?Qu¨¦ ser¨¢ de Humphrey?
El imaginario de mi generaci¨®n se forj¨® con las volutas de humo en la pantalla
La prohibici¨®n de representar a personajes fumando en la pantalla parece dar la raz¨®n a los psicoanalistas ortodoxos que, desde hace d¨¦cadas, nos ven¨ªan explicando que el cigarrillo es un s¨ªmbolo f¨¢lico, por lo que su representaci¨®n constitu¨ªa una forma de pornograf¨ªa subliminal: algunos espectadores lo sab¨ªamos desde que Rita Hayworth, en Gilda, luci¨® su boquilla entre sus labios apetitosos. Pero los operadores de fotograf¨ªa le ten¨ªan gran cari?o a los cigarrillos, pues las volutas de humo, las hilachas blanquecinas en contraste con fondos negros, la evoluci¨®n de sus espirales, las columnas pl¨¢sticas ascendentes pertenec¨ªan al ¨¢mbito m¨¢s excelso de la fotogenia. En efecto, resulta muy dif¨ªcil disociar las atm¨®sferas del cine negro del claroscuro rasgado por ese flujo blanquecino que le aporta el humo del tabaco. Mientras que en las pel¨ªculas rom¨¢nticas serv¨ªa m¨¢s bien como fetiche seductor, emanado del falo postizo que emerg¨ªa entre unos labios carnosos.
Al leer esta necrol¨®gica que condena al cilindro f¨¢lico a la vez que a su emanaci¨®n gaseosa, a modo de ectoplasma espiritista, no he podido evitar pensar en Marlene Dietrich y su boquilla en Marruecos (1930) de Josef von Sternberg; en Humphrey Bogart en Casablanca (1942); en Orson Welles en Sed de mal (1958) y en El proceso (1962); en Jean Gabin en El muelle de las brumas (1938); en Marlon Brando en El Padrino (1972)¡ El imaginario de mi generaci¨®n se forj¨® con las volutas de humo en la pantalla, entre otros fetichismos (como la costura vertical trasera de las medias femeninas o los blue-jeans de nalgas bien ce?idas), y ya jam¨¢s ser¨¢ erradicado. ?Puede alguien imaginar un interrogatorio policial en claroscuro sin una nube de humo colectivo coronando al sospechoso?
Tres van a ser las v¨ªctimas de esta castraci¨®n ¨®ptica. En primer lugar los operadores de fotograf¨ªa, tan aficionados a los claroscuros, las neblinas y el humo del tabaco; en segundo lugar los actores, que ya no ser¨¢n nimbados por ese fluido gaseoso que los santificaba de modo fetichista en la pantalla; y finalmente el p¨²blico, a cuya mirada se le amputa un fluido que ha sido el equivalente laico de las aureolas de los santos.
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