Los ¨²ltimos del espa?ol
La muerte de los ¨²ltimos hispanohablantes nativos en Filipinas encuentra consuelo en el inter¨¦s de los j¨®venes: aprendiendo el idioma mejoran sus condiciones de trabajo
Cuando termine este p¨¢rrafo una de las ¨²ltimas hablantes nativas de espa?ol de Filipinas habr¨¢ muerto. Hasta entonces, con una sonrisa plena, las manos octogenarias de Betty Umali desempolvan con emoci¨®n el cuero rojo que cubre un mecanuscrito de 1968 y acarician con parsimonia sus p¨¢ginas. "Mi pap¨¢ era chino cuarter¨®n y escribi¨® esta autobiograf¨ªa en un espa?ol elegante". Betty, antigua profesora, paladea cada palabra que pronuncia. No recuerda los a?os que llevaba sin escuchar el castellano de otro hablante nativo. "Siempre he estado muy dedicada a la propagaci¨®n de la hermosa lengua de Cervantes". Filipinas desafect¨® el idioma como lengua oficial en su Constituci¨®n de 1986. Dejaron de impartirse las 12 unidades de espa?ol, para entonces ya exiguas, en colegios e institutos. Miles de profesores perdieron sus trabajos. El ¨²ltimo contacto que tuvo Betty con el castellano fue un mensaje con el que ped¨ªa ayuda a Madrid para las v¨ªctimas del tif¨®n Yolanda en 2013. Ahora, quiere que se le lea a viva voz la dedicatoria que su padre, Luis General, estamp¨® en la primera p¨¢gina de sus memorias: "Para mi hija, con el cari?o paternal de siempre". Con ¨¦l, aunque solo en sue?os, confiesa seguir hablando en espa?ol. "Ojal¨¢ siga la instrucci¨®n de la maravillosa lengua castellana", brinda. Son y fueron sus ¨²ltimas palabras. Sufri¨® un ictus tras la entrevista y falleci¨® a las pocas horas.
La casa de Betty era la ¨²nica en todo el barrio de San Andres Bukid (anta?o La Granja de San Andr¨¦s) donde a¨²n viv¨ªa una persona hispanohablante, aunque las placas oxidadas de las calles rememoran los nombres de militares espa?oles de la Guerra Civil. Los taxistas parecen renuentes a adentrarse en la zona, salvo uno, de nombre Mateo Buenbiaje (as¨ª aparece escrito en su identificaci¨®n), que no sabe el significado de su apellido. "Algo en espa?ol, me parece", masculla en ingl¨¦s.
El espa?ol nunca se habl¨® del todo aqu¨ª, pero tampoco se perder¨¢ del todo nunca"
El calor y la humedad obligan a subir la ventanilla del taxi; dan un olor a hierba cocida a toda Manila. Sus callejones desembocan en enormes autov¨ªas donde se estrangula el tr¨¢fico. No se atisba ning¨²n centro. En cuanto la carretera asciende, se ven a lo lejos rascacielos desperdigados. Los urbanistas de la megal¨®polis de 11,5 millones de habitantes habr¨ªan sido unos p¨¦simos jugadores de Tetris: dejaron caer ac¨¢ y all¨¢ bloques de oficinas gigantes, iluminados con estridencia. Como un decorado de Blade Runner, a sus pies se acumulan los puestos de comida y, sobre sus fachadas, se extienden neones y enormes carteles publicitarios. En ingl¨¦s uno de ellos anuncia: "solo Jes¨²s salva", y, cerca, se exhibe una Virgen de Guadalupe junto a otro ¨ªdolo adorado de Filipinas, el campe¨®n mundial de boxeo Manny Pacquiao. Bajo los luminosos que alertan en tagalo de un riesgo de terremoto, la gente se libra de los atropellos en aceras estrechas, cuando las hay, sin una sola farola. Tocan el claxon jeepneys coloristas que recuerdan a los peseros de Ciudad de M¨¦xico, el pa¨ªs hispanohablante con el que, gracias al gale¨®n que un¨ªa Acapulco con Manila,? Filipinas y su espa?ol guardan m¨¢s similitud. Mateo Buenbiaje escucha en la radio a un locutor acelerado: parlotea en un h¨ªbrido de tagalo e ingl¨¦s que mantiene rescoldos del castellano, el taglish. Es incomprensible al extranjero, pero bastan cinco minutos escuch¨¢ndolo para cazar un "las doce menos cuarto", un "pero" para unir frases, la palabra "trabaho" y, pronunciado con un silabeo perfecto, "una, dos y tres", que precipita el arranque de una canci¨®n.
"El espa?ol nunca se habl¨® del todo aqu¨ª, pero tampoco se perder¨¢ del todo nunca", redondea en una frase el historiador Carlos Madrid, director del Instituto Cervantes de Manila. Toma un caf¨¦ en el mismo hotel que acogi¨® al poeta Jaime Gil de Biedma en su primera estancia en la ciudad, el Luneta. Por albergar la Cruz Roja, el edificio sobrevivi¨® al asedio de japoneses y americanos durante la segunda guerra mundial. La Batalla de Manila se cobr¨® 100.000 vidas y la belleza de la arquitectura colonial de una capital que, tras Varsovia, result¨® la m¨¢s da?ada en el conflicto. Su coraz¨®n, Intramuros, qued¨® arrasado. Y ese era el barrio con m¨¢s presencia espa?ola. Tras sus murallas, raro es que se mantengan en pie, el idioma se hab¨ªa atrincherado durante a?os contra los envites de los maestros enviados por Estados Unidos, los thomasites o tomasitos, que inculcaban en las escuelas la lengua inglesa.
La destrucci¨®n de Intramuros y la dispersi¨®n de sus antiguos habitantes propinaron un golpe mortal a un idioma que ya estaba extingui¨¦ndose. Se perdieron sus v¨ªnculos vecinales, se disolvi¨® la comunidad de unos hablantes forzados a adoptar el tagalo o el ingl¨¦s para comunicarse con sus nuevos convecinos. Se calcula que en todo el pa¨ªs ya solo lo mantienen vivo unas 6.000 personas, la mitad espa?olas y la mitad filipinas, aunque otras cuentas mejoran las cifras. Al respecto, el fil¨®logo filipinista Isaac Donoso advierte de que no hay datos estad¨ªsticos oficiales. La ¨²ltima valoraci¨®n fiable data de 2008: dos millones de filipinos ten¨ªan alguna competencia en espa?ol como segunda o tercera lengua y 1.200.000 eran chabacanohablantes. "Se puede decir que ese tradicional censo se est¨¢ incrementando notablemente, no tanto por los hablantes de primera lengua, sino por los filipinos que aprenden espa?ol para su uso profesional", abunda el experto.
El espa?ol, 'lat¨ªn' de Filipinas
Cierto es que, aunque estuvo bajo dominio hispano durante tres siglos, el castellano nunca lleg¨® a calar en Filipinas tanto como en los pa¨ªses hispanoamericanos. "El Estado espa?ol no ten¨ªa capacidad de enviar funcionarios a todas partes, pero quienes s¨ª contaban con personas en cada pueblo eran las ¨®rdenes religiosas", explica Carlos Madrid. "Durante la colonia, hubo ocasiones en que Espa?a promovi¨® aqu¨ª la ense?anza del idioma. Sin embargo, las ¨®rdenes la limitaban porque as¨ª se convert¨ªan en la bisagra entre el Estado y el pueblo. Hicieron una labor extraordinaria, pero, desde el p¨²lpito y hablando las lenguas locales, pod¨ªan darle la vuelta al pa¨ªs como quisieran". Uno de los focos de su poder, la iglesia de San Agust¨ªn, la m¨¢s antigua a¨²n en pie en Filipinas, se yergue como rara superviviente en Intramuros. Alberga los nichos de decenas de v¨ªctimas hispanohablantes del cerco militar. Junto a ella, un peque?o poblado de callejas pintorescas para disfrute de los turistas remeda, por capricho de Imelda Marcos, la apariencia del barrio antes de su desaparici¨®n. El gu¨ªa que lo muestra se enjuga el sudor del cuello con una toalla, un peque?o pa?o que los filipinos llevan entre la nuca y la camisa para, curiosos y coquetos, disimular los estragos del calor: "El espa?ol es el lat¨ªn de Filipinas: no lo habla ya nadie, pero est¨¢ detr¨¢s de todo lo que decimos".
El idioma permea el habla cotidiana: los nombres de los muebles y utensilios comunes, los d¨ªas de la semana, en gran medida los n¨²meros y casi siempre las horas siguen dici¨¦ndose en espa?ol. Kapre (de cafre; en varias lenguas de filipinas el sonido f no existe) es un diablillo que hace trastadas en las casas. Prestar atenci¨®n es asikaso (de hacer caso) en tagalo y para preguntar "?c¨®mo est¨¢ (usted)?" se dice kumust¨¢? Se escuchar¨¢ tambi¨¦n palto de ras¨®n entre los hablantes de bicolano. La toponimia y los apellidos est¨¢n invadidos de espa?ol, a veces con desatino: Loco y Cagadas figuran entre ellos. Mecate, zacate, petate, palenque son, a la vez, mexicanismos y filipinismos. En Manila se oye a¨²n anteojos para referirse a las gafas. En las provincias, sobrevive un t¨¦rmino si cabe m¨¢s arcaico: quevedos.
Se calcula que en todo el pa¨ªs ya solo mantienen vivo el espa?ol unas 6.000 personas
Un tercio del vocabulario del tagalo se debe al espa?ol. Tambi¨¦n invade el l¨¦xico del cebuano, otro gran idioma aut¨®ctono de Filipinas. Aunque se haya perdido conciencia del v¨ªnculo hist¨®rico y cultural con el idioma (que ning¨²n hispanohablante se extra?e de que, al dar su nombre en un hotel, se celebre con sorpresa que tenga un apellido filipino), los filipinos no han dejado de hacer juegos de palabras, de los que son muy amigos, que echan mano del espa?ol. A lo que en Espa?a se llamar¨ªan pol¨ªticos de la casta aqu¨ª se les denomina con desprecio trapos, acr¨®nimo de traditional politicians. A expensas de Coraz¨®n Cojua?gco Aquino, la primera presidenta democr¨¢tica tras la dictadura de Marcos, surgi¨® un calambur m¨¢s elaborado. Aprovechando que la c de su segundo nombre se pronuncia 'si' en ingl¨¦s, se acu?¨® la broma "coraz¨®n s¨ª, aqu¨ª no". Al decir aqu¨ª el hablante se se?ala la cabeza.
En el barrio de Ermita, donde una vez se habl¨® una mezcolanza de espa?ol y lenguas locales, el chabacano, uno de los salones del Casino Espa?ol todav¨ªa luce un escudo en rafia del S¨¢hara Espa?ol. Los camareros sirven paella y cocido pero, con alguna vaga excepci¨®n entre los m¨¢s mayores, ninguno habla castellano. De una ventana, medio tapada por viejos muebles de los a?os cincuenta, se escucha de golpe un ?aire! que anima a salir fuera a buscar m¨¢s restos de espa?ol. Es la exclamaci¨®n de uno de los jugadores de pelota vasca que juega un partido en la cancha anexa. Cesta, mimbre, costillas, guantes, lengua, cinta, rebote, pronto, derecha, cuero, cuadra, mando, solo, ?aire! Paulo L¨®pez, veterano pelotari filipino, se deleita en describir las palabras, para ¨¦l extranjeras, que ci?en el vocabulario de su deporte. El jai alai subsiste en uno de los viejos epicentros del espa?ol en Manila. A pocos pasos se encontraba la Compa?¨ªa de Tabacos de Filipinas, en su tiempo la mayor empresa del pa¨ªs, con resabio colonial espa?ol, y la que hasta hace solo unos meses ha sido sede del Instituto Cervantes.
Un mexicano suavizado
"Imag¨ªnate a un mexicano que hubiera vivido en Espa?a veinte a?os", ilustra en su despacho del instituto Carlos Madrid para adelantarse al habla de Mara Pardo de Tavera (Nueva York, 1954), una de las hispanohablantes nativas m¨¢s j¨®venes de Filipinas. Cierto: en el espa?ol de Mara resuenan el acento y el l¨¦xico de M¨¦xico, incluso una cadencia al final de cada frase que debe mucho al tono propio de los chilangos. Este es el espa?ol de Filipinas.
Experta en antig¨¹edades, Mara ha heredado el inter¨¦s por la cultura de una de las sagas m¨¢s importantes de Filipinas, ilustrados nacionalistas que, aun defendiendo a capa y espada la independencia del pa¨ªs, abogaron con el mismo tes¨®n por el espa?ol como parte de la identidad del archipi¨¦lago. Incluso en los dif¨ªciles sesenta y setenta, a?os de furor indigenista por el tagalo.
El espa?ol es el lat¨ªn de Filipinas: no lo habla ya nadie, pero est¨¢ detr¨¢s de todo lo que decimos"
"De ni?a, mi mam¨¢ y mi abuela usaban el espa?ol, pero lo llamaban bable y lo usaban como lengua privada para que el resto de las personas no las entendieran cuando ellas no quer¨ªan", comenta entre carcajadas Mara. "Yo lo aprend¨ª bien en la escuela y en el instituto, pero recuerdo que no me gustaba: era el idioma de la disciplina, de los viejos, te obligaban a aprenderlo todo de memoria y te penalizaban mucho por equivocarte. Luego, de mayor, descubr¨ª que era un idioma genial; ese adjetivo es mi palabra favorita del espa?ol. Recuerdo llegar con orgullo a mi madre y decirle: '?Ya hablo bable!'".
Durante la colonia, los gobernadores liberales promet¨ªan ense?ar por doquier el espa?ol, de tan minoritario y selecto que era, para enfado de la sociedad frailona y cerrada que se opon¨ªa. Los independentistas m¨¢s cultos defendieron la ense?anza del espa?ol, y las dos primeras constituciones y la primera letra del himno nacional del nuevo pa¨ªs se escribieron en castellano. Dominarlo era signo de distinci¨®n social en Filipinas, pero eso jug¨® en su contra. Se consideraba advenedizo a quien hac¨ªa por hablarlo sin tenerlo como lengua materna. "La gentuza no habla espa?ol", le espet¨® una vez un familiar a Ricky Avance?o (Manila, 1959), escritor y nieto del presidente Manuel Quezon, el padre de la rep¨²blica de Filipinas e hispanohablante. Tan imbuido estaba del idioma, que en sus m¨ªtines ten¨ªa que acudir a su mujer para que le apuntase la traducci¨®n al tagalo de palabras espa?olas.
En la calle se afeaba cualquier error, se acomplejaba a muchos que se afanaban en hablarlo. Carlos Madrid descubri¨® casualmente, tras un tiempo de tratarlo en ingl¨¦s, que el cineasta filipino Eddie Romero, productor asociado de Apocalipse Now, se dirig¨ªa en espa?ol a su mujer, pero segu¨ªa sin querer usarlo fuera de ese entorno ¨ªntimo: "'No, lo hablo muy mal', me dijo. Casi todo el mundo en Filipinas se excusa de emplearlo diciendo que lo habla fatal", apunta el historiador.
La toponimia y los apellidos est¨¢n invadidos de espa?ol, a veces con desacierto: Loco y Cagadas figuran entre ellos
Los profesores venidos de Espa?a reprim¨ªan a sus alumnos el seseo, rasgo propio de los hablantes locales, por considerarlo impropio. "Es que... ?que nos obligaran a hablar con la zeta hac¨ªa el espa?ol m¨¢s dif¨ªcil, m¨¢s artificial! ?Ten¨ªamos que recitar con las zetas El ¨²ltimo adi¨®s, el gran poema de Jos¨¦ Rizal!", se lamenta Ricky. El idioma carg¨® con el sambenito de aburrido y, con tacticismo, se lo tild¨® de desfasado frente al flamante ingl¨¦s, la nueva lengua franca del pa¨ªs. A la extinci¨®n en los ochenta de los ¨²ltimos diarios en espa?ol, para entonces unas hojas volantes editadas con m¨¢s esfuerzo que calidad (si bien hasta la segunda guerra mundial hab¨ªan sido los m¨¢s le¨ªdos en Filipinas), se sum¨® m¨¢s tarde la interrupci¨®n de las emisiones de TVE, que ya ha vuelto a emitir. La censur¨® el Gobierno filipino: "La quitaron y la volvieron a poner dos veces, hasta que a la tercera desapareci¨® del todo. Pon¨ªan pel¨ªculas para mayores en horario infantil: lo que en Espa?a es para mayores de 13 aqu¨ª es para mayores de 17", describe divertido Ricky Avance?o. Sus familiares m¨¢s j¨®venes ya no hablan espa?ol. Dos de los hijos de Mara Pardo de Tavera, a instancias de su madre, s¨ª est¨¢n aprendiendo el idioma.
En la peque?a comunidad hispanohablante ("cada vez nos vemos menos", reconoce Mara) muchos hilos entretejen unas historias familiares con otras. Un retrato de su abuelo, el pol¨ªmata Trinidad Pardo de Tavera, ilustra la portada de La oveja de Nathan, quiz¨¢ la gran novela en espa?ol tras la independencia de Filipinas. Escrita por Antonio Abad (1894-1970) y publicada en los a?os veinte, cuenta como epopeya tres siglos de la historia del pa¨ªs. "Es nuestra Guerra y paz", defiende Georgina Padilla, hispanofilipina que ha sufragado de su bolsillo con una aportaci¨®n del Cervantes su reedici¨®n. La nueva versi¨®n enfrenta, p¨¢gina a p¨¢gina, el texto en espa?ol con la traducci¨®n al ingl¨¦s para que pueda ser le¨ªda por un p¨²blico amplio. La novela forma parte de una rica producci¨®n literaria que el Instituto Cervantes est¨¢ recuperando: ya son cuatro las obras rescatadas del olvido. Su responsable cultural en Manila, Jos¨¦ Mar¨ªa Fons, alerta: "Este es el ¨²nico pa¨ªs donde se ha perdido el espa?ol, pero donde queda una literatura que ya casi nadie puede leer".
En los a?os veinte, mientras Espa?a disfruta del esplendor de la Edad de Plata, en Filipinas se produce una tragedia cultural: la de los autores que escriben su obra en una lengua que sus hijos no dominan o directamente desconocen. Valga como ejemplo el del hijo de Antonio Abad, G¨¦mino, que hered¨® el oficio de su padre, pero lo ejerci¨® en ingl¨¦s. Para mitigar el da?o, la familia de Georgina Padilla, los Z¨®bel, cre¨® y mantuvo durante ochenta a?os un galard¨®n que premiaba el espa?ol filipino o el apoyo a los v¨ªnculos culturales entre los pa¨ªses hispanohablantes. Su ceremonia de entrega anual reun¨ªa al todo Manila. Dej¨® de suscitar el inter¨¦s de los diarios espa?oles, se lamenta Georgina, y su concesi¨®n se interrumpi¨® en 2002.
En la calle se afeaba cualquier error que se cometiera al hablar espa?ol, se acomplej¨® a muchos que se afanaban en hablarlo
Uno de los receptores del Z¨®bel, quiz¨¢ el ¨²ltimo escritor filipino en espa?ol, mantiene su producci¨®n a duras penas, autoedit¨¢ndose. Hace unos meses ha publicado su ¨²ltima novela, Quis ut Deus, que recrea la figura del Quijote en Filipinas. El habla de Guillermo G¨®mez Rivera (Ilo¨ªlo, 1936), un furibundo defensor de la vuelta del espa?ol en redes sociales, est¨¢ nutrida de giros espont¨¢neos y recuerdos candorosos de los estrenos de las pel¨ªculas filipinas que se rodaban, escena a escena, dos veces: una en espa?ol y otra en tagalo. "Aqu¨ª se estrenaban zarzuelas y llegaban las pel¨ªculas de Cifesa y, luego, las joyas de la edad de oro del cine mexicano. Despu¨¦s, ya todo fue en ingl¨¦s".
G¨®mez Rivera, tambi¨¦n profesor de espa?ol en bachillerato, sufri¨® la reconversi¨®n forzada cuando se suspendi¨® la oficialidad. Visit¨® en Madrid, ese mismo a?o, a D¨¢maso Alonso, pen¨²ltimo director entonces de la Real Academia Espa?ola, quien le pregunt¨® por el sentido de mantener una academia filipina del espa?ol en un pa¨ªs donde la inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n ya no lo hablaba. "Le respond¨ª: 'Don D¨¢maso, el espa?ol vive en Filipinas, primeramente en esa minor¨ªa que todav¨ªa lo habla, pero tambi¨¦n en las lenguas filipinas, en los 5.000 t¨¦rminos espa?oles del tagalo o del bisaya, o en el chabacano, con un 95 por ciento de palabras castellanas".
Una academia que agoniza
La Academia Filipina de la Lengua Espa?ola naci¨® en 1924 y se ha mantenido hasta hoy, pero agoniza. Carece de una infraestructura y de un personal propios. Tiene por sede un cuarto cedido, casi siempre cerrado a cal y canto, que comparte con el casino anexo el aire decadente. A cuento de este reportaje, cinco de una treintena de acad¨¦micos (intelectuales, traductores y profesores) han hecho por verse en torno a un chocolate con churros. "Hace m¨¢s de un a?o que no nos reunimos", reconoce Benito Legarda, economista e historiador hispanohablante.
En Espa?a hay una gran ignorancia por la historia de Filipinas, porque Am¨¦rica roba toda la atenci¨®n"
"Me march¨¦ durante la guerra mundial de Manila. Antes de irme, a los miembros del parlamento filipino se les llamaba diputados. Cuando volv¨ª, congressmen. Este era ya otro pa¨ªs", rememora Legarda, que apunta vagamente alg¨²n intento en aquella ¨¦poca de reivindicar el espa?ol, "pero, ay, no muy activo". Mantiene el contacto con el idioma gracias a su "adicci¨®n a Internet" y a la b¨²squeda de libros de segunda mano en espa?ol. Sentada a su lado, otra acad¨¦mica, Daisy L¨®pez, representa otra generaci¨®n, m¨¢s joven, de hispanohablantes. No tuvieron el castellano como lengua materna, pero lo han estudiado y lo cuidan en extremo. Esta profesora en la Universidad de Filipinas escribe y publica poes¨ªa en espa?ol. Ni ella ni el resto de asistentes sabe cu¨¢ndo tendr¨¢ lugar la pr¨®xima reuni¨®n de la academia, ignoran que haya actividad alguna programada a la vista, pero, ya que est¨¢n, se retan a proponer las mejores palabras del castellano. Sobre una mesa oscura se esgrimen chapuza, tinglao, chirimoya y tiquismiquis, pero tambi¨¦n salacot y pantal¨¢n, dos filipinismos, y un tercero, en duda: palangana.
Es que... ?que nos obligaran a hablar con la zeta hac¨ªa el espa?ol m¨¢s dif¨ªcil, m¨¢s artificial!"
El archipi¨¦lago no es ajeno al auge del espa?ol en todo el mundo. Un renacer del inter¨¦s por el idioma, desprovisto de toda nostalgia, compensa en parte tanta p¨¦rdida. En la universidad est¨¢n notando un n¨²mero creciente, casi vertiginoso, de matr¨ªculas para las clases de espa?ol, que se atestan de estudiantes. "Hay mucha m¨¢s demanda que oferta", arguye el profesor de la Universidad de Filipinas Erwin Luna Bautista. Ayuda que muchos alumnos sean en realidad "falsos principiantes": "Saben m¨¢s espa?ol de lo que ellos pensaban, y eso los anima mucho". El Cervantes ha tramitado 6.000 matr¨ªculas en el ¨²ltimo curso.
En cambio, se lamenta Benito Legarda, subsiste "un enorme desconocimiento en Filipinas sobre nuestro pasado". M¨¢s de 11 millones de documentos hist¨®ricos guardados en el Archivo Nacional del pa¨ªs est¨¢n escritos en espa?ol. "Aunque tambi¨¦n en Espa?a hay una gran ignorancia por la historia de Filipinas, porque Am¨¦rica roba toda la atenci¨®n".
Un motivo de peso viene a sumarse al de quienes quieren aprender el idioma por v¨ªnculo hist¨®rico y cultural: el telefonista que habla espa?ol dobla o triplica su sueldo en los innumerables call centers que han escogido Filipinas por el dominio del ingl¨¦s y que atienden, paradojas del destino, a la potencia que arrambl¨® con el castellano, Estados Unidos. Los visados para los enfermeros filipinos en ese pa¨ªs exigen acreditar ingl¨¦s y castellano. Las instituciones espa?olas han establecido contactos con el Gobierno para que el espa?ol sea lengua obligatoria para los diplom¨¢ticos filipinos y la inclusi¨®n del chabacano, que solo en la sure?a ciudad de Zamboanga hablan 800.000 personas, como una de las doce lenguas nacionales de instrucci¨®n en primaria alienta nuevas esperanzas para el castellano.
?Puede hacerse algo desde Espa?a y la Am¨¦rica hispana por los hablantes del espa?ol m¨¢s remoto? Daisy L¨®pez, ante las risas complacientes del resto de acad¨¦micos de la lengua, afirma rotunda: "Que nos despierten, que nos den un poco de ca?a, que nos den unos cachetes".
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