La buena letra del empoll¨®n
El punzante St. Aubyn no arriesga nada en 'Sin palabras': la s¨¢tira endog¨¢mica no le sirve para visibilizar la cara cojitranca de la sociedad en esta ficci¨®n sobre los premios literarios
A St. Aubyn su fama lo precede. Su buena fama. La serie de novelas, protagonizada por Patrick Melrose, es del gusto de paladares exquisitos. Con raz¨®n. Por eso, mis expectativas al afrontar la lectura de Sin palabras, una s¨¢tira sobre el mundo de los premios literarios anglosajones, son grandes. Me dispongo a disfrutar de los puntos fuertes del texto, un diagn¨®stico de los tics del mundo que rodea y a la vez forma parte de la literatura. El escritor es consciente de que el contexto literario, sus bambalinas, presentaciones, premios, repercusi¨®n en suplementos o colocaciones en escaparates son factores inseparables del estilo: una prosa tambi¨¦n se cincela nutri¨¦ndose del entorno y, por ello, resultan hilarantes los fragmentos en los que St. Aubyn parodia, los g¨¦neros y usos de una literatura donde lo popular, entendido como comercial, y lo literario, entendido como exquisitez para degustadores acad¨¦micos o avezados lectores, se aproximan siguiendo la l¨®gica de la rentabilidad: engendros bestsellerescos, que mezclan tramas de espionaje con un romanticismo calentorro; o el naturalismo dialogado, el realismo semisucio, de questasmirando, novela nominada para el premio Elysian¡ El espejo deformante se aplica sobre posibles fragmentos de estas obras mientras el narrador se burla del gusto por los mon¨®logos interiores traumatizados de ni?os sudafricanos; el bildungsroman autobiogr¨¢fico; los testimonios de anor¨¦xicas; la idea del lector como elector o el lugar com¨²n de que si Proust hoy fuera escritor nunca habr¨ªa llegado a la final de un premio.
Los retratos de Sin palabras se escriben con caligraf¨ªa m¨¢s gruesa: desde la escritora folladora Burns hasta Didier, el cr¨ªtico que utiliza una terminolog¨ªa antisistema afrancesada, pasando por Penny, miembro del jurado, escritora ¨ªnfima y p¨¦sima lectora, o Vanessa, con la que sospecho que St. Aubyn solapa su punto de vista disfrazado de omnisciencia: s¨®lo ella entiende que un recetario de cocina no es una novela posmoderna y expone criterios ¡°razonables¡± en torno a las buenas conductas estil¨ªsticas como por ejemplo el axioma, descriptivo de la qualit¨¦ literaria, de que no hay nada m¨¢s ef¨ªmero que un tema candente. Que se lo digan a Capote. Este tipo de lugares comunes me lleva a preguntarme de qu¨¦ me r¨ªo y con qui¨¦n. Porque el autor me coloca en la posici¨®n de re¨ªrme con ¨¦l de otros. A su lado, en el palco de honor. La comunidad literaria, escritores y lectores, se r¨ªe de s¨ª misma con complacencia suma. Se permite un respiro desmitificador para seguir adelante. Todos somos estupendos y ¨¦sta es una novela para conocedores que reafirman sus prejuicios, que oyen lo que esperan o¨ªr y que se sienten inc¨®lumes frente a la deformaci¨®n sat¨ªrica. Esta comodidad que embarga tanto al lector del mundillo como al lector profano se debe a que St. Aubyn escribe una s¨¢tira utilizando la prosa elegante, el humor inteligente y el ingenio como comportamientos literarios de alto standing. No se aparta de los viejos usos de esa comicidad, tan graciosa como abiertamente elitista, de Evelyn Waugh. St. Aubyn hace observaciones ingeniosas que nos remiten a una elocuci¨®n wildesiana ya algo gastada: ¡°Hac¨ªa una cosa mucho m¨¢s emocionante que acostarse con ella: daba a entender a la gente que se acostaba con ella¡±.
D¨¢ndole la vuelta al argumento con que comenzaba este comentario, me cuesta pensar en criticar el contexto literario sin cuestionar sus lenguajes. Porque St. Aubyn parodia a Welsh, pero no se aparta ni un mil¨ªmetro de otras tradiciones de prestigio. Se produce en Sin palabras una desconexi¨®n artificial entre fondo y forma que busca el aplauso. Aqu¨ª un autor punzante como St. Aubyn no arriesga nada: la s¨¢tira endog¨¢mica, centr¨ªpeta, tampoco sirve para visibilizar la cara cojitranca de la sociedad en su conjunto. El campo literario se ti?e de amable indignidad y la s¨¢tira en vez de apuntar hacia ese didactismo, incluso moralista, relacionado con la correcci¨®n de los vicios, en Sin palabras cada oveja acaba con su pareja y casi todo vuelve a ocupar su lugar. Como la piel de patito de goma despu¨¦s de espachurrarlo. Somos inmunes al esc¨¢ndalo, quiz¨¢ porque nuestro esc¨¢ndalo y nuestras miserias no nos parecen tan escandalosos. Leo lo que espero y quiero leer, pero no me creo nada porque todo me suena a cart¨®n piedra y a la buena letra del empoll¨®n que escribe subiendo la nariz. Acabo el libro y me restriego los ojos: estoy viendo a St. Aubyn que se r¨ªe y entra en el sal¨®n de baile cogido de la mano de Michiko Kakutani, cr¨ªtica de The New York Times. ?
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