Las autopsias de Gore Vidal
Las peque?as o grandes incoherencias nos hacen sentir superiores al personaje biografiado

Como cada verano, me he permitido largas zambullidas en United States, monumental recopilaci¨®n de ensayos de Gore Vidal publicados entre 1952 y 1992. 1.300 p¨¢ginas que muestran la mente de su autor en toda su gloria autodidacta, egoc¨¦ntrica, peleona. Un ejemplo: ¡°Who makes the movies?¡±, una respuesta a la teor¨ªa de los directores auteursque defiende la primac¨ªa de los guionistas.
En realidad, una excusa para colocarse en el centro de la pista ¡ª¨¦l mismo fue guionista en Hollywood¡ª y narrar su Gran An¨¦cdota. Preparando Ben-Hur, argument¨® que la animosidad entre el jud¨ªo y el romano Messala derivaba de la negativa del primero a reanudar una antigua relaci¨®n amorosa. El director (William Wyler) acept¨® ese subtexto, aunque nunca informaron a Charlton Heston.
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Como ensayista, Gore usaba sus vivencias personales para vertebrar sus rotundos dict¨¢menes pol¨ªticos y literarios. Resulta aconsejable releer esos textos a la luz de dos libros recientes que desgranan intimidades de Vidal: Sympathy for the devil, de Michael Mershaw, e In bed with Gore Vidal, de Tim Teeman. Dudo que Vidal hubiera pillado los gui?os a los Stones y Madonna en los t¨ªtulos: carec¨ªa de inter¨¦s por la cultura pop.

Pero no podr¨ªa poner objeciones al recuento de intimidades: era su arma favorita, en conversaciones o en art¨ªculos. Incluso cuando defend¨ªa a amigos como el dramaturgo Tennessee Williams, no se privaba de detallar sus momentos m¨¢s embarazosos. Para muchos, este destape actual es otra variedad del ¡°porno biogr¨¢fico¡±, que alimenta nuestra pulsi¨®n de empeque?ecer a los gigantes. Ambos libros tienen su coartada: actualizan y enriquecen la pacata semblanza que Fred Kaplan public¨® en 1998, Gore Vidal: a biography.
Se confirma que Gore no era agradable en las distancias cortas, sobre todo cuando se convirti¨® en un alcoh¨®lico belicoso y falt¨®n. Qu¨¦ paradoja: aseguraba que una de las razones para instalarse en Italia era su cultura del vino. Sin embargo, al final sumaba vodka y whisky a su consumo diario de vino. Era uno de esos alcoh¨®licos inmunes a las resacas, aunque Teeman le presenta bebiendo de una garrafa de vino¡ que conten¨ªa aceite de oliva.
El principal atractivo de Roma era la abundancia de guapos chaperos baratos, a los que sigui¨® frecuentando incluso tras el asesinato de Pasolini; hay m¨¢s misterio respecto a sus estancias en Bangkok o a su renuencia a posicionarse en la lucha contra el sida. Puede que nunca renunciara a volver a probar a presentarse a unas elecciones, una prueba imposible en tiempos tan hom¨®fobos como los que vivi¨®.
A pesar de su agudeza como comentarista pol¨ªtico (con tendencia a los pronunciamientos apocal¨ªpticos) y su especializaci¨®n en la novela hist¨®rica, no era un gran profeta. Consideraba que Obama no ten¨ªa las claves para manejarse en Washington y se mofaba de sus intentos de introducir una sanidad p¨²blica universal. Sin embargo, cuando enferm¨® su compa?ero de toda la vida, Howard Austen, ambos retornaron a California para beneficiarse precisamente del ObamaCare. Peque?as o grandes incoherencias que, hoy, nos hacen sentir superiores al biografiado.
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