Sexo inicial
'House of Cards' y la nueva novela de Vargas Llosa coinciden en ofrecer respuestas desafiantes a la pregunta qu¨¦ es capaz de hacer el ser humano en situaciones nuevas, al l¨ªmite
?A¨²n no lo han visto? La nueva temporada de House of Cards arranca con la masturbaci¨®n de un preso en la precaria intimidad de una celda mientras su compa?ero le narra una escena er¨®tica desde la litera de arriba. Dos hombres hacen b¨¢sicamente lo que pueden para pasar el rato (uno) o sobrevivir (el otro), igual que dos mujeres, dos amigas, se dejan llevar por el deseo nacido en el sue?o compartido en el inicio de Cinco esquinas, la nueva novela de Vargas Llosa.
En la serie no hay nada grato en el vaiv¨¦n de un ser tatuado que nadie quisiera encontrarse a campo abierto, menos a¨²n en el espacio constre?ido de una celda. En la novela del Nobel, todo viene a ser delicadeza en la noche forzada por los horarios del toque de queda en la Lima de los noventa. Pero ambas coinciden en ofrecernos respuestas desafiantes a la pregunta oculta que plantean y es qu¨¦ es capaz de hacer el ser humano en situaciones nuevas, al l¨ªmite. ?Acaso no somos lo que creemos ser? Es obvio que no. O no solo.
Y no se preocupen los adictos a House of Cards por el onanismo inicial. Kevin Spacey toma r¨¢pidamente el control y pronto nos regala su interpretaci¨®n convincente por partida doble: la del arribista cruel y sin escr¨²pulos, capaz de todo por seguir girando en la rueda de poder, y la del presidente embaucador que sabe gustar a sindicalistas y beb¨¦s. Y Robin Wright mantiene ese aire de que solo ella sabe realmente a d¨®nde va, y es siempre m¨¢s lejos, m¨¢s arriba.
Todo apesta en esta cuarta temporada de una serie en la que ya todo apestaba como un buen queso azul. La mirada teatral de Spacey-Underwood; el reto de la primera dama; la capacidad de arrastre de los hombres del presidente por el dudoso placer de palpar el aura pegajosa del poder; y la visi¨®n de la pol¨ªtica como el arte de imponerse y no de gobernar.
Corran a verla pero, si son ustedes pol¨ªticos, no se dejen contagiar. Tal vez podamos soportar la corrupci¨®n pol¨ªtica, pero, en su caso, jam¨¢s el sexo inicial.
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