La literatura necesita enemigos
Cuando no sabemos c¨®mo clasificar a un escritor lo llamamos artista pl¨¢stico
En 1979 Sophie Calle pidi¨® a varias personas, muchas desconocidas, que durmieran en su cama y se dejaran fotografiar mientras dorm¨ªan. Aceptaron 28. Los invitados ten¨ªan a su disposici¨®n un juego de s¨¢banas limpias, pero no todos las cambiaron antes de acostarse. El resultado fueron 76 fotograf¨ªas y 24 textos titulados, qu¨¦ si no, Los durmientes. A ese proyecto le siguieron Suite veneciana ¡ªque documentaba la b¨²squeda de un desconocido por los hoteles de Venecia¡ª y El detective, un d¨ªa en la vida de la propia Sophie contada con prosa policial-beckettiana por un investigador privado contratado por su madre.
Las historias de Sophie Calle tienen m¨¢s voltaje literario que muchas novelas, pero la llamamos fot¨®grafa para no complicarnos la vida. A lo sumo, aceptamos que Paul Auster la convierta en personaje de Leviat¨¢n por lo mismo que Frenhofer se convirti¨® en personaje de Balzac: por pintoresca. Cuando la literatura no sabe qu¨¦ hacer con un poeta lo llama artista pl¨¢stico. Por eso Isidoro Valc¨¢rcel Medina ha ganado el ¨²ltimo premio Vel¨¢zquez y no el premio Cervantes. Por eso Joan Brossa o Rogelio L¨®pez Cuenca han tenido m¨¢s sitio en las galer¨ªas que en las librer¨ªas.
Juzgar el arte contempor¨¢neo por Damien Hirst es igual que juzgar la literatura contempor¨¢nea por Dan Brown
A veces, sin embargo, un artista consigue enga?ar a todo el mundo y se hace pasar por novelista. Es el caso de C¨¦sar Aira. Los que sospechaban que sus libros eran solo una parte de trabajos m¨¢s propios del arte conceptual que de la ficci¨®n al uso ver¨¢n confirmadas sus sospechas en el ensayo Sobre el arte contempor¨¢neo que el autor argentino acaba de publicar en Literatura Random House. All¨ª cuenta c¨®mo abandon¨® su primitiva intenci¨®n de ser Rimbaud y ser Premio Nobel cuando se top¨® con Marcel Duchamp. Ese d¨ªa se dio cuenta de la ¡°inutilidad de escribir libros¡± y de la necesidad de hacer ¡°otra cosa¡±. Ni que decir tiene que Aira no ha dejado de escribir ni un minuto hasta crear un corpus ¡ª¡°locuaz pero antidiscursivo¡±¡ª que, seg¨²n ¨¦l mismo, consiste en redactar las instrucciones de mecanismos inventados para que la realidad funcione a su favor. Para ahorrarse dar explicaciones, dice, se puso el disfraz de escritor. Nosotros hemos ca¨ªdo en la trampa y llamamos a esos libros novelas por mucho que sean brillantes disparates levantados hasta la cumbre de la prosa para ser arrojados al vac¨ªo justo cuando el lector respiraba aliviado.
Hay que tomarse, pues, a C¨¦sar Aira en serio cuando dice preferir lo nuevo a lo bueno. Lo primero ser¨ªa arte; lo segundo, artesan¨ªa. El arte, sostiene, debe crear valores, ¡°intervenir en la historia personal del espectador¡±, darle una mirada nueva. Aira se pregunta adem¨¢s por qu¨¦ no existe un Enemigo de la Literatura Contempor¨¢nea como existe un Enemigo del Arte Contempor¨¢neo, ese que dice que una instalaci¨®n es ¡°una tomadura de pelo¡±. El hecho de que los artistas experimentales ocupen el centro del mercado mientras sus equivalentes escritores no han llegado ni siquiera a los m¨¢rgenes es una de las respuestas del autor de El error. Pensemos en Arco y en la feria del libro. El ensayo de Aira procede de un coloquio sobre arte y escritura del que, entre mil cosas, sali¨® una conclusi¨®n: juzgar el arte por Damien Hirst es igual que juzgar la literatura por Dan Brown. El argumento es bueno, pero as¨ª no hay manera de ganarse enemigos ni de pintar, de una maldita vez, algo.
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