El soplo de Gilles: un ideal m¨¢s luminoso para occidente
El cineasta Carlos Reygadas reflexiona sobre la muerte de su sonidista, Gilles Laurent, fallecido en los atentados de Bruselas
El jueves rod¨¢bamos una pel¨ªcula en un llano de Tlaxcala mientras se cerraba la tarde luminosa. Ni la mirada ni el o¨ªdo encontraban reposo en la pradera desenvuelta y solo por el movimiento de sus labios entend¨ª que me llamaban aparte: Gilles Laurent hab¨ªa estallado en el metro de Bruselas. Me llen¨¦ de fr¨ªo y calor y de debilidad celular y sent¨ª las l¨¢grimas junt¨¢ndose bajo mi cara. Mir¨¦ furtivo a mis hijos y a mi esposa sabiendo que nada sab¨ªan: re¨ªan jugando carreras de gato. Entonces imagin¨¦ a Raiko, a Suzu y a Lili, la familia de mi amigo, mi sonidista por 17 a?os con el que hicimos Jap¨®n durante cuatro meses sin cobrar y m¨¢s tarde otras pel¨ªculas rebosantes de obst¨¢culos y vivencias inolvidables, mi aliado que amaba a Schubert y tanto m¨¢s a la vida con sus tres mujeres y que no hab¨ªa venido a M¨¦xico para terminar su documental sobre Fukushima.
Lament¨¦ que no estuviera ah¨ª en Tlaxcala en lugar de en esa maldita B¨¦lgica que ¨¦l quer¨ªa como yo, pero que ya hace a?os nos parec¨ªa tan decadente. Desde las primeras palabras de mi ayudante esperaba la resignaci¨®n que llega r¨¢pida con la muerte, pero termin¨® por no comparecer. En su lugar vino un soplo de emoci¨®n m¨¢s habitual en la muerte mexicana que en la de Europa: la frustraci¨®n. No se present¨® vengativa como la c¨®lera ni tampoco apocada como la decepci¨®n. Lleg¨® bien limpia y llena de raz¨®n, un exhorto refulgente de acci¨®n humana l¨²cida. Y record¨¦ a mi querido Gilles y a su budismo de la quietud, no como fin sino como herramienta para la armon¨ªa; su budismo de trabajo.?
Lament¨¦ que Gilles no estuviera ah¨ª en Tlaxcala en lugar de en esa maldita B¨¦lgica que ¨¦l quer¨ªa como yo, pero que ya hace a?os nos parec¨ªa tan decadente
D¨ªas antes, la jornada del quebranto, coment¨¢bamos los atentados. Un amigo franc¨¦s dec¨ªa que se trataba de un problema menor pues muy poca gente en realidad tiene ganas de matar as¨ª. Le respond¨ª que de seguro era un problema menor para gobiernos y analistas, pero uno may¨²sculo s¨ª el de la mala suerte era uno mismo o un amado. Y como la vida es a la vez profunda y carnal, hablamos de otras cosas terrenales: cont¨¦ que cuando viv¨ªa en Bruselas en los a?os noventa la inmigraci¨®n de origen ¨¢rabe musulm¨¢n ya era para muchos un problema.
Con frecuencia visit¨¢bamos a un amigo en Schaerbeek y cuando mi mujer ven¨ªa sola y en falda a veces la llamaban puta mientras escup¨ªan al suelo. A la mujer de mi amigo le llamaban puta m¨¢s frecuentemente porque ah¨ª viv¨ªa y tomaba el bus de noche. Una vez cerca de la Gare de Midi,?en un tranv¨ªa nocturno, un par de sujetos golpearon a otra mujer sola mientras la llamaban puta porque tuvo la mala idea de recordarles que no pod¨ªan fumar all¨ª. Cuando nos acercamos para que pararan nos frenaron con un cuchillo. Mientras tanto, el conductor hu¨ªa como conejo.?
Lamento contar estas bajezas, pero importan porque, en mi opini¨®n, anidan en la ra¨ªz de estos actos aniquiladores. Yo, a diferencia de mi amigo Romain, creo que Europa tiene un gran problema. Aparentes banalidades como que una parte significativa de la poblaci¨®n europea viva una represi¨®n sexual inaudita con un sentimiento profundo de rechazo social no van sin consecuencias.
?Por qu¨¦ la insistencia en restar importancia a esta condici¨®n trat¨¢ndola de psicol¨®gica o individual cuando es evidente que es determinante a la hora de bombardear el azar? Que maten y mueran pocos no es grave para un gobierno (aunque sea grav¨ªsimo para los muertos y sus seres amados y en realidad para la humanidad entera), pero que haya mucha gente enfadada que se pueda identificar a s¨ª misma como grupo en su desaz¨®n es muy grave para toda sociedad.?
Soy mexicano de origen europeo y a¨²n as¨ª puedo sentir el dolor de la destrucci¨®n de Mesoam¨¦rica hace medio milenio. Me identifico m¨¢s con los perdedores de su civilizaci¨®n que con la causa occidental
Cuando digo que la inmigraci¨®n de origen ¨¢rabe musulm¨¢n es un problema para Europa no digo nada parecido a que los ¨¢rabes o musulmanes sean malvados y deban ser castigados. De hecho digo algo cercano a lo contrario: un problema no es culpable de su condici¨®n aunque no por eso deja de ser lo que es. Gran parte del grupo mencionado se cr¨ªa y vive con resentimiento, parte hist¨®rico y parte vivencial. En mi opini¨®n, esta realidad abreva en una fuente de dos bocas: la del colonialismo franco-ingl¨¦s de los dos siglos pasados en Medio-Oriente y la ?frica ¨¢rabe, particularmente injusto, de una infinita arrogancia y penosamente infravalorado en casi todo an¨¢lisis social y pol¨ªtico de relevancia medi¨¢tica. En segundo lugar, en la marginaci¨®n que contin¨²an viviendo los descendientes de sus v¨ªctimas.
Yo soy mexicano de origen europeo y aun as¨ª puedo sentir el dolor de la destrucci¨®n de Mesoam¨¦rica hace medio milenio. Me identifico m¨¢s con los perdedores de su civilizaci¨®n que con la causa occidental. No me puedo imaginar lo que deben sentir los hijos del medio oriente y del sur del Mediterr¨¢neo, la otra mitad monote¨ªsta del planeta, a quienes por cierto, les siguen destruyendo y saqueando sus pa¨ªses de origen.
El problema es amplio y de ra¨ªz filos¨®fica: en s¨ªntesis pienso que el paradigma occidental, con dos mil a?os de edad, culminado en la Ilustraci¨®n y rematado por el capitalismo de consumo, instaura el separatismo como condici¨®n existencial en todo ser consciente, pues la propia consciencia solo se concibe por oposici¨®n al todo. Y de ah¨ª por necesidad surge la diferencia y sigue, por l¨®gica, la altivez excluyente. Aunque sea feo o¨ªrlo, una parte sustancial de las poblaciones europeas se siente menospreciada por su apariencia y su origen y crece entre historias de odio y despecho. ?De verdad creen que todo se olvida en tres o cuatro generaciones y dando subvenciones a los pobres? Quiz¨¢s, si las condiciones de vida fueran ¨®ptimas, pero cuando yo iba a comprar barato a Molenbeek hace veinte a?os sent¨ªa ya la pobreza, la marginaci¨®n y la desconfianza abrumadoras.
Para salvar a los vivos, Europa tiene que despertar brillando por sus muertos. Ni la demagogia de la derecha antihumana que contradice el derecho natural, ni la de la izquierda, que es autocomplacencia e inacci¨®n ego¨ªsta, pueden resolver el problema. Convertirse en fascista es una p¨¦sima idea cuando tanta sangre ha manado ya en ese manantial de odio e ignorancia. Pero igualmente truculento es acomodarse en el sofisma de que el problema afecta a pocos y por eso no es problema. Y sin embargo, parece ser que esto es justamente lo que hace la mayor¨ªa de los gobiernos nada m¨¢s: c¨¢lculos.
Las sociedades europeas tendr¨¢n que hermanarse para encontrar la armon¨ªa y no la tolerancia, un concepto que ha reventado la historia
Pocas vidas y un poco de miedo no compensan invertir millones de euros en un nuevo urbanismo que acabe con la vida en ghettos. No compensan la energ¨ªa que se requiere para dignificar la ense?anza y retomar el colonialismo desde la empat¨ªa y la igualdad. No compensan el riesgo de poner tropas en el terreno si hace falta. No compensan la valent¨ªa necesaria para hablar en voz alta y decidida para poner l¨ªmites. No compensan dejar de ser socios de Arabia Saudita, la mano detr¨¢s de mucho de este horror como bien lo saben muchos. Y no compensan, ante todo, la voluntad que se requiere para actuar con humildad y decidirse a cambiar el paradigma para fundar un nuevo ideal m¨¢s alto y luminoso. Con cabeza y con esp¨ªritu, al margen del resentimiento y el terrorismo, las sociedades europeas, viejas y nuevas, tendr¨¢n que hermanarse para encontrar la armon¨ªa y no la tolerancia, un concepto que ha reventado la historia. Europa requiere de humildad para bajarse de su trono cosmog¨®nico y ejercer con valent¨ªa su humanidad en el suelo.?
Una disculpa por extralimitarme en mi oficio. Soy cineasta, pero soy amigo de Gilles, y al fin y al cabo, ciudadano de donde sea. S¨¦ que mi camarada hubiera apreciado una reflexi¨®n as¨ª aunque quiz¨¢s no la compartiera, pues tanto como amaba la vida amaba la diferencia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.