El palacio de la memoria
Si '887' no es una obra maestra se le parece mucho. Un Lepage solo en escena cuenta su infancia. El espect¨¢culo pone en pie al p¨²blico del Lliure en su estreno en Espa?a
Vuelve el mago Lepage en la cima de sus poderes, de nuevo tripartito: el gran narrador, el creador de mundos, el int¨¦rprete. Su nueva entrega, que triunf¨® este verano en Edimburgo, ha sido vitoreada a pie firme por el p¨²blico del Lliure barcelon¨¦s: estreno en Espa?a, solo dos funciones. 887 es un solo autobiogr¨¢fico, en la l¨ªnea de La otra cara de la luna, Las agujas y el opio o Proyecto Andersen, con su habitual virtuosismo esc¨¦nico, pero m¨¢s complejo, emotivo y depurado que nunca.
La funci¨®n comienza con el acostumbrado ¡°Por favor, apaguen los m¨®viles¡±. Lepage confiesa haber olvidado el n¨²mero del suyo pero no, cosa curiosa, el del tel¨¦fono de la casa familiar de su infancia, en el barrio de Montcalm, en Quebec, y cuando nos damos cuenta ya estamos dentro del espect¨¢culo. Solo en la oscuridad, literal, rotunda (y quiz¨¢s excesiva), solo pero acompa?ado de un extraordinario equipo invisible, su banda de Ex Machina, 10 c¨®mplices necesarios para que todo parezca sencillo y fluido, para que su circo de la memoria no pierda pie.
Lo m¨¢s sugestivo del relato es una atrevida mezcla de formas. Alterna la prosa cercana a Cheever con pasajes en verso alejandrino
Lepage va a abrirnos las p¨¢ginas de su novela de formaci¨®n canadiense, entre la revoluci¨®n tranquila de los sesenta y la crisis de octubre de 1970, entre la represi¨®n gubernamental y las revueltas del Front de Lib¨¦ration du Qu¨¦bec (FLQ): la doble cr¨®nica de un muchacho y un pa¨ªs a la b¨²squeda de su identidad. De esa oscuridad se alza de repente el edificio de su ni?ez, el 887 de la avenida Murray que da t¨ªtulo al montaje, como una casa de mu?ecas o una caja de recuerdos. O un ¨¢lbum de cromos, cromos animados: en diminutas pero precisas filmaciones de v¨ªdeo vemos a los vecinos de cada piso, como La ventana indiscreta de Hitchcock puesta al d¨ªa, con un deslumbrante refinamiento tecnol¨®gico, y en una secuencia conmovedora (pero todo es teatro, pur¨ªsimo teatro), a la abuela enferma de alzh¨¦imer vagando en la noche de una habitaci¨®n a otra, prisionera en su laberinto. Se suceden los encadenados sorprendentes, las im¨¢genes memorables: las flores de luz de unos fuegos artificiales mutan en el estallido de las sinapsis en la mente de la anciana; el plano de la casa se convierte en los dos hemisferios cerebrales; el Parc des Braves, otra postal infantil, cobra vida con nubes pasajeras y mu?ecos diminutos, y un Lincoln de juguete, que transporta al general De Gaulle, crece y avanza cuando la c¨¢mara de un m¨®vil se pasea a su lado en un humilde travelling. Lo m¨¢s sugestivo del relato es su alegre y atrevida mezcla de formas. Las evocaciones alternan la prosa, cercana a John Cheever, con largos y suntuosos pasajes en verso alejandrino, como en una canci¨®n de Brassens. La casa de mu?ecas gira sobre s¨ª misma y estamos ahora en el apartamento de lujo (cocina ultramoderna, biblioteca selecta) del cincuent¨®n Lepage. Ir¨®nico mcguffin: este hombre que recuerda hasta el menor detalle de su pasado ha de llamar a Fred, un viejo amigo de la escuela de teatro, ahora alcoholizado, para que le ayude a memorizar Speak White, el poema-manifiesto de Mich¨¨le Lalonde, que ha de recitar como invitado de honor en el 40? aniversario de La Nuit de la Po¨¦sie, y no logra atrapar el orden de las frases porque cada l¨ªnea se le dispara en incontables asociaciones.
La narraci¨®n es mod¨¦lica en su juego de capas: el arranque en clave de comedia (el contestador del tel¨¦fono empe?ado en cortarse), el di¨¢logo con un interlocutor que no vemos, y Lepage autodibuj¨¢ndose como un eg¨®latra, obsesionado por su anticipado obituario, que Fred le confiesa haber grabado para la radio, y luego col¨¦rico: ?esas 10 l¨ªneas mal contadas ser¨¢ todo lo que quedar¨¢ de ¨¦l en la memoria de la gente? Solo por la gracia y el cimbreo de ese pasaje valdr¨ªa la pena la velada.
Predominan las escenas, marca de la casa, con una poes¨ªa sutil y contenida, sin apenas palabras
Pero hay m¨¢s, much¨ªsimo m¨¢s. Habr¨¢ que elegir, sintetizar algunos de sus muchos regalos. Predominan las escenas, marca de la casa, con una poes¨ªa sutil y contenida, sin apenas palabras. Madrugada de verano: las notas de un Nocturno de Chopin brotan de la ventana de una vecina. El peque?o Robert, asomado al balc¨®n, insomne, espera el regreso de ese padre al que adora, excampe¨®n de nataci¨®n, analfa?beto, el hombre m¨¢s sencillo y humilde del mundo, que ha de acumular turnos al volante de su taxi para mantener a la familia. Ese padre con el que apenas habla, y al que m¨¢s tarde veremos cenando solo en una cafeter¨ªa americana, como un personaje de Hopper. O el descubrimiento del teatro: una excursi¨®n, unas manos que a la luz de una fogata alzan sombras chinescas agigantadas en la pared de una cantera. La noche siguiente, Robert intenta reproducir la magia en la habitaci¨®n que comparte con su hermana, y veremos aparecer a la ni?a, sombra suprema, hasta entonces inexistente en el relato, para desafiarle a una maravillosa pelea de almohadas, cuyas plumas caen como nieve marcando la llegada del invierno.
El tono se vuelve grave en su tercio final. En 1964, Lepage ten¨ªa siete a?os cuando el para¨ªso empez¨® a resquebrajarse: la muerte de la abuela, el aumento de la tensi¨®n pol¨ªtica con la visita de la reina Isabel y el infausto samedi de la matraque, la feroz carga contra los partidarios de un Quebec franc¨®fono. Crece el enfrentamiento con el padre, que comprende las reivindicaciones del FLQ, pero no aprueba sus m¨¦todos; crece la conciencia del adolescente, que a los 12 a?os, mientras repart¨ªa peri¨®dicos, es sometido por un polic¨ªa a un humillante registro por el puro placer de demostrar autoridad. En la pen¨²ltima escena, Lepage, visceral y furioso, recita al fin Speak White, un texto contra las actitudes coloniales, algo panfletario pero rebosante de fuerza. Se apagan las luces de la casa y 887 acaba con la imagen del padre en el taxi escuchando Bang Bang en la voz de Nancy Sinatra a trav¨¦s de una emisora americana: Estados Unidos era su mito de juventud. Y al yuxtaponer esos dos momentos, Lepage parece decirnos que padre e hijo ten¨ªan raz¨®n en sus pasiones. El espect¨¢culo dura algo m¨¢s de dos horas. Quiz¨¢ se haga un poco largo, pero no me atrever¨ªa a se?alar los posibles cortes: estaba demasiado embebido sigui¨¦ndolo. Si 887 no es una obra maestra, se le parece mucho.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.