¡®Losing My Religion¡¯, la zozobra emocional de R.E.M.
La banda explot¨® comercialmente hace 25 a?os con este 'single' intimista

Fue un hit insospechado. Un glorioso anti single. Un triunfo que se presum¨ªa improbable, recabado al doblar la esquina -en apariencia- m¨¢s prosaica, tras mucho tiempo llamando infructuosamente a las puertas del ¨¦xito mundial. Ni su sello estaba muy por la labor de editarlo como tema de adelanto. Tras varias temporadas de estribillos bomb¨¢sticos, urdidos al calor de las college radios (radios universitarias norteamericanas) y rodados en grandes pabellones deportivos, una sencilla mandolina y un lamento sincero de aflicci¨®n sentimental -bajo ropaje de fe cuarteada, de tes¨®n puesto a prueba en el reclinatorio- copaban todo el protagonismo promocional de un disco que parec¨ªa destinado (como as¨ª fue) a consolidar a R.E.M. como la gran maquinaria rock de alcance mundial en que promet¨ªan convertirse.
El caso es que algunas de las cartas que ten¨ªan en la manga parec¨ªan m¨¢s ganadoras (Shiny Happy People, Near Wild Heaven, Radio Song), pero fue finalmente Losing My Religion la que les convirti¨®, hace justo 25 a?os, en la banda ante la que absolutamente nadie pod¨ªa alegar desconocimiento. El tema que pulveriz¨® su aura de grupo de culto, pasto de audiencias ingentes en los EE UU pero a¨²n relativamente ignota al otro lado del oc¨¦ano, haciendo de ellos una marca de relevancia mundial y sin¨®nimo de ¨¦xito masivo.
La primavera de 1991 estaba a¨²n por desperezarse cuando el primer adelanto de Out Of Time (Warner, 1991) sacudi¨® no solo las lega?as al invierno, sino tambi¨¦n la incredulidad de quienes quedaron fascinados por un videoclip repleto de alegor¨ªas religiosas (obra del cineasta Tarsem Singh), gui?os a las pinturas de Caravaggio y al cine de Andrei Tarkovsky, y que la MTV difundi¨® con denuedo durante meses. No le faltaron premios, claro. Su melod¨ªa, doliente y trascendente en un ¨¢lbum generalmente jubiloso y de apariencia poco grave, dejaba -no obstante- un extra?o poso de adherencia.
El guitarrista Peter Buck hab¨ªa estado trasteando con la mandolina, quiz¨¢s ya cansado de los acerados riffs de guitarra que hab¨ªan hecho del cuarteto un ente creativo en continuo crecimiento, alimentado por la inercia rock de ¨¢lbumes tan notablemente vigorosos como Lifes Rich Pageant (IRS, 1986), Document (IRS, 1987) o Green (Warner, 1988). Y la determinaci¨®n de Mike Mills y -sobre todo- Michael Stipe, hicieron el resto. Un Stipe que registr¨® su prestaci¨®n vocal en una sola toma: gran parte de su lacerante veracidad, que se antoja honesta y sin artificios, reside ah¨ª. Y que se hart¨® de desmentir que su letra obedeciera a una pulsi¨®n religiosa, sino simplemente a un anhelo de amor no correspondido y rayano en la obsesi¨®n, por mucho que el giro sure?o de la expresi¨®n (perder la religi¨®n como equivalente a caer en la desesperaci¨®n) y su correlato visual pudieran llevar a pensar en un naufragio de la fe.
La canci¨®n obtuvo un par de capas de pintura: la primera en el Bearsville Studio A de Woodstock en septiembre de 1990, con el fiel Peter Holsapple (The DB's) tocando la guitarra ac¨²stica, y la segunda en los estudios Soundscape de Atlanta en octubre del mismo a?o, donde se le a?adieron los arreglos de cuerda de la Atlanta Symphony Orchestra, bajo supervisi¨®n de Mark Bingham, y que eran tan comunes a la mayor parte del ¨¢lbum, tan luminoso y cristalino. Disco de oro, n¨²mero cuatro en los EE UU (el single de mayor ¨¦xito en su tierra) y uno en varios pa¨ªses europeos, Losing My Religion contribuy¨® a pavimentar el terreno por el que muchas bandas surgidas del underground norteamericano filtrar¨ªan sus argumentos hasta romper las barreras del mainstream. Ocho meses m¨¢s tarde se produc¨ªa el simb¨®lico traspaso de poderes entre el Dangerous de Michael Jackson y el Nevermind de Nirvana en las listas. Y el resto ya es historia, incluido el exitoso ¨®rdago de los de Athens con el crepuscular Automatic For The People (Warner, 1992) -con un single de adelanto m¨¢s inveros¨ªmil a¨²n: Drive- y su reconversi¨®n filoalternativa y rebosante de guitarras ¨¢sperasen Monster (Warner, 1994).
Pocas primaveras, en todo caso, como aquella en la que R.E.M. esbozaban, entre lo desfallecido y lo exultante, una infinita esperanza en lo que estaba por venir. Y en la que a¨²n no hab¨ªan alcanzado su particular Everest.
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