Aitana S¨¢nchez Gij¨®n y Mario Gas abaten la cuarta pared en La Abad¨ªa
El director y la actriz reivindican el teatro como una pulsi¨®n y un misterio indescriptible
Hubo luz de Gas anoche en el teatro de La Abad¨ªa de Madrid. No en sentido peyorativo ni claustrof¨®bico, sino porque la penumbra del teatro madrile?o en una tarde de f¨²tbol predispuso la desinhibici¨®n de Mario Gas, ameno, bohemio y entra?able en su papel de contador de historias, algunas tan ins¨®litas como aquellas gacetillas de ultramar que lo confund¨ªan con un comediante uruguayo y negro, aunque bien es cierto que Gas naci¨® en Montevideo. Como es cierto que Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n naci¨® en Roma. El mismo a?o ¡ª1968¡ª en que Mario Gas dirigi¨® El adefesio de Rafael Alberti. Los padres de la actriz le pusieron el nombre de la hija del poeta como un homenaje al autor de Marinero en tierrao como un agradecimiento al candor con que ¨¦ste recib¨ªa a los exiliados.
Ya se ocup¨® Jacinto Ant¨®n, moderador de la charla del ciclo organizado por La Abad¨ªa y EL PA?S, de entretejer sus coincidencias, ninguna tan evidente como sus trabajos comunes ¡ªLas criadas, La gata sobre el tejado de zinc¡ª, ninguna tan atractiva como esa dimensi¨®n itinerante que hace de Gas y S¨¢nchez-Gij¨®n ep¨ªgonos de los c¨®micos de la legua, actores de barraca y gira en autob¨²s que pisaron con el tiempo las mejores alfombras. Y que profesan respeto a Shakespeare en su lucidez y en su oscuridad, y en su universalidad de dramaturgo intemporal. Mario Gas s¨®lo hizo un Otello. Aitana no se ha estrenado todav¨ªa, pero le atraer¨ªa invocar el espectro de Lady Macbeth desde el dolor y el poder de quien ya ha interpretado a Medea, reivindicando as¨ª el embri¨®n cultural del teatro griego.
Ah¨ª se encuentra el origen del ¡°misterio¡±, del vientre del iceberg, del pacto de credulidad con que Gas y Aitana definieron su oficio de m¨¦diums, de sacerdotes profanos, conscientes y seguros de poder de la palabra. ¡°En el cine, una imagen vale m¨¢s que mil palabras. En el teatro, una palabra vale m¨¢s que mil im¨¢genes¡±, proclamaba Gas sin petulancia.
¡°El teatro es una pulsi¨®n. Somos los chamanes de la tribu y formamos parte de ella¡±, explicaba la musa. Y confesaba en alusi¨®n impl¨ªcita a la fisonom¨ªa del brujo que sus dos ojos son diferentes de los dem¨¢s. Uno es el de la t¨¦cnica, que mira hacia fuera. El otro es el de dentro, que mira hacia dentro y que conduce visceralmente a la esencia del papel ¡°siempre y cuando no se proponga sabotearte¡±.
T¨¦cnica, inteligencia, emoci¨®n, aunque ya matizaba Gas que los actores deben prevenirse de las patolog¨ªas introspectivas, eludir la tentaci¨®n de sacrificarse en el papel, abjurar de las doctrinas que requieren el precio de atormentarse todas las tardes.
¡°El actor ha de ser un atleta afectivo¡±, confiaba Gas con esa voz de bar¨ªtono mediterr¨¢neo, significando as¨ª una suerte de equilibrio entre el cuerpo y el alma: ¡°recomiendo a mis actores que siempre se dejen el personaje en casa¡±.
Viaje astral
Medea no lo pone demasiado f¨¢cil, el trance de interpretarlo es un ¡°viaje astral¡±, se?alaba Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n desde la somatizaci¨®n, pero admitiendo al mismo tiempo que el desaf¨ªo de un personaje doloroso, desgarrado, arrollador, le ha proporcionado siempre la experiencia compensatoria de una catarsis.
Especialmente cuando el p¨²blico se introduce en la gran ceremonia, participa del ritual pagano. ¡°El actor nota el estado de ¨¢nimo de p¨²blico y el p¨²blico nota el estado de ¨¢nimo del actor¡±, conven¨ªan los protagonistas de la charla. ¡°Hay siempre una interacci¨®n, una concelebraci¨®n. Por eso la cuarta pared no existe¡±.
Si existiera, conclu¨ªa Gas, no se hubiera producido aquella situaci¨®n de una funci¨®n de Diez negritos interrumpida por una estruendosa ventosidad. La obra continu¨®. O no tanto, pues el texto de Agatha Christie prosegu¨ªa con una pregunta que se percibi¨®, entre carcajadas, como un proceso inquisitorial: ?Qui¨¦n ha sido?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.