Periodismo en serie
La ficci¨®n televisiva empieza a invadir la funci¨®n tradicional de los medios de intermediar entre lo ocurrido y nuestra percepci¨®n de lo que pas¨®
El 11 de diciembre del a?o pasado un comando de terroristas talibanes asalt¨® la Embajada espa?ola en Kabul. Desde entonces los medios han publicado diversos reportajes y reconstrucciones de los hechos. Sin embargo, desde el primer momento los seguidores de ficci¨®n televisiva, para imaginar qu¨¦ podr¨ªa haber pasado in situ, recurrimos inconscientemente al asalto a la Embajada de Estados Unidos de Islamabad en la cuarta temporada de Homeland; y para entender c¨®mo se vive una situaci¨®n as¨ª desde la distancia, a crisis similares que encaran el presidente o sus subordinados en El ala oeste de la Casa Blanca o Madam Secretary. De modo que cuando fueron llegando los relatos documentales, lo que en realidad hicieron fue matizar o refutar lo que ya nos hab¨ªan contado los de ficci¨®n.
Esa din¨¢mica es una constante en la historia de la humanidad. La literatura es universal y, por tanto, capaz de iluminar cada hecho particular. Iluminaciones futuras: Macbeth o El rey Lear permitieron entender mejor a mandatarios tan distintos como Napole¨®n o Hugo Ch¨¢vez; o retrospectivas: las estupendas novelas de Elena Ferrante me est¨¢n ayudando a comprender mejor a mi familia napolitana. Sin embargo, el periodismo ha ocupado durante un siglo y medio una zona privilegiada que parece estar perdiendo. Se ha reivindicado, por su velocidad para elaborar una versi¨®n de los hechos, como la intermediaci¨®n por excelencia entre lo ocurrido y nuestra percepci¨®n de lo ocurrido. Me pregunto si, por su conexi¨®n inmediata con el presente y por su enorme capacidad de difusi¨®n, las series de televisi¨®n no est¨¢n invadiendo esa zona documental. Si la telerrealidad, desde el primer Big Brother de 1999, ha crecido exponencialmente hasta protagonizar incluso canales enteros gracias a su asimilaci¨®n de mecanismos ficcionales, si no a su trasformaci¨®n en un subg¨¦nero de ficci¨®n; si los blogs, YouTube y las redes sociales nos han convertido a todos en microcr¨ªticos y miniperiodistas; la pregunta no es del todo descabellada: ?son las series de televisi¨®n el nuevo periodismo?
Pensemos en The Good Wife, la serie que hibrid¨® la ficci¨®n legal con la pol¨ªtica gracias a su protagonista, Alicia Florrick, abogada de profesi¨®n y esposa del gobernador de Illinois. Sus siete temporadas de vida han estado caracterizadas por tomarle constantemente el pulso al presente. Ahora mismo, sin ir m¨¢s lejos, Alicia se est¨¢ enfrentando a Hillary Clinton. Hasta llegar a ese punto hemos ido viendo un sinf¨ªn de hechos reales contempor¨¢neos transformados por la m¨¢quina ficcional. Por ejemplo, el control al que la NSA somete a la ciudadan¨ªa ha sido ampliamente mostrado y hasta ridiculizado por The Good Wife. En la serie, Google se transforma en Chunhum, que es acusado de entregar datos de ciudadanos a China o a Siria. El cap¨ªtulo sobre el bitcoin, la moneda de c¨®digo abierto, que fue el 13? de la segunda temporada, llega al extremo de titularse Bitcoin for dummies, es decir,¡°bitcoin para principiantes¡±. Y eso es, precisamente, no solo una dramatizaci¨®n de los problemas de los protagonistas y de las particularidades de la b¨²squeda del creador del bitcoin, sino un aut¨¦ntico manual que explica con gran plasticidad en qu¨¦ consiste el invento.
La misma capacidad pedag¨®gica se extiende a otras series ambientadas en el presente. Gracias a Person of Interest hemos entendido la videovigilancia despu¨¦s del 11-S; gracias a Gomorra, la Camorra; gracias a Nip/Tuck, el mundo de la cirug¨ªa pl¨¢stica; gracias a Modern Family y a Transparent, la radical transformaci¨®n de las estructuras familiares; gracias a Orange is the New Black, las nuevas c¨¢rceles; y gracias a Mr. Robot, la subcultura hacker. ?Existen relatos documentales con similar capacidad de penetraci¨®n en la conciencia colectiva? Sin duda, la historia del Ir¨¢n contempor¨¢neo ha sido fijada por Pers¨¦polis, la novela gr¨¢fica de Marjane Satrapi; Gomorra fue antes una cr¨®nica, una obra de teatro y una pel¨ªcula; y la vida de Steve Jobs se ha difundido por igual en formato libro, documental y ficci¨®n documental. Pero al contrario que esos lenguajes, la serialidad ¡ªcomo el periodismo¡ª es virtualmente infinita. Puede hacer un seguimiento de los hechos, una cobertura informativa, que se extienda en el tiempo; sin los l¨ªmites que impone la verificaci¨®n, con total libertad dram¨¢tica y de seducci¨®n.
En su estudio pionero en Espa?a, Prime time (2005), Concepci¨®n Cascajosa Virino dice de Lou Grant que ¡°quer¨ªa ser una mirada realista sobre la importancia de la prensa en las sociedades democr¨¢ticas en un momento en que, gracias al esc¨¢ndalo Watergate, era un tema de m¨¢xima actualidad¡±. A juzgar por la decadencia del diario de la ¨²ltima temporada de The Wire o la cancelaci¨®n de la excelente The Newsroom, por no hablar del insistente fracaso de los personajes periodistas en la mayor¨ªa de las series, estas han dejado de creer en el periodismo. Al mismo tiempo, lo han vampirizado. Aut¨¦nticas bestias, monstruos narrativos para nutrir sus miles de cap¨ªtulos absorben todas las historias que est¨¦n a su alcance. Tambi¨¦n las inmediatas, tambi¨¦n las reales. Como dice Jason Mittell, la televisi¨®n cada vez es m¨¢s compleja. Narrativa, social, moralmente. Y psicol¨®gicamente: su complejidad ha empezado a mimetizarse con la de nuestro cerebro.
Jorge Carri¨®n es autor de Librer¨ªas (finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2013).
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