartaba en plena sesi¨®n y hab¨ªa que desfibrilarlo de urgencia), hasta la operaci¨®n a vida o muerte en el m¨ªsero dispensario del palacio de El Pardo, con corte de luz incluido, que hizo observar a uno de los cirujanos que, si el paciente sobreviv¨ªa a aquella chapuza, deber¨ªa hacerlos fusilar. Pero tambi¨¦n la tranquilidad con que se levant¨® despu¨¦s de una noche terrible (todas las ¨²ltimas lo fueron) a redactar su testamento, o ya en el colmo, y tras sufrir una angina de pecho y un v¨®mito de sangre que oblig¨® a cambiarle toda la lencer¨ªa de la cama, c¨®mo a la ma?ana siguiente, como si tal cosa, pidi¨® mapas del S¨¢hara para decidir d¨®nde deb¨ªan disponerse las minas contra la Marcha Verde. Fue por cierto esa noche de perros cuando dijo la que err¨®neamente muchos registran, cit¨¢ndola mal, como su ¨²ltima frase: ¡°Qu¨¦ duro es morirse¡±. En realidad dijo, tras serle extra¨ªdo de la garganta un co¨¢gulo de sangre del tama?o de una naranja: ¡°Qu¨¦ duro es esto¡±. A¨²n faltaban unos d¨ªas para su fallecimiento en la UCI del hospital de La Paz, a donde pese a su resistencia se le acab¨® trasladando a ra¨ªz de aquella calamitosa intervenci¨®n en El Pardo a la que sobrevivi¨® de milagro, despu¨¦s de que el personal del palacio localizara y sacara de la cama al electricista que finalmente restableci¨® la corriente para poder culminarla.
Resulta apasionante, y eso procuramos en la pel¨ªcula, recorrer en paralelo la historia de las ¨²ltimas maniobras del r¨¦gimen para perpetuarse tras la inminente muerte de su figura emblem¨¢tica, las gestiones del entonces pr¨ªncipe Juan Carlos para, con apoyo exterior (de EE UU y Francia, sobre todo), tener las manos libres para su reforma, y los esfuerzos de los m¨¦dicos no solo para contener el desmoronamiento f¨ªsico de Franco, sino tambi¨¦n para que se supiera en todo momento lo que pasaba y quedase claro que el dictador no ten¨ªa esperanza y que a ellos no pod¨ªa imput¨¢rseles la menor negligencia en su cuidado.
Por cierto, que las verdaderas ¨²ltimas palabras de Franco son mucho m¨¢s sabrosas (y, si se mira bien, m¨¢s humanas) que las que registra el relato ap¨®crifo. Se las dijo a Pozuelo, su m¨¦dico de confianza, apret¨¢ndole la mano, antes de que lo metieran en la UCI de La Paz y, sed¨¢ndolo, apagaran su conciencia para siempre. Fueron, simplemente, estas tres: ¡°No me deje¡±.
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