Princesa Aurora en el reino del nuevo rico
Nacho Duato pone en escena su primer ballet acad¨¦mico de gran repertorio
Despejada la hojarasca medi¨¢tica que poco o nada tiene que ver con la materia ballet¨ªstica en s¨ª, ap¨²ntese que este estreno ha despertado un inter¨¦s enorme en el ambiente de la danza local. Vemos en escena el primer ballet acad¨¦mico de gran repertorio recreado a su buen creer y entender por Nacho Duato. Primero lo hizo en San Petersburgo y luego repiti¨® la producci¨®n en Berl¨ªn. A primera vista, hay pocos cambios entre las dos, y no son relevantes: es siempre Duato, estribando la diferencia quiz¨¢s m¨¢s en la factura interpretativa de la plantilla. Es notorio que Duato carece de una formaci¨®n acad¨¦mica precisa y ordenada, lo que nada tiene que ver con su ¨¦xito y el desarrollo de su probado talento coreogr¨¢fico en los modos contempor¨¢neos. Nunca estuvo cerca del ballet de repertorio, y de hecho, lo repudi¨® por mor de sus lustres y laureles. En su ballet Opus piat se sacaba brillo en la entrepierna con un tut¨² de ¡°Las s¨ªlfides¡±. Aquello de ¡°la continuidad constructiva y estructural de la materia core¨²tica heredada¡±, como dice Krasovskaia, no es algo que al valenciano le preocupe, su b¨²squeda va hacia el efecto y es solamente intuitiva. M¨¢s que de ¡°reconciliaci¨®n con el cl¨¢sico¡± es justo hablar de iniciaci¨®n tard¨ªa, y su aporte consiste b¨¢sicamente en el trufado de movimientos extempor¨¢neos al dibujo acad¨¦mico y en un obstinado contrarrestar de la din¨¢mica, tanto en el fraseo como en el terminado.
Sobre La bella durmiente, el ballet creado por Marius Petipa en San Petersburgo en 1890, se ha escrito mucho y bien. La fuente principal sigue siendo el libro de Roland John Wiley, y a tenor de lo que se discute hoy y ahora sobre la conservaci¨®n (y transmisi¨®n) del repertorio, vale la pena leer el cuarto ap¨¦ndice, que es el libreto aut¨®grafo de Petipa para esta obra. Ah¨ª se entienden muchas cosas, algunas que est¨¢n sugeridas en los fragmentos coreogr¨¢ficos sobrevivientes, principalmente las variaciones de las hadas del Pr¨®logo, el Adagio de la Rosa, el pas de deux de El p¨¢jaro azul y naturalmente, el gran paso a dos final de la princesa Aurora y el pr¨ªncipe Desir¨¦e, sublimaci¨®n bailada de un estilo muy preciso (el acad¨¦mico) que reverencia a otro anterior (el cortesano de Luis XIV).
En lo que nos ocupa, la creaci¨®n de Duato, resulta ocioso referirse a Petipa o lo que queda de ¨¦l (tan peregrino como deslindar las muchas y notorias intervenciones de Riccardo Drigo en la partitura que se escucha). Aqu¨ª no hay lugar para la citaci¨®n filol¨®gica o la est¨¦tica comparada. No es como si hoy d¨ªa fu¨¦ramos a revivir una lengua muerta y enterrada, porque el ballet, en su m¨¦dula y escol¨¢stica, est¨¢ vivo. Ni a Duato ni a su p¨²blico, ni a los programadores ni a los hagi¨®grafos, ni siquiera a los que bailan para ¨¦l, les interesan esas cosas. Se vive en un entusiasmo contempor¨¢neo, de brillante novedad, de irisada lujuria pl¨¢stica y expeditiva. ?Qui¨¦n osa hablar de estilo? Otro siglo, otros gustos; ya veremos cu¨¢nto dura esa fiebre de quitar el polvo a un tut¨² que no lo ten¨ªa, porque es un error de lesa cultura confundir p¨¢tina con churre.
Las tres "Bellas durmientes¡± alemanas m¨¢s notorias anteriores a Duato tampoco estuvieron hechas por un alem¨¢n. Beriozov en Stuttgart (1957); John Neumeier en Hamburgo (1978) y Kennett MacMillan en Berl¨ªn Occidental (1967) fueron sus autores. ¡°Bella¡± ha tenido en Rusia dos l¨ªneas de continuidad, una en San Petersburgo y otra en Mosc¨². Ya Wiley llama la atenci¨®n de que todas las referencias (o de ¡°arqueolog¨ªa¡±) se centran en la anotada reducci¨®n para piano que pervive y que es la que us¨® el r¨¦gisseur Nikolai Sergeyev entre 1903 y 1918 en el Teatro Mariinsky, y despu¨¦s en el sucesivo manoseo local del material: Lop¨²jov, que fue el primer directo del ballet sovi¨¦tico del teatro ¨CMali- donde ahora Duato cre¨® su ¡°Bella¡±; despu¨¦s Vainonen y as¨ª hasta llegar a Konstantin Sergueyev. En Mosc¨², por su lado, la cosa empieza en 1899 con Gorski, que en 1904 le mete mano en serio al Bosque de las Ninfas del segundo acto; despu¨¦s Tijom¨ªrov, Messerer y por fin las dos versiones de Grigorovich (1963 y 1974) que ya hoy no nos parecen tan alejadas de la tradici¨®n, visto lo visto. Estos datos y cronolog¨ªas demuestran que el ballet acad¨¦mico se toma su tiempo en asentarse y demostrarse; es una ley muy seria de este arte. El tiempo regular¨¢ qu¨¦ efecto perdurable tienen estas aventuras grandiosas de alto coste. En cuanto a la plantilla berlinesa de la ¡°Bella durmiente¡± de Duato, Iana Salenko (Princesa Aurora) y Dinu Tamazlacaru (Pr¨ªncipe D¨¦sir¨¦) son bailarines solventes y sacan adelante el producto, lo desbocan de la encrucijada estil¨ªstica por lo que perdura en ellos de su propia escol¨¢stica, de su formaci¨®n precedente. El mejor de la velada fue Olaf Kollmannsperger en un papel nuevo: el Hado de Oro: limpio, arm¨®nico, suavemente virtuoso y con una respiraci¨®n a¨¦rea muy controlada.
?LA BELLA DURMIENTE: Staatsballett de Berl¨ªn. M¨²sica: Piotr Ilich Chaikovski; coreograf¨ªa: Nacho Duato; escen¨®grafa ?y figurinista: Angelina Atlagi?; luces: Brad Fields. Direcci¨®n musical: Pedro Alcalde. Teatro Real. Hasta el 6 de ?septiembre.
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