Cuando la m¨²sica aprendi¨® a mentir
Desde hace 100 a?os se discute ferozmente sobre el impacto de la tecnolog¨ªa de grabaci¨®n en la m¨²sica y en el modo en que la usamos
Hoy, nadando en un oc¨¦ano de m¨²sica, nos cuesta imaginar un tiempo en que ese masaje sonoro universal no fuera una prioridad. Thomas Edison cre¨® el fon¨®grafo en 1887 como m¨¢quina para grabar y reproducir voces de hombres ilustres y personas queridas. Con su esp¨ªritu pr¨¢ctico, luego imagin¨® usos para la moderna oficina o los tribunales. Un ayudante sugiri¨® que ayudar¨ªa a que los cantantes pudieran detectar los fallos y perfeccionar su oficio. En realidad, pasar¨ªan veinte a?os antes de que Edison decidiera utilizarlo para la comercializaci¨®n de m¨²sica.
El sonido y la perfecci¨®n subraya que la evoluci¨®n de la m¨²sica grabada ha sido todo menos lineal. Triunfaron innovaciones tecnol¨®gicamente dudosas pero que aportaban comodidad; la captaci¨®n y reproducci¨®n del sonido se ha caracterizado por encarnizados enfrentamientos, distorsionados por argumentos extramusicales.
Tomen nota de los sucesivos choques. Los cilindros de Edison contra los discos de Emile Berliner, la grabaci¨®n ac¨²stica contra la el¨¦ctrica, las grabadoras de alambre contra los magnet¨®fonos de cinta abierta, las llamadas pizarras contra los vinilos, los microsurcos que giraban a 45 r.p.m. (singles) contra los de 33 (elep¨¦s), el sonido monoaural contra el est¨¦reo, la alta fidelidad contra los discos sin alardes, la casete contra el LP, las grabaciones anal¨®gicas contra las digitales, el vinilo contra el CD, el MP3 contra los formatos de alta definici¨®n (del WAV de Microsoft al Pono que patrocina Neil Young). Y no olvidemos la pauta actual de consumo, el streaming que, aseguran, desmotiva la compra de m¨²sica (e incluso las descargas ilegales). Curioso: la desmaterializaci¨®n coincide con la edici¨®n de monumentales box sets retrospectivos, de dimensiones nunca vistas.
Por la entelequia del ¡°sonido perfecto¡± pelearon visionarios y mercenarios, luditas y tecn¨®filos, inventores y empresarios. En el fragor de la batalla, todos ellos recurrieron a un comod¨ªn invencible, un concepto inefable: la presencia. Es decir, invocaron la humanidad de la grabaci¨®n, su calidez, su autenticidad.
Resulta por lo menos pintoresco que todav¨ªa andemos discutiendo sobre la verosimilitud de lo grabado a la vez que prospera el Pro Tools, que no requiere la presencia simult¨¢nea de los m¨²sicos en un estudio; de hecho, es muy posible que no exista un estudio como tal y que los m¨²sicos sean ilustres cad¨¢veres, ahora movilizados para nuevos servicios mediante el sampler. Tan c¨®modo software ayuda a explicar que cualquier banda del presente sufre si se ve obligada a tocar y cantar como hac¨ªan, por ejemplo, los Beatles. Aqu¨ª se recuerda el apuro ¨Cpiadosamente evitado por las c¨¢maras de la BBC all¨ª presentes- de los Kaiser Chiefs cuando intentaron grabar ¡°Getting better¡± con la mesa de cuatro pistas usada en Abbey Road para el original.
Greg Milner ha desarrollado un tratado erudito que (mayormente) evita que nos asfixiemos con la terminolog¨ªa cient¨ªfica; sabe devolvernos a tierra con ingeniosas met¨¢foras y nos alivia intercalando incre¨ªbles historias y personajes obsesivos. Revive las tone tests, aquellas pruebas donde se comparaba la m¨²sica en vivo con su versi¨®n enlatada. Unas exhibiciones publicitarias inauguradas por Edison en 1915; hoy nos parece irreal que alguien pudiera confundir a los m¨²sicos y cantantes presentes con sus fr¨¢giles ecos en el Diamond Disc Phonograph. Pero, aparte de los trucos entre bastidores, debemos computar el brillo cegador de la tecnolog¨ªa: cualquier ¡°nuevo aparato¡± tiende a obnubilar nuestros sentidos.
En El sonido y la perfecci¨®n, Edison es encumbrado tambi¨¦n por sus decisiones sobre lo deseable en una grabaci¨®n. Se le pone a la altura de Steve Albini, otro favorito de Milner, que rechaza el t¨ªtulo (y las royalties) de productor por razones morales: los numerosos grupos ¨Ccomo los espa?oles La Habitaci¨®n Roja, Berri Txarrak o 12Twelve- que desfilan por su estudio de Chicago, se van con un retrato anal¨®gico de lo que all¨ª tocaron, sin artificios.
Aunque Milner mantiene pretensiones de imparcialidad, se muestra m¨¢s c¨®modo entre esa militante minor¨ªa que aspira al ideal de las tomas escasamente manipuladas. Uno cre¨ªa que ese asc¨¦tico planteamiento era simplemente otra opci¨®n est¨¦tica m¨¢s: desde la implantaci¨®n del magnetof¨®n (la m¨¢quina que ¡°ense?¨® a la m¨²sica a mentir¡±, acusa Milner), pocos creen que un disco deba contentarse con atrapar una buena interpretaci¨®n en vivo; ni siquiera los registros live se libran de la cirug¨ªa posterior.
A partir de los a?os cuarenta, el disco va adquiriendo estatus de creaci¨®n art¨ªstica aut¨®noma, liberada de imitar a la naturaleza. ?Qu¨¦ menos! Nadie alegar¨ªa hoy que el teatro tiene m¨¢s autenticidad, m¨¢s (otra vez la palabra) presencia que el cine. Los discos y los conciertos son, urge reiterarlo, campos diferentes a partir de una misma materia prima.
Ese descubrimiento del potencial de lo grabado deriva esencialmente de la m¨²sica pop; fueron sus genios en la sombra (Les Paul, Phil Spector, George Martin, King Tubby, el Bomb Squad) los que ampliaron la frontera de lo posible. De alguna manera, estaban legitimados por el director Leopold Stokowski, que percibi¨® lo absurdo de pretender encerrar en un surco lo ocurrido en una sala de conciertos, o el pianista Glenn Gould, que termin¨® construyendo sus interpretaciones mediante el corto-y-pego de la cinta magn¨¦tica. Sin necesidad de racionalizarlo, algo similar hizo Miles Davis: sus discos el¨¦ctricos eran collages confeccionados ¨Cpor Teo Macero- a partir de improvisaciones o composiciones apenas esbozadas.
La m¨²sica del ¨²ltimo siglo ha sido un c¨®ctel de arte, comercio y ciencia. Participan ingenieros, inform¨¢ticos y chiflados
Milner no se limita a los estudios de grabaci¨®n. Recordemos otra obviedad: para horror de Theodor Adorno, la m¨²sica del ¨²ltimo siglo ha sido un c¨®ctel de arte, comercio y ciencia. Por El sonido y la perfecci¨®n desfilan inventores holandeses, ingenieros militares estadounidenses, ejecutivos japoneses, empleados de la Bell Telephone Company, investigadores alemanes (incluyendo los de la era nazi), programadores de inform¨¢tica, fan¨¢ticos y chiflados.
Debe agradecerse la labor del traductor, el m¨²sico Yuri M¨¦ndez, enfrentado al reto de manejar t¨¦rminos sin equivalentes en espa?ol, como loudness, indispensable para entender los motivos de que tanta m¨²sica digital (?o publicidad televisiva!) nos suene agresiva. El libro gana puntos por conservar el ¨ªndice y sumar un ep¨ªlogo urgente, escrito ex profeso por Milner para la edici¨®n espa?ola. Por el contrario, se prescinde casi totalmente de las notas, que serv¨ªan como bibliograf¨ªa e invitaci¨®n a profundizar en recovecos fascinantes.
Seg¨²n avanza El sonido y la perfecci¨®n, el autor acelera el ritmo y deja abundante territorio virgen. As¨ª, no menciona audacias como el sonido cuadraf¨®nico o las reconstrucciones digitales de pizarras a cargo del australiano Robert Parker. Tampoco dedica mucho espacio a los dilemas del almacenaje y la conservaci¨®n en soportes condenados a la obsolescencia. S¨ª recoge el rumor de que la Iglesia de la Cienciolog¨ªa atesora miles de discursos de su fundador, L. Ron Hubbard, preservados en discos de titanio en una cripta subterr¨¢nea a prueba de cualquier holocausto nuclear; para tal caso, el archivo contiene giradiscos que funcionan por energ¨ªa solar. Tal vez solo sobrevivan las cucarachas pero podr¨¢n aspirar a ser iluminadas por la palabrer¨ªa de Hubbard.
El sonido y la perfecci¨®n. Greg Milner. Traducci¨®n de Yuri M¨¦ndez. L¨¦eme Libros / Lovemonk. Madrid, 2015. 437 p¨¢ginas. 19,90 euros.
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