El fin de las conversaciones
Se pregunta Manuel Baixauli en Ning¨² no ens espera ('Nadie nos espera') si la adicci¨®n que tenemos por la lectura de dietarios, correspondencia, o entrevistas no responde al intento de cubrir un vac¨ªo desolador: el que tendr¨ªa que ocupar la conversaci¨®n, ¡°el ejercicio m¨¢s fruct¨ªfero y natural de nuestro esp¨ªritu¡±, seg¨²n Montaigne, que le dedic¨® un ensayo. Este ejercicio ¨Ccoincide Baixauli con lo que pensamos tantos¨C decae en nuestro acelerado mundo de hoy: ?puede darse el nombre de conversaciones a las que tenemos por correo electr¨®nico, Twitter o m¨®vil? Est¨¢ claro que por esos medios podemos hablar de los viejos temas ¨Cmuerte, Dios, arte, vida¨C, pero de un modo bien deficiente.
?Y qu¨¦ decir del ancho espacio de tiempo para las conversaciones que anta?o se daba, sin ir m¨¢s lejos, en las redacciones de los peri¨®dicos, donde casi todo dios fumaba y pon¨ªa los pies sobre la mesa y se hablaba de la vida y de la muerte como nunca se ha hablado? En Buenos Aires a¨²n recuerdan la ma?ana de 1929 en que encontraron a Roberto Arlt en la redacci¨®n del peri¨®dico con los pies sin zapatos sobre la mesa, llorando, los calcetines rotos. Ten¨ªa enfrente un vaso con una rosa mustia. Ante las preguntas y las angustias de sus amigos, dijo:
-?Pero no ven la flor? ?No ven que se est¨¢ muriendo?
Muerte, amor, arte, vida, inmortalidad. Hubo un tiempo que ya pas¨®, que fue el de las metaf¨ªsicas perdidas por los rincones de los caf¨¦s de todas partes, de las que habl¨® Pessoa: el tiempo de ¡°las ideas casuales de tanto casual y las intuiciones de tanto don nadie que quiz¨¢ un d¨ªa con fluido abstracto y sustancia implausible formen un Dios y ocupen el mundo¡±
De hecho, muchas de todas esas intuiciones ya circulaban por los salones literarios de la Francia del XVI, donde ¨Ccomo cuenta Benedetta Craveri en La cultura de la conversaci¨®n¨C las mujeres ejerc¨ªan su papel de canalizadoras de la actividad intelectual a trav¨¦s de su posici¨®n c¨®mo anfitrionas. Aquellos salones fueron puntos de nacimiento de la Ilustraci¨®n francesa y dieron paso a conversaciones de sociedad que ten¨ªan el mismo esp¨ªritu civilizado que animaba los serenos di¨¢logos entre los antiguos griegos.
Yo a¨²n me acuerdo de las secuelas de aquellos salones, porque a¨²n me acuerdo de los viejos de los a?os sesenta, que se reun¨ªan en los bares y en las calles para contarse historias de esa gran batalla perdida que es la vida. En aquellos d¨ªas, no hab¨ªa m¨®viles ni televisores que les dejaran embobados ante las pantallas y sin intercambio de palabras ni conversaci¨®n alguna. Hoy en d¨ªa, las metaf¨ªsicas se pierden por los rincones de todas partes, vivimos en el fin de las conversaciones. Y quiz¨¢s por eso, en efecto, buscamos dietarios, correspondencias, entrevistas. Pero triunfan hoy las entrevistas de Bert¨ªn Osborne, forjadas con palabra de espuela vana, a carcajada suelta. Hasta en detalles as¨ª se nota que hemos ido a menos. ?Explica esto que los atascados y deslustrados y nada ilustrados candidatos a la presidencia nos parezcan cada d¨ªa m¨¢s ineptos en el arte de la conversaci¨®n?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.