Ricardo Piglia: ¡°Uno escribe porque est¨¢ desajustado con la vida¡±
Los cr¨ªticos de Babelia eligen 'Los diarios de Emilio Renzi' el libro del a?o. El autor, aquejado de ELA, confiesa: ¡°La enfermedad es la injusticia en estado puro¡±
"Muchas veces, a lo largo del tiempo, me he puesto a pasarlo a m¨¢quina; es un trabajo brutal. Pero yo creo que lo voy a tratar de publicar. No dejarlo como libro p¨®stumo, ?no?¡±. En ese momento de la grabaci¨®n se escucha la risa de Ricardo Piglia, una risa seca y gozosa, moldeada al h¨¢bito recurrente de mofarse de s¨ª mismo, como quien dice ¡°no me tomen demasiado en serio¡±. Era el 11 de agosto de 2010 y Piglia acababa de publicar la novela Blanco nocturno (Anagrama). En su estudio, un piso alto de Barrio Norte, a pesar de ser invierno, hac¨ªa calor y ¨¦l hab¨ªa comprado uvas. De su diario se conoc¨ªa, por entonces, poco. Grageas, peque?os trazos reproducidos en su libro Prisi¨®n perpetua que se expandieron con la publicaci¨®n, a partir de 2011, de fragmentos m¨¢s largos en Babelia. Se supon¨ªa que hab¨ªa comenzado a escribirlo en 1957, pero la pregunta por el diario persist¨ªa: ?esos m¨¢s de cincuenta a?os de escritura ten¨ªan existencia real, iban a publicarse alguna vez? Aquella tarde, casi a modo de prueba socarrona, Piglia meti¨® la mano en una de las cajas de cart¨®n que llenaban la sala (quiz¨¢ por ser un zurdo a quien en el colegio obligaron a escribir con la derecha, las manos de Piglia siempre han tenido una gestualidad magn¨¦tica, una mezcla de potencia y torpeza, como si fueran las de un boxeador que controla sus movimientos para no destrozar nada). De all¨ª sac¨®, al azar, una libreta negra marca Congreso. La abri¨® y ley¨® algunas frases en voz alta, repitiendo: ¡°?Qu¨¦ dice ac¨¢?¡±. Esas libretas se consegu¨ªan, seg¨²n ¨¦l, en una sola librer¨ªa de Buenos Aires: ¡°Cuando se terminen no escribo m¨¢s, pero no el diario, nada m¨¢s. Ser¨ªa buen¨ªsimo, ?no? Se terminan los cuadernos y se termina todo¡±, dijo.
Las libretas ya no se consiguen, pero, cinco a?os despu¨¦s de aquella tarde, Piglia sigue escribiendo y en septiembre de 2015 public¨® el primer volumen ¡ªse esperan dos m¨¢s¡ª de ese diario de caracter¨ªsticas legendarias. Se titula Los diarios de Emilio Renzi. A?os de formaci¨®n, abarca una d¨¦cada ¡ªdesde 1957, cuando ten¨ªa 16 a?os, hasta 1967¡ª, fue elegido por los colaboradores de Babelia como el mejor libro de 2015 y es un acercamiento salvaje al proceso por el cual alguien deviene escritor y c¨®mo, para lograrlo, se transforma antes en un lector bestial, pasando por todas las instancias de perplejidad, duda, epifan¨ªa y des¨¢nimo que atraviesa cualquier artista joven.
El nombre completo de Ricardo Piglia es Ricardo Emilio Piglia Renzi. Emilio Renzi, el personaje que aparece reiteradamente en sus libros, es su alter ego: un escritor y periodista al que le gustan las pelirrojas. El documental 327 cuadernos, dirigido por el argentino Andr¨¦s Di Tella, se estren¨® este a?o, pero comenz¨® a rodarse en 2010. Ya all¨ª Piglia expresaba su deseo de publicar el diario firmado por Emilio Renzi: ¡°No s¨¦ si tendr¨¦ el coraje¡±, dec¨ªa. Finalmente, eso fue lo que hizo: atribuir el diario al personaje que tambi¨¦n es ¨¦l.
Sigo leyendo y escribiendo. Estoy de buen ¨¢nimo porque sigo d¨¢ndole poca importancia a la realidad¡±
¡ªMe pareci¨® m¨¢s verdadero y m¨¢s sincero hacer ese desplazamiento, cambiar de lugar y evitar el peso de la escritura personal ¡ªresponde Piglia por correo electr¨®nico el 7 de diciembre de 2015¡ª. Un nombre falso, siempre me gust¨® ese juego. No soy el que soy. ?Qui¨¦n enuncia? Ah¨ª est¨¢ el problema de la literatura. Todo el material es m¨ªo, se trata de mi vida, pero contada como si fuera la de otro. No me gustan las confesiones, hay que darles un giro ir¨®nico a las intimidades, creo.
En el diario Piglia anota: ¡°A veces pienso que tendr¨ªa que publicar el libro con otro nombre, cortar as¨ª del todo los lazos con mi padre, contra el cual, de hecho, he escrito este libro y escribir¨¦ los que siguen. Dejar de lado su apellido ser¨ªa la prueba m¨¢s elocuente de mi distancia y mi rencor¡±; y ¡°es mi abuelo Emilio quien va a pagarme la carrera porque romp¨ª con mi padre, que me amenaz¨® de un modo absurdo cuando supo que no pensaba estudiar medicina como ¨¦l¡±. Cuando Piglia ten¨ªa 16 a?os, su padre, un m¨¦dico peronista perseguido por el antiperonismo, decidi¨® abandonar Adrogu¨¦, un suburbio de la ciudad de Buenos Aires, y mudarse con la familia a Mar del Plata. El primer efecto que esa mudanza tuvo en Piglia (un adolescente que prefer¨ªa frecuentar billares a ir al colegio y que hab¨ªa le¨ªdo muy poco: apenas La peste, de Camus, para conquistar a una chica) fue el impulso de comenzar un diario. De hecho, la primera entrada, de 1957, es esta: ¡°Nos vamos pasado ma?ana. Decid¨ª no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece rid¨ªculo. Se saluda al que llega, al que uno encuentra, no al que se deja de ver (¡). Todo lo que hago me parece que lo hago por ¨²ltima vez¡±. Los diarios de Emilio Renzi, sin embargo, no empieza con esa entrada, sino con una nota del autor en la que el autor del diario se refiere al autor del diario ¡ªque es, a su vez, el alter ego del autor del diario¡ª en tercera persona, estableciendo un juego de espejos que recorrer¨¢ el libro en relatos o ensayos que se intercalan entre a?o y a?o. ¡°Hab¨ªa empezado a escribir un diario a fines de 1957¡±, dice esa nota, ¡°y todav¨ªa lo segu¨ªa escribiendo. Muchas cosas cambiaron desde entonces, pero se mantuvo fiel a esa man¨ªa (¡)¡±. Muchas cosas cambiaron desde entonces, y una de las tantas es el hecho de que desde hace un tiempo Piglia est¨¢, usando sus palabras, ¡°embromado de salud¡± (jam¨¢s dice ¡°enfermo¡±), afectado por esclerosis lateral amiotr¨®fica, y debe escribir con ayuda. Pero todo lo dem¨¢s ¡ªla escritura, la lectura, ¨¦l como front¨®n donde rebota el humor de una inteligencia escalofriante¡ª se mantiene igual.
¡ª?La salud no interfiere en su ¨¢nimo para producir?
¡ªHe seguido trabajando, con ayuda. Hay muchas cosas que ya no puedo hacer, pero puedo seguir leyendo y escribiendo como siempre, sin que eso sea un juicio de valor. Estoy de buen ¨¢nimo porque sigo d¨¢ndole poca importancia a la realidad.
Cuando en septiembre pasado le entregaron el Premio Formentor de las Letras, su editor, Jorge Herralde, ley¨® un texto que recordaba: ¡°En octubre del a?o 2000 tuve f¨ªsicamente en mis manos el primer libro que publicamos de Ricardo Piglia: Formas breves (¡). Cuando ese inesperado aerolito aterriz¨® aqu¨ª, Ricardo Piglia era un escritor casi desconocido en Espa?a¡±. A principios de siglo, Piglia no era conocido en Espa?a, pero al otro lado del oc¨¦ano ya era un autor central. Despu¨¦s de dos libros de relatos (La invasi¨®n, Nombre falso), hab¨ªa publicado la novela Respiraci¨®n artificial, de 1982, que lo puso en un lugar clave, y a eso siguieron los ensayos de Cr¨ªtica y ficci¨®n (1986), la nouvelle Prisi¨®n perpetua (1988), la novela Plata quemada (1997), entre otros. Si desde Plata quemada y hasta Blanco nocturno pas¨® 13 a?os sin publicar una novela, apenas tres despu¨¦s de aquella ¨²ltima public¨® otra: El camino de Ida. Desde entonces, su capacidad de producci¨®n se multiplic¨®: dio clases magistrales por televisi¨®n ¡ªBorges por Piglia, en 2013¡ª, public¨® dos libros ¡ªAntolog¨ªa personal (2014) y La forma inicial (2015)¡ª y adapt¨® Los siete locos, de Roberto Arlt, a una versi¨®n televisiva. Ahora, adem¨¢s de seguir revisando los diarios, escribe relatos protagonizados por el comisario Croce, su personaje de Blanco nocturno.
¡ªYa he escrito varios y espero seguir con cinco o seis m¨¢s hasta completar un volumen que incluya todos los casos de Croce.
¡ª?Segu¨ªs llevando el diario?
¡ªS¨ª, pero con otra din¨¢mica, ahora es un diario de trabajo, en el tercer tomo he llegado hasta el presente, pero con desv¨ªos y elipsis. Un diario de madurez, digamos, con saltos y sobrentendidos.
Los diarios de Emilio Renzi registran la minucia ¡ª¡°Recib¨ª carta de Jos¨¦ Antonio, desde Nueva York. No le gusta la comida, fascinado con la biblioteca¡±¡ª, pero son, sobre todo, apuntes del incierto proceso de formaci¨®n de un escritor: ¡°Cuando releo lo que tengo escrito de la monograf¨ªa me quiero morir. ?De d¨®nde saqu¨¦ que yo soy un escritor?¡±. ¡°Con cincuenta pesos en el bolsillo y sin comer, viajo en tren a La Plata (¡) sin encontrar la calma que necesito para escribir. Una calma que se define para m¨ª como ausencia de pensamientos. No pensar para poder escribir, o mejor, escribir para lograr pensamientos no del todo pensados que definen siempre el estilo de un escritor¡±.
¡ªUno escribe y elige lo imaginario porque est¨¢ desajustado en relaci¨®n con la vida ¡ªdice Piglia¡ª. Esto no supone ning¨²n privilegio ni garantiza una profundidad, es una grieta entre la experiencia y el sentido, no entiendo c¨®mo se produce y de d¨®nde viene ese pensar de m¨¢s y esas leves alucinaciones y por eso tal vez escribo un diario, para mantener a raya esa extra?eza, pero no he logrado m¨¢s que confusi¨®n. Es c¨®mico, uno busca entender lo que le pasa y s¨®lo logra estar m¨¢s perplejo.
¡ªEl tono es muy homog¨¦neo. ?Estamos leyendo al Piglia que escrib¨ªa a los 16 a?os o al que escribe ahora?
Mi relaci¨®n con la escritura es la misma. Son horas de gran plenitud que est¨¢n en el centro de mi vida¡±
¡ªLo esencial de un diario es que no se corrige, es lo m¨¢s parecido a la noci¨®n surrealista de la escritura autom¨¢tica, uno escribe en el momento, se deja llevar por un impulso espont¨¢neo casi demencial. Se registra lo que se vive sin distancia, lo que tiende al presente, pero al transcribir, uno ya es otro. Lo m¨¢s dif¨ªcil para m¨ª fue entender mi letra, ?qu¨¦ dice ac¨¢?; entonces a veces ten¨ªa que inventar lo que me parec¨ªa, pero he sido fiel a lo que estaba escrito. Al principio uno escribe muy bien, luego se va arruinando.
Claro que si el diario refleja su formaci¨®n como escritor, tambi¨¦n refleja, inevitablemente, su formaci¨®n como lector. Un lector que a los 16, 18, 20 a?os opina sobre las diferencias de estilo entre Salinger y Arlt y anota sus impresiones sobre Dostoievski, Faulkner, Pavese, Borges, pero tambi¨¦n sobre los escritores de su generaci¨®n como Miguel Briante o Juan Jos¨¦ Saer.
¨C?Su relaci¨®n con la escritura ha cambiado? ?Ocupa un lugar distinto?
¡ªSigue siendo lo mismo, son horas de gran plenitud que est¨¢n en el centro de mi vida. Lo dif¨ªcil es, como siempre, pasar del otro lado, entrar en la escritura y dejar en suspenso lo real.
¡ª?Hay algo de su reacci¨®n ante estos problemas de salud que le haya sorprendido?
¡ªBueno, la experiencia de la enfermedad es la de la injusticia en estado puro: ¡°?Por qu¨¦ a m¨ª?¡±, se pregunta uno, y cualquier explicaci¨®n es rid¨ªcula y no tiene sentido. La sensaci¨®n de injusticia llama a la rebeli¨®n y a la lucha, entonces uno no se queja y eso es un alivio.
El libro se cierra con un texto, ¡®Canto rodado¡¯, donde el distanciamiento de s¨ª mismo que Piglia se impuso alternando la primera y la tercera persona llega a su expresi¨®n m¨¢xima, con un despliegue emocionante de recursos y destreza narrativa. Escribe Piglia que dice Renzi: ¡°(¡) dijo Renzi, que parec¨ªa haber empezado a desvariar un poco, como le ven¨ªa sucediendo cada vez con m¨¢s frecuencia desde que estaba enfermo, no enfermo, ¨¦l jam¨¢s us¨® esa palabra, estaba, para decirlo como ¨¦l, ¡®un poco embromado¡¯, como dec¨ªa loco de p¨¢nico, ¡®no tengo dolores, s¨®lo una peque?a perturbaci¨®n en la mano izquierda, que es mi mano buena, o mejor dicho, fue mi mano buena porque soy zurdo (¡)¡¯. Por ese motivo tuvo que contratar a una asistente a la cual dictarle su diario (¡). Por eso, continu¨® (¡), trabajo ahora con mi musa mexicana (¡), entiende a medias lo que yo le digo (¡), as¨ª que cuando despu¨¦s de un rato le pido que me lea lo que hemos escrito, ella, con su espa?ol m¨¢s n¨ªtido, me lee unas p¨¢ginas en donde lo que yo he dicho es apenas una sombra turbia en medio de palabras puras y precisas con las que ella ha mejorado mi lectura de lo que est¨¢ escrito a mano desde hace a?os en mis cuadernos¡±.
Los diarios de Emilio Renzi est¨¢n dedicados a Beba Egu¨ªa, la mujer de Piglia, y a Luisa Fern¨¢ndez, ¡°la musa mexicana¡± que lo ayuda a transcribir.
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