Yo, m¨ª, me, con mi ¡®selfie¡¯
El imperio del 'yo' se ha impuesto en este 2015, desde la literatura hasta el furor exhibicionista de las redes sociales
"Querido lector, en el libro que tienes ante ti quiero ser sincero¡±. Escrita hace ya 400 a?os, esta declaraci¨®n tiene como trasfondo una idea de verdad de la que responde absoluta y ¨²nicamente el yo. La integridad del autor atestigua la veracidad de lo escrito, y por ello el gesto de sinceridad encierra tambi¨¦n una afirmaci¨®n de soberan¨ªa. No es extra?o que esta ?f¨®rmula, con la que Montaigne introduce sus Ensayos, encontrara en la modernidad fieles seguidores, desde el viejo estilo de las confesiones hasta los existencialistas que con tanta devoci¨®n practicaron el culto a la autenticidad.
Las culturas oscilan entre los extremos de la retirada del yo y la obsesi¨®n del yo, entre la impersonalidad y la autenticidad. Como si la sociedad se debatiera siempre entre dos posibilidades contrapuestas, la emancipaci¨®n del sujeto que caracteriza a nuestra cultura moderna ha ido acompa?ada del fervor por la impersonalidad y la estructura. El problema de la primera persona ha sido por mucho tiempo una pretensi¨®n que hab¨ªa de extirparse, pues oscurec¨ªa la comprensi¨®n de la verdadera realidad.
El pudor no es s¨®lo de naturaleza religiosa. El autor ha de ser testigo e inclinarse ante la autoridad del asunto. Cuando de lo que se trata es de presentar todo el tesoro del saber, la voz individual debe enmudecer.
Adem¨¢s de la autoridad del Absoluto y del Saber, irrumpe algo m¨¢s tarde la del Lenguaje como una tercera instancia a la que el yo deb¨ªa subordinarse. A ella se someti¨® Franz Kafka cuando reescribi¨® El castillo ¡ªredactado originariamente en primera persona¡ª para utilizar en adelante ¨²nicamente la f¨®rmula ¡°¨¦l¡± o ¡°K¡±. ¡°Si escribo un alem¨¢n mejor que el de la mayor¨ªa de los escritores de mi generaci¨®n, se lo debo en buena medida a la observancia de una peque?a regla durante 20 a?os. Dice as¨ª: no usar nunca la palabra yo, salvo en las cartas¡±. Pas d¡¯autorit¨¦ de l¡¯auteur, exig¨ªa Paul Val¨¦ry, que no se reconociese la autoridad del autor, en una f¨®rmula que hall¨® sus seguidores en el estructuralismo.
La actual exuberancia de lo biogr¨¢fico aparece sin duda como un alivio frente al imperialismo de la estructura. Hay que recibir esta nueva perspectiva como una reparaci¨®n de ciertos olvidos. Nos recuerda que lo p¨²blico es, a veces, superficie. Los ritmos profundos de la historia y de las cosas est¨¢n en otra parte: en la vida privada, en las decisiones individuales, en la inexplicable originalidad e incluso en la extravagancia y la locura. Pero parece olvidar que el mayor enemigo de la creaci¨®n es el propio yo. Si vivimos una apoteosis de este es porque no hay nada que pueda eclipsar a un sujeto que ha hecho de la expresi¨®n de s¨ª mismo algo irrefutable. La ¡°extimidad¡± que estamos construyendo con Instagram, las redes sociales o los selfies ha convertido al espacio p¨²blico en un murmullo exhibicionista y banal. Celebramos como una conquista su horizontalidad, sus posibilidades expresivas que cuestionan la autoridad, la universalidad y el secreto. Ahora bien, ?no nos dice nada acerca de nosotros mismos el hecho de que en la autoexposici¨®n seamos tan parecidos, que todos terminemos siendo igualmente originales? ?Por qu¨¦ hay tanta r¨¦plica y seguidismo en unos instrumentos que parec¨ªan prometer una apoteosis de la autenticidad? Tal vez porque, en medio de toda esta gigantesca exhibici¨®n de yoes, los que aportan algo novedoso al conjunto son quienes se dan a s¨ª mismos alguna disciplina y renuncian a que su yo se interponga constantemente. Nos damos a conocer, pero no hay ninguna gram¨¢tica que haga inteligible nuestra expresi¨®n; formulamos leg¨ªtimamente un inter¨¦s o un derecho, sin que tal pretensi¨®n implique una apertura hacia los bienes comunes. La elegancia, en el arte y en la vida moral, consiste en no ocuparse demasiado de uno mismo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.