'Happy Valley', el drama policial por excelencia
Me van a perdonar el min¨²sculo spoiler pero quiero empezar por aqu¨ª. Hay un momento maravilloso en el tercer cap¨ªtulo de la segunda temporada de Happy Valley. La protagonista, la agente de polic¨ªa Catherine Cawood (interpretada de maravilla por Sarah Lancashire) camina por un bello parque hacia el cad¨¢ver de un hombre que se ha suicidado. Mientras, intenta que su joven ayudante le desvele los apodos que le han puesto en la comisar¨ªa: quiere saberlos, se muere por saberlos. El di¨¢logo contin¨²a cuando llegan a los pies del cad¨¢ver, colgado de un ¨¢rbol, con la piel gris y el gesto roto. Entonces, el rostro de Cawood muda: conoce al muerto, es un mafioso de medio pelo al que fri¨® las pelotas con un taser en un episodio hilarante contado anteriormente, y sabe qu¨¦ hace ah¨ª.
Cuento este momento para ilustrar una de las bondades de una serie magn¨ªfica, que mezcla a la perfecci¨®n drama policial y dom¨¦stico, que deja que sufras con los personajes y que, a veces, solo a veces, te r¨ªas con ellos, para pasar de la risa al drama en dos segundos. Como en la vida, como en cada buena ficci¨®n. Una serie con toda la calidad que tienen las producciones de la BBC (grandes actores, buenos personajes secundarios, guiones s¨®lidos) y con una sobrecogedora descripci¨®n del mal cotidiano.
Antes de empezar a ver la segunda temporada de Happy Valley (que se puede disfrutar en Movistar +) ten¨ªa miedo. La primera hab¨ªa sido tan redonda, tan bien rematada, tan emocionante ¡ªen el sentido m¨¢s amplio de la palabra¡ª que no me atrev¨ªa a hincarle el diente. Pero desde el primer momento, la continuaci¨®n de las andanzas de Catherine Cawood por este valle de la zona Este de Yorkshire (un lugar con una amplia tradici¨®n criminal) engancha. Partiendo de la premisa de que si algo puede empeorar lo har¨¢, la historia nos lleva por los sinsabores de la vida de la polic¨ªa Catherine Cawood, una mujer divorciada, con una hija que se suicid¨® tras ser violada por una bestia que atormenta sus vidas, con una hermana heroin¨®mana en rehabilitaci¨®n perpetua y criando al nieto salido de las entra?as del violador.
No, no. Tampoco se crean que la se?ora Cawood es una abnegada polic¨ªa sin m¨¢cula, una hero¨ªna perfecta y sonriente, un modelo. Catherine se enfada y arremete contra sus subordinados (a los que por otro lado ense?a y gu¨ªa), insulta a sus familiares (a los que por otro lado sostiene y adora), suelta a la cara de quien sea todo lo que piensa y odia a los imb¨¦ciles que tiene por encima en la jerarqu¨ªa policial. A veces da miedo y es capaz de dar una paliza a cualquiera que se interponga en su camino. Es un personaje que s¨®lo cabe en una ficci¨®n de la calidad de esta, ganadora del BAFTA al mejor drama.
Ning¨²n policial decente, y seguramente tampoco ninguna serie, puede llegar a ser realmente buena sin buenos secundarios. En la tele es como en las grandes series de novela negra: el secundario ilustra, enriquece, evita que la trama muera por agotamiento o empacho del protagonista. Y aqu¨ª tenemos a Siobhan Finneran en el papel de Clare Cartwright, la hermana de Cawood; a James Norton como Tommy Lee Royce (el violador, el asesino, el monstruo visto al desnudo) y a otros casi tan geniales. En la primera temporada me encantaba ese tipejo que decide secuestrar a la hija de su jefe (que es su cu?ado) porque no le da un aumento y su mujer, una arp¨ªa de apariencia indolente que va adaptando su moral a las circunstancias. En la segunda, soy muy fan de Ben Wadsworth, un detective con serios problemas personales con los que lidiar¨¢ de forma, digamos, peculiar.
Hay m¨¢s personajes, hay m¨¢s bondades, se puede seguir destripando Happy Valley para llegar a la misma conclusi¨®n: es buena porque va al fondo del alma humana a trav¨¦s de situaciones cotidianas; es buena porque no es pretenciosa, porque no necesita alharacas; es buena porque te crees a los personajes, porque los di¨¢logos te llevan hasta Yorkshire; es buena porque terminas un cap¨ªtulo y sabes, como ante cualquier buen relato, que la vida merece la pena.
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