?Por qu¨¦ nos obsesionan los mapas en la era del GPS?
La cartograf¨ªa se consolida como lenguaje art¨ªstico, y sortea nuevas fronteras ante la disoluci¨®n aparente del espacio en la Red
La necesidad de consolidar el control sobre los territorios de ultramar impuls¨® la cartograf¨ªa cient¨ªfica en Europa. Cinco siglos despu¨¦s es dif¨ªcil hallar una expresi¨®n art¨ªstica que no sea una manifestaci¨®n a favor o en contra de la omnipresencia de los mapas en nuestra vida. Ya en 1994 la exposici¨®n Mapping del MoMA mostr¨® c¨®mo los artistas han estado utilizando los mapas para interrogarse acerca del modo en que representamos el espacio y nos orientamos en ¨¦l, aunque hoy estemos inmersos en la disoluci¨®n aparente del espacio producida por la Red.
De hecho, ya parece inconcebible desplazarse sin aplicaciones como Google Maps, Tom Tom o Waze. Y sin embargo, las personas siguen perdi¨¦ndose: una brasile?a de 70 a?os, por ejemplo, fue asesinada el 4 de octubre pasado cuando su marido y ella entraron por error en Caramujo, una de las favelas m¨¢s peligrosas de R¨ªo de Janeiro; estaban utilizando Waze para dirigirse a la avenida Quintino Bocai¨²va, pero la aplicaci¨®n los condujo a la calle del mismo nombre, situada en la favela.
Quiz¨¢s sea el imperio de la cultura visual lo que est¨¢ en el fondo de nuestro inter¨¦s por los mapas. En la cartograf¨ªa se encuentra el antecedente de esta ¨¦poca, la actual, en la que la informaci¨®n es sometida a una "visualizaci¨®n de datos" y a un "mapeo" constante, sin los cuales, supuestamente, se vuelve incomprensible. Algunas publicaciones recientes ¡ªcomo Mapas curiosos: Un atlas de curiosidades cartogr¨¢ficas (2012) de Frank Jacobs, Mapas para conquistar el mundo o salir de casa (2012) de Simon Garfield, Atlas de islas remotas (2013) de Judith Schalansky, o la exhibici¨®n en l¨ªnea de la Biblioteca del Congreso de EE UU Explicando y ordenando el cielo (2015)¡ª, con sus im¨¢genes de una cultura intentando narrar visualmente lo que la rodea, tendr¨ªan en ese sentido adem¨¢s del atractivo de su belleza, el de la nostalgia subyacente a un mundo en el que ya no quedar¨ªa nada por ser explorado.
"El espacio est¨¢ siempre asociado al poder y, por tanto, al control", sostiene la cr¨ªtica de arte Estrella de Diego en su libro Contra el mapa: disturbios en la geograf¨ªa colonial de Occidente (2008), un recorrido por las apropiaciones art¨ªsticas del lenguaje cartogr¨¢fico. Seg¨²n Garfield, "los lugares solo se cartograf¨ªan por necesidad pol¨ªtica, social, comercial o militar", de tal forma que, cuando el inter¨¦s por los mapas no est¨¢ revestido de nostalgia (como, por ejemplo, en la plataforma Handmaps.org, en la que se comparten mapas realizados a mano como forma de documentar su desaparici¨®n progresiva), su inter¨¦s radica en la forma en que ponen de manifiesto las relaciones de poder. En este sentido el fil¨®sofo y economista brit¨¢nico E. F. Schumacher recuerda c¨®mo en una ocasi¨®n, durante una visita a la por entonces Leningrado, descubri¨® que los mapas no inclu¨ªan las iglesias de la ciudad: para los cart¨®grafos sovi¨¦ticos no importaba tanto la realidad como la representaci¨®n del poder de un Estado contrario a la religi¨®n.
Es dif¨ªcil hallar una expresi¨®n art¨ªstica que no sea una manifestaci¨®n a favor o en contra de la omnipresencia de los mapas en nuestra vida
En su magn¨ªfico Fuera del mapa (2014), Alastair Bonnett se ocupa precisamente de la negaci¨®n cartogr¨¢fica de la realidad y de los sitios que no aparecen en los mapas: la Gran Mancha de Basura del Pac¨ªfico; la ¡°ciudad fantasma¡± de Kangbashi, en el interior de Mongolia; o New Moore/Talpatti, una isla en el golfo de Bengala surgida despu¨¦s de una tormenta que provoc¨® un conflicto entre India y Bangladesh antes de volver a hundirse en el mar en 2010. Si Umberto Eco en su Historia de la tierra y los lugares legendarios (2013) pone de relieve que ciertos sitios son parte constitutiva de nuestra cultura a pesar de que no existan en la "realidad", Bonnett en Fuera del mapa demuestra que los mapas no nos dicen toda la verdad o que, como en el caso narrado por Schumacher, hablan en primer lugar de qui¨¦n detenta el poder de confeccionarlos. Quiz¨¢s sea en esa l¨ªnea, y en tanto cr¨ªtica a las instituciones pol¨ªticas y culturales, que debamos interpretar algunos libros recientes como Mape¨¢ndolo: Un atlas alternativo de cartograf¨ªas contempor¨¢neas (2014), editado por Hans Ulrich Obrist (que incluye obras de John Baldessari, Tim Berners-Lee, Louise Bourgeois, Yoko Ono, Damien Hirst y otros), el hilarante Atlas de los prejuicios del b¨²lgaro Yanko Tsvetkov (2015) y Un atlas de cartograf¨ªa radical de Lize Mogel y Alexis Bhagat (2008), en el que los mapas tienen como finalidad representar gr¨¢ficamente las disparidades existentes en el mundo en materia de energ¨ªa, recursos naturales y derechos humanos.
"La cartograf¨ªa digital puede ser fant¨¢stica, pero ofrece una visi¨®n muy egoc¨¦ntrica del mundo. Siempre estamos en el centro de nuestros mapas", afirma Garfield. Si, como sostiene Bonnett, somos "topof¨ªlicos" y estamos obsesionados con la representaci¨®n del espacio y su posesi¨®n, no es menos cierto que las cartograf¨ªas no s¨®lo representan ese espacio y que, en esta era de nostalgia, visualidad, solipsismo y confusi¨®n de los l¨ªmites entre aquello que pretende ser real y lo que lo es, se han convertido en un ¨¢mbito de resistencia a la omnipresencia de la cartograf¨ªa digital, as¨ª como de interrogaci¨®n acerca del mundo que creemos conocer.
Alastair Bonnett se ocupa en su libro de la negaci¨®n cartogr¨¢fica de la realidad y de los sitios que no aparecen en los mapas
Un a?o atr¨¢s, por ejemplo, Google elimin¨® de sus mapas la peque?a localidad de Agloe, en el estado de Nueva York. ?La causa? Agloe no exist¨ªa: hab¨ªa sido inventada en 1925 por un par de cart¨®grafos estadounidenses para comprobar con facilidad si sus mapas eran copiados por la competencia, pero su falsificaci¨®n hab¨ªa durado casi 80 a?os. Su eliminaci¨®n de la cartograf¨ªa digital m¨¢s popular del momento ¡ªacerca de la cual los responsables de Google prefirieron no dar explicaciones¡ª pone de manifiesto que la desconfianza exhibida por los artistas contempor¨¢neos hacia el estatuto de verdad de los mapas no es puramente est¨¦tica. Tambi¨¦n prueba que las cosas no son tan simples, ya que, como demostr¨® The New York Times, Agloe s¨ª existe: algunas personas instaladas en la regi¨®n leyeron su nombre en el mapa y lo tomaron por verdadero. En la actualidad la localidad "inexistente" consiste en un granero, una antigua lecher¨ªa de color amarillo p¨¢lido y un cobertizo de madera. "Los mapas son mentiras con las que se arriba a la verdad", afirm¨® alguna vez el escritor situacionista Raoul Vaneigem. Determinar qu¨¦ verdad es esa y qui¨¦n lo dice son asuntos de una actualidad absoluta.
Babelia
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